Condenada

Condenada, de Chuck Palahniuk

244_GM26692.jpgMuerto. Difunto. Defenestrado. Fallecido. Cadáver. Exánime. Finado. Fiambre. ¿Me entendéis verdad? Así conocemos a nuestra protagonista lectores, muerta, más tiesa que la mojama, como pata de perro envenenado, cercana al rigor mortis, y para colmo siendo fea. Y está en el Infierno, después de morir de una manera que, bueno, no se puede contar porque sino no tendría gracia, que allá abajo todos tenemos algo que ocultar y la razón por la que nos morimos es algo íntimo y privado. ¡Ja! Morirse debe ser como entrar en las estaciones de trenes para coger el billete: buscas a alguien con inteligencia pero sólo te encuentras muertos que quieren chuparte la sangre. Demostrado, la muerte ya no sienta bien, pero da gustito. El Infierno es caliente amigos, eso es cierto. Llamas por aquí, llamas por allá, y muchas perversiones que contar con los dedos de la mano. Condenada es el viaje de una muerta, pero de una muerta muy especial, y perdonadme la indiscreción pero desde ya os digo que Dante Alighieri no tenía ni idea de lo que era el verdadero Infierno. Porque el verdadero inframundo es lo que vivimos aquí y la verdadera fiesta empieza cuando te obligan a cerrar los ojos, ¿para no abrirlos nunca más? Veo que no habéis entendido nada, pero esperad que yo os lo explico, que a mí eso de hacer de guía turístico por sitios extraños se me da a la perfección. Con vosotros, el viaje al mismo Infierno…

 Yo hablo de Chuck Palahniuk y empiezan a salirme corazoncitos de los ojos, de la boca, de mi cuerpo, y si tuviera un alma demostrable también me saldrían. Eso es así, y no soy objetivo con él, así que supongo que por mucho que me digan que sus libros son horribles, yo no me lo creeré nunca. ¿Horribles por qué, porque no son normales? Yo no necesito libros normales en mi vida, yo quiero tortazos en mi cara, yo quiero latidos en plan hiperactivo en mi pecho, yo quiero verdades como puños que me arrastren por el suelo, y yo quiero, ya que estamos, ser como Madison, la protagonista de Condenada que nos guía por el Infierno en un monólogo con el mismísimo Satanás, después de haberse muerto y haber aparecido en los reinos de la criatura de cuernos y ojos como los de las cabras. Yo no necesito historias livianas, al menos en este caso no, porque lo que quiero es dureza, es sudor, es tripas y víscera de la más pura, que me mueve leche, no que me deje sentado en el asiento sin saber muy bien qué narices he leído después de un par de días. Chuck Palahniuk es mi Dios, y eso no hay quien me lo quite. Y sí, soy consciente de parecer una niña que grita ante su grupo de música favorita, pero si tuviera coletitas como las niñas bien, me las estiraría hasta la extenuación y mis alaridos se escucharían hasta en la mismita China. Y se acabó.

 Esta nueva novela vuelve a ciertos orígenes de la mejor literatura que ha parido el autor en su mente calenturienta. ¿Apta para todos los públicos? No. Para los sensibles no será su libro favorito. Para aquellos que buscan únicamente novelas edulcoradas de amor, que se abstengan. Pero para aquellos que buscan emociones duras, de esas que se pueden casi tocar con las manos, Condenada será perfecta. Perfección en estado puro porque aquí no queda títere con cabeza: la sociedad de la opulencia queda cercenada, la religión con sus imaginarios queda a la altura del barro, el ser humano no lo será nunca más, porque en realidad sólo es un animal que gime y, de vez en cuando, se acuesta con alguien para conseguir algo a cambio, y aquí tener no es lo mismo que ser, porque estás muerto joder, y eso es muy grande. Pero lo que subyace en esta novela es, sin lugar a dudas, la irreverencia, la mala leche que tanto me gusta, el no casarse con nadie y poder hablar de todo sin tapujos. Qué bien sienta encontrarse a un autor como Chuck Palahniuk leches, un autor de esos que te dan lo mejor de sí mismos, que no te da un segundo de tregua y que te dispara a la cabeza y se queda tan ancho. Vivir, morir, dos caras de la misma moneda. Y al final lo único que queda bajo tierra son los gusanos que nos comen.

En el fondo a mí me va la caña. Y además, cuando uno acaba esta novela se queda pensando en una pregunta que ronda su cabeza una y otra vez, y es la siguiente: ¿que crees que es más divertido, el Cielo o el Infierno? Satanás puede ser el rey del inframundo, pero nadie dijo que morir y estar allí no pudiera convertirte en el próximo héroe moderno de todos los tiempos.

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