El oso y el ruiseñor, de Katherine Arden

El oso y el ruiseñorEscribo esta reseña desde debajo de mis mantas. Estoy acurrucada debajo de ellas, con el portátil resplandeciente entre mis manos y una taza de té humeante en la mesilla. Miro de reojo por la ventana y veo que está lloviendo a mares. Es octubre, todavía no nieva, pero las mañanas son frías y las noches empiezan a acortarse. Eso significa que el invierno está llegando. Está a la vuelta de la esquina. 

Será por eso que ha sido el mejor momento para leer el libro del que vengo a hablaros hoy. Se trata de El oso y el ruiseñor, de Katherine Arden, una de las novedades de Nocturna y que está traducida por Maia Figueroa. Antes de empezar diré que la traductora ha tenido que hacer una labor de titanes porque lo que contiene este libro es de traca… Y ahora sabréis por qué es. 

Hay que viajar lejos, muy lejos. Tanto en el tiempo como en el espacio. Nos vamos a la Rusia medieval, donde las personas vivían bajo el yugo de las heladas y bajo unas creencias que les decían qué tenían que hacer y qué no. Allí conoceremos a Vasia, una joven que, lejos de ser la típica mujer de la época cuyas miras están únicamente en encontrar un marido, nos demuestra que la vida es mucho más interesante si la observamos desde sus ojos. Vasia es especial, puede ver espíritus allá donde va, espíritus que hacen cosas y que pueden llegar a ser muy despiadados si no se les hacen las ofrendas correctas. 

En este punto de la historia es donde entra Anna, la mujer del padre de Vasia. Si los espíritus pueden llegar a ser despiadados, no os quiero ni contar de lo que es capaz esta señora. Lo odiosa que es traspasa el papel enseguida, de eso no hay duda, así que es muy fácil comprender por qué Vasia no puede ni verla. 

Pero todo esto dejará de importar —al menos un poco—, cuando, después de un duro invierno, los ciudadanos no pueden dejar todas las ofrendas que desearían, lo que desata lo peor que os podéis imaginar. 

No sé por qué jamás se me había ocurrido pensar en la mitología de la Rusia medieval. Bueno, no es algo en lo que la gente normal piense a menudo… ¿no? Quiero decir, la griega, la romana, la egipcia, incluso la nórdica, son mitologías que siempre he tenido a mano, y eso hace que me olvide de que hay muchísimo más. Y la prueba de ello es este libro, donde la mitología es lo único que importa. Y aquí tengo que hacer mención especial al glosario que viene en la parte final del libro que, al menos a mí, me ha resultado imprescindible para entender toda la historia. Esto guarda relación directa con la mención que hice anteriormente a la traductora, y es que hay tantas palabras extrañas en su interior y está contado de una manera tan especial, que me imagino la cabeza de la traductora echando humo cuando le tocó encargarse de este libro. ¡Mi enhorabuena desde aquí!

Si bien os digo todas las cosas buenas de un libro, también sabéis que tengo que decir las malas. O bueno, mejor sustituir «malas» por «no tan buenas» —que vivan los eufemismos—. El mayor pero que le pongo al libro es que me costó entrar en materia. Iba con muchas ganas, pues tenía bastantes expectativas en este libro, pero me costó entender de qué iba. El principio es un poco confuso porque la autora, Katherine Arden, nos introduce de pleno en esa cultura que, por lo menos para mí, me resulta tan ajena. Sin tiempo para entender qué pasaba, me vi rodeada de muchas historias y mitología que me hicieron dudar de si estaba comprendiendo bien el libro. Sí es cierto que, a medida que iban avanzando las páginas, esos fantasmas de la incomprensión se fueron esfumando a medida que el texto y el lenguaje ya me era más familiar. Por lo que me veo en la obligación de decir que si os pasa lo mismo que a mí, continuad leyendo El oso y el ruiseñor, no tiréis la toalla, porque merece la pena. Al principio quizá cueste, pero serán unas pocas páginas y pronto entenderéis de sobra quiénes son los rus o qué es un solovéi. 

Y lo que os pasará es que querréis más y os tendréis que esperar porque esta es la primera parte de una trilogía que pronto —esperemos— llegará a España. Mientras tanto solo queda esperar. Yo, por mi parte, creo que me quedaré aquí dentro un ratito más, intentando no pensar en lo duro y largo que es el invierno. 

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