Desde que me puse a leer a Joshua Cohen y las cuatro historias de sus Cuatro mensajes nuevos, he abierto los ojos. Y eso, dicho de un libro de relatos (bueno, y de un libro en general) y más aún en los tiempos que corren, es como tropezar y caerse justo encima de (ponga usted aquí lo que crea oportuno).
Veamos. En Instagram me siguen desde el lunes pasado @farruKO y @pajaritos_X_aki. Da cierto mal rollo, ¿verdad? Mi hijo mayor cree que son detectives. Ahora LinkedIN me avisa. «Esta semana has tenido 2 nuevas visualizaciones de tu perfil». Entonces me se entra el mono (el otro) y dejo de atender a los niños. A ver, a ver… Clic, clic, clic y clic y clic y doble clic y triple. Es la quinta vez en menos de una hora. Me he colgado de esto igual que me colgué en su día de C.D.P. Sin querer, ¿sabe usted? Claro que lo sabe. Usuario y contraseña. ¿Usuario y contraseña? ¡Oh, no, usuario y contraseña, usuario y contraseña! «Mierda, no me acuerdo». Clic-clic y salgo. O entro, según se mire.
Ahí es cuando Joshua Cohen utilizando el primero de los relatos de Cuatro mensajes nuevos, me avisa: «Ojo, tío. ¿Tú estás seguro de lo que haces? Puede que esos dos que te han visitado estén revolviéndolo todo ahí dentro». Cierro el libro y pienso. Y luego respiro. «Menos mal que el viernes quité la foto del bebé. Ahora su carita rosada podría estar recorriendo los grupos de whatsapp de alguna rusa loca que se había infiltrado en LinkedIN». Sí, esa tal Helena Gorki o Porki. «48 ages», o como se diga. «Human Resources Director in TRANS-LEF CO. Multinational company of natural cosmetics and synthetics dicks (for you)». ¡Oh, yeah!
Pero también me digo que no, que puede que esta vez tenga suerte, para variar. Que tengo una corazonada y que vamos a empezar bien el año. Pánico. Curiosidad. Información. Morbo. Ilusión. Autoficción diaria digitalizada. Ficción en streaming. Distracción. Alienación. Capitalismo.
Algo de esto, la absurda manipulación que de nosotros hace (o hacemos que haga) la tecnología con la que convivimos, aparece como tema principal en esta magistral rareza (¡gracias a los raros!) que la editorial independiente De Conatus, junto a una impecable traducción de Javier Calvo, nos trae del aclamado autor norteamericano Joshua Cohen, la segunda obra suya que se edita en castellano tras la novela Los Reyes de la Mudanza (2017) y siete años después de haberse publicado en Estados Unidos. Pero oiga: mejor tarde que nunca.
Y digo que se trata de una rara avis primero porque no lo encontrará usted en las estanterías de superventas, como ya puede haber imaginado. Quizá si me apura, ni siquiera esté en las estanterías. Pero eso, usted también lo sabe, es una buena noticia.
En segundo lugar, porque no estamos ante un libro de relatos cualquiera, y de ahí el zarandeo. Cohen, a través de una prosa genuina muy particular (y tremendamente exigente también), nos presenta cuatro historias largas impregnadas de referencias más o menos reconocibles sobre nuestro mundo actual. Cohen da saltos y más saltos cambiando la visión espacio-temporal del lector, presentándonos un montón de personajes e introduciendo fantásticas reflexiones de gran profundidad filosófica (¿DFW reencarnado?) así como imágenes frescas llenas de ironía y de humor. De esta forma, el autor evita convertir estos extensos relatos en meros ejercicio de verborrea más propios de pirados o estafadores, de los ya archiconocidos encantadores de serpientes que luego se evaporan como la gaseosa, sin nada de chispa ni una pizca de malicia. No. Cohen sabe muy bien de lo que habla, es el más inteligente de la clase, el empollón de los años ochenta, con sus gafas y su flequillo y además conoce los mecanismos exactos para intentar golpearnos, para hacernos pensar, y de hecho lo consigue. Porque Cohen avisa. Cohen inquieta. ¡Cohen es fantástico!
Utilizando sólo cuatro historias (otra rareza en el mundo del relato) es capaz de mostrarnos toda la basura que se esconde en nuestros corazones tecnologizados. Mentiras. Depravación. Individualismo. Dependencia. Cohen utiliza también las propias historias a modo de subtexto, como una herramienta metafórica con la que hablarnos del propio lenguaje, de la creación literaria y de cómo se hacen las historias hoy en día (dentro y fuera de la Red), en un mundo tan dominado por la tecnología y con todo lo que eso conlleva.
Para terminar, si me lo permite, el último mensaje tecnológico es mío: lea a Joshua Cohen y luego si tiene agallas, desconéctese para siempre.
Feliz año.
Clic.