Reseña del libro “El sendero de la sal”, de Raynor Winn
Practicar la desobediencia civil es mucho más que no cumplir unas normas. Leer El sendero de la sal, me ha recordado la caminata que Gandhi organizó para que la población india cogiera la sal que necesitaba, sin pagar los impuestos que les pedía el imperio británico. Raynor Winn escribe una defensa de la vida y del presente, que de un modo pacífico y bello, pone en evidencia las contradicciones y perversiones del sistema económico que nos domina. O como diría Gandhi, al que entregamos nuestras vidas a diario.
Tras una jugada financiera mal llevada por el amigo en el que habían confiado sus gestiones económicas, la autora de El sendero de la sal y su marido Moth pierden sus ahorros y la granja en la que vivían. No solo la habitaban sino que era su profesión y su sustento. Al verse abocados al subsidio o prestaciones públicas nada dignas, sin techo, sin proyecto vital y con la trágica noticia de una enfermedad degenerativa terminal del marido, Raynor Winn decide que deben ponerse en camino.
Como pareja sin hijos, antes, eran senderistas y confiaban en la naturaleza. Se fueron con poco más de 30 libras a la semana para sobrevivir, una tienda de campaña ligera y cargados de esperanza. Dicen que cuando no te queda mas remedio que hacer lo que estás haciendo no eres valiente. No me lo parece. Ellos podrían haberse escondido en hogares prestados de familiares y amigos, mientras el cuerpo de Moth se consumía esperando la atención de los servicios sociales. Y no lo hicieron.
El sendero de la sal es un recorrido de casi 1500 millas en el sudoeste de Gran Bretaña. Acantilados, viento, sol implacable, aulagas y naturaleza salvaje. Cada cultura tiene sus referencias, pues alguna lectora podría asimilar esta experiencia al Camino de Santiago. Pienso que sería un error categorial. Aunque comparten el viaje del héroe, que tiene más de inmersión interior que de recorrer kilómetros, en este libro no hay iglesias ni hermandad en ese sentido. Las personas que se encuentran o les aplauden el atrevimiento de caminar sin tiempo límite con más de 50 años o les desprecian, insultan e incluso apartan físicamente al conocer su situación de personas sin hogar.
Pero es que su hogar no tiene nada que ver con las pautas del estado del bienestar. Al perder las propiedades materiales, pusieron en valor el aquí y el ahora, cada día vivos y juntos, la condición sublime de los fenómenos naturales, que pueden matarte si acampas demasiado cerca del acantilado en un día de viento pero que inundan tus pupilas de esa belleza inmensa. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Porque poner un paso delante de otro, como la familia Joad de “Las uvas de la ira”, es pura vida.
No debió ser fácil tomar decisiones de este tipo, con los seres queridos en contra, la hija preocupada, sin teléfono móvil, sin saber hasta dónde llegaría el cuerpo degenerado y en corrupción de Moth, enfrentándose día a día al desprecio de los ¿iguales? Y sin embargo… Tendrás que leer los pasajes para compartir esta aventura, pero lo que seguro que ya sabes es que El sendero de la sal es un best seller. Esta no es una razón para argumentar a favor del libro pues ya sabes que a todas las moscas les gusta esa comida, sino una referencia a esas lectoras, que como yo imagino, han tomado entre sus manos esta lectura de manera escéptica, esperando mucho mensaje de autoyuda y se han encontrado nada más que verdad pura. Una mirada limpia y transparente a la condición humana.
- ¿Nosotros tenemos un plan?
- Claro que sí. Caminar hasta que dejemos de hacerlo y puede que en el camino encontremos algún tipo de futuro.
- Es un buen plan. (p.69)