El infiltrado

Reseña del libro “El infiltrado”, de Marta Querol

el infiltrado


Con un título así lo primero que a uno (a mí) se le pasa por la chola es que va a encontrarse con una trama del tipo de la peli de Scorsese con DiCaprio, Damon, Nicholson y agentes dobles o triples o con una de espías durante la guerra fría tras el telón de acero inoxidable o con un programa de esos en los que el jefe se introduce en la plantilla de su propia empresa…

A Odín gracias, pues nunca me han llamado las novelas de espionaje y a Scorsese lo prefiero en pantalla grande, este libro no tiene nada, nada que ver con nada de eso.

El infiltrado transcurre en Arlodia, que viene a ser una suerte de Arcadia (hasta el nombre es parecido; solo cambia la sílaba “ca” por la “lo”), una especie de paraíso en el que tol mundo es güeno, vive una vida sencilla y natural en el campo y se dedica a sus tareas en este o a sus labores de hogar u otros oficios, ajenos a maldades, vicios y placeres. Sin embargo hay algo que hace especial a Arlodia, y es que esa aldea es un lugar de paso, una última parada, de las almas de los fallecidos, que llegan como viajeros para pasar una noche en aquella casa que quiera acogerles antes de partir hacia las Puertas del Cielo. Así ha sido durante siglos y así suponen los arlodianos que será siempre. Pero no. Si así fuera sería un rollo de libro.

La vida idílica y bucólica de las buenas gentes de Arlodia va a verse afectada, y mucho, con la llegada de un extraño viajero. Un viajero que va a poner patas arriba todo el pueblo y que va a malmeter y sembrar semillitas de odio, orgullo, desconfianza y otras muchas cualidades que serán de todo menos cristianas y bonitas. Vamos, que Arlodia va camino de convertirse una ciudad o pueblo del montón y a seguir la máxima de Dios dijo hermanos, no primos.

Desde el principio Gabriela, su anfitriona, intuye que el viajero no es trigo limpio, pero aunque no se fía de él, tampoco es que le preocupe mucho, total simplemente le molesta como la mira y tiene alguna conversación incómoda…

El viajero es perro viejo y como sabe más el diablo por viejo que por diablo, domina a la perfección el antiguo arte de enfrentar a los vecinos, el de tirar piedras y esconder sus muchas manos, y el de enseguida conocer a sus gentes y dar con sus puntos débiles… Es, desde luego un genio del mal, un emponzoñador del ambiente, un cabrito que malmete a base de bien. Lo que hoy se da en llamar gente tóxica. ¿Por qué? ¿Qué busca? ¿Por qué ha ido a parar a Arlodia un hombre así, cuando los únicos viajeros que llegan son las almas en tránsito, y por qué pasan los días y sigue sin marcharse?
Y en este punto es dónde uno puede preguntarse si los arlodianos son puros de corazón, por decirlo de alguna forma, porque lo son por naturaleza o porque hasta entonces no se les habían presentado las condiciones propicias para dejar salir su lado menos bueno. El santo Job era santo con razón. Cuando el diablo propuso a diosito tentarle este, muy majo él, le prohibió tocarle un pelo a Job, pero le recomendó que se cebara con su familia, que eso jodía más. En cambio, los arlodianos… ¿cómo actuarán? ¿Cederán a sus impulsos primarios o seguirán con su buenismo?

El infiltrado me ha tenido rehén desde su primera página. Su lectura fácil (cosa difícil de hacer), la ambientación como de cuento muy reconocible en nuestra primera memoria, la trama y su evolución, el ritmo de la narración, las descripciones breves pero eficaces y suficientes, los personajes bien construidos y con diálogos perfectamente naturales hacen que la novela se engulla con ansia y voracidad pero permitiendo a la vez el deleite.

Un libro con el encanto de los antiguos cuentos o fábulas, un thriller donde lo sobrenatural está presente pero sin ser prioritario, una lectura entretenida, absorbente y original.

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