Agua dulce

Reseña del libro “Agua dulce”, de Akwaeke Emezi

Agua dulce

La moralidad, la culpa, el sexo y la necesidad de encajar a priori pueden parecer los típicos problemas por los que pasa cualquier adolescente, pero en Agua dulce nada es lo que parece. Las vivencias por las que pasan nuestres protagonistes, tanto Ada como las deidades que conviven en ella, brillan, y son enfocados desde una luz diferente, una luz desconocida, una luz brillante pero que lejos de ser cegadora, nos descubre una realidad profundamente dolorosa.

Desde que esta historia comienza y conocemos a Ada; una niña nigeriana que alberga en su interior divinidades atávicas, pasamos a convertirnos automáticamente en algo así como sus padrinos, ya que la vemos crecer y compartimos su dolor, sus anhelos y sus experiencias. Inspirada en las propias vivencias de Emezi, va construyendo la identidad de Ada marcada por las creencias del pueblo igbo y otras creencias occidentales como el cristianismo. El término ogbanje cobra una gran importancia en Agua dulce, este hace referencia a espíritus malignos que traen tragedias a las familias, literalmente significa algo así como niños que van y vienen. Cuando Ada crece, se muda a los Estados Unidos para estudiar y allí tendrá que aprender a lidiar con estas presencias que cohabitan en ella. En este nuevo país se enamorará, tejerá nuevas relaciones y aprenderá a crecer, a fortalecerse.

La novela se impulsa desde la locura para desplazarse a través de un terreno que en principio parece irreal pero que se presenta insoportablemente tangible. Incluso las relaciones que viven les protagonistes tanto la humana como las deidades que residen en ella luchan por experimentarlas en un plano ficticio, alejados de su vida de verdad. Siento que Ada está en una constante vigilia, alerta, despierta, impidiendo que Ashugara, (deidad interna), se haga con todo el poder, que se la lleve junto a ella al otro lado. Comienzan siendo seres totalmente distintos, pero conforme va transcurriendo la historia, Emezi con una gran maestría te confunde y nos sabes si es Ada o Asughara la que habla, confirmándote que cada vez están más cerca de ser un mismo ser.

Si hay algo que define a Agua dulce es su carácter cambiante. Nuestra protagonista muta como lo haría la piel de una serpiente, para dar paso al nacimiento de un nuevo ser dentro de ella, proceso que Akwaeke Emezi llama partos. También el título inspira transformación, nosotros, los lectores, somos arrastrados como si transitáramos por el cauce de un río de agua dulce, saliendo de la historia diferentes, renovados. El espíritu ogbanje, por otro lado, está íntimamente relacionado, una vez más, con lo cambiante. También aparecen otras formas de transformación como la transfiguración del propio cuerpo de Ada, cuando se lo tatúa, quizás en un intento de controlar y tomar dominio de su propio cuerpo. En este punto recordé a Hannah, personaje de la serie Girls protagonizada por la actriz y guionista Lena Dunham, quién en uno de los capítulos afirma que ella comenzó a tatuarse en el instituto, cuando comenzó a cambiarle el cuerpo en un intento de controlarlo y ejercer dominio sobre el mismo y creo que Ada, en esencia, persigue el mismo objetivo. Es siempre desde el dolor donde se produce una ruptura, y a partir de la misma un cambio, una nueva transformación, en definitiva una nueva vivencia que le hace crecer y fundirse con sus deidades, donde comienza a tomar conciencia de su poder y comienza a aceptarse. Durante este proceso se rompe, se rasga y sangra. Sangra su cuerpo y sangran todes les que viven en ella. Es una novela con una potente carga poética que eleva, uniendo lo espiritual y lo corporal, siendo una herida abierta que no deja de supurar. Un canto a la locura, una llamada desde el otro lado.

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