El tesoro del Cisne Negro, de Paco Roca y Guillermo Corral

Es asombroso todo lo que puede esconderse tras un titular que apenas lees por encima. De un titular del que, aproximadamente hace unos seis años, seguramente muchos, yo mismo incluido, nos conformamos simplemente con leer sin molestarnos en profundizar más allá, en bajar a las profundidades de la noticia, porque saltamos de un encabezamiento a otro con demasiada facilidad, leyendo solo “lo gordo” en estos tiempos, y en aquellos, en los que todo va tan deprisa.

Pero recuerdo que el titular decía algo así como “Odyssey deberá devolver a España el mayor tesoro rescatado en el mar”. Recuerdo también que me llamó la atención que un tribunal de EE.UU. diera la razón a España en contra de una empresa compatriota. Y recuerdo que el procedimiento fue muy largo, toda una odisea –había que meter la gracia en algún sitio y ha tocado aquí– de unos cuatro años. Y hasta ahí mis recuerdos al respecto.

Poco imaginaba que esa historia iba a ser llevada al cómic casi una década después por el ínclito Paco Roca, (y aún menos que allá por el 2020, si todo sale bien, habrá una miniserie para incorporar aspectos que no se han podido incluir en la historia), aunque eso, sí, cambiando nombres, por si acaso.

Roca, Premio Nacional del Cómic en 2008, acostumbrado a dibujar sus propias historias, se ocupa esta vez del dibujo y Guillermo Corral del guion. Un guion del que este último, diplomático de carrera, ha sido testigo de primera mano y del que admite que, de alguna manera, es el prota.

El tesoro de Cisne Negro no es una aventura de piratas, (o al menos no de los de parche en el ojo, loro al hombro y pata de palo), aunque piratas haberlos haylos en este cómic; sino más bien una aventura burocrática y realista, y eso no es malo. Al contrario, tiene mucho mérito haber fraguado una historia así y entretener de tal manera que no se quiera soltar el tebeo, incluso sabiendo el final.

“¿Al ladrón que ha entrado en su casa usted le daría un porcentaje por recuperar lo robado? ¿A que sería absurdo?”

El cómic comienza presentándonos a  Alex, un joven diplomático, 26 años, número uno de su promoción, que tras un mes en la Dirección General del Servicio Exterior pasa a ser asesor diplomático del ministro de Cultura. Veremos un poco de su día a día, recién mudado de piso, con las cajas aún sin desempaquetar, con un trabajo que está descubriendo y le está gustando,… hasta que la noticia del descubrimiento del mayor tesoro submarino de la historia le mete de lleno en el gabinete que tratará de recuperarlo.

Conviene aclarar que “Cisne Negro” no es el nombre del galeón español hundido, sino la denominación que recibe un galeón con el tesoro completo. En realidad, nuestro cisne negro es La Merced, una fragata hundida vil y traicioneramente por los bastardos de la muy pérfida y muy Albión, hijos de la Gran Bretaña.

Por si fuera poco, aparte de la burocracia, nuestros funcionarios deberán luchar contra presiones de embajadores, congresistas comprados, intrigas políticas, teléfonos intervenidos y los intereses propios de cada ministerio, que al final serán los cabronazos que se cuelguen las medallas sin tener en cuenta el duro trabajo de los funcionarios anónimos que se han dejado la piel. Ah, y entre tanto, Alex intentará ligarse a su compañera.

“No entienden que la cultura es lo más importante que tenemos. La cultura es todo. ¡Lope! ¡Cervantes! ¡Velázquez! Ése es nuestro petróleo.”

El tesoro del Cisne Negro mezcla por una parte aventuras, lo que quería Corral, y por otra realidad documental, lo que proponía Roca, conformando un todo magistralmente integrado en el que ambas partes beben la una de la otra y se complementan en equilibrada armonía.

Dicen por ahí que recuerda a Tintín (hasta en uno de sus títulos El tesoro de Rackham el Rojo) y a Indiana Jones. Lo cierto es que habré leído dos tebeos de Hergé en mi vida (sí, lo sé, tengo que remediar eso) y fue de pequeño, así que no puedo decir nada sobre ello, aunque sí que flota algo en sus páginas que no sé explicar muy bien y que huele a Tintín.

Por otra parte, hay que alabar la edición de Astiberri, a la que para ser de lujo solo falta un deluxe serigrafiado en la portada. Tapa dura, buen papel y un tamaño correcto y sin precios excesivos ni desproporcionados.

Paco Roca no decepciona nunca. Fiel a su estilo pictórico, sus historias pueden parecer sencillas, pero siempre tienen un trasfondo mucho más elaborado. El tío se lo curra.

Para este trabajo ha decido impregnar a la mayor parte de la trama unos tonos ocres que encajan muy bien con el ambiente que se respira entre despachos, salas de documentación, salas de reuniones, archivos… Además, casi a mitad del tomo encaja la historia de lo sucedido a La Merced, narrado como si fuera una novela antigua, con dibujos a página completa. Puede que pase desapercibido, pero esas páginas son un elemento imprescindible para apelar al lector a querer recuperar lo que ha sido robado y destrozado. Porque no es lo mismo que te cuenten algo de palabra, que verlo con tus ojos. Cuando lo ves, existe más aún, comprendes mejor y te involucras más.

A Roca lo descubrí y me emocionó con Arrugas, me ganó con El invierno del dibujante, me hizo reír con varias historias pijameras y me machacó con La casa. Ahora, con un argumento menos emocional, pero sí emocionante, (me ha tenido en tensión y con el culo “prieto”)  he vuelto a rendirme a este autor.

Un cómic entretenido, enganchante, fluido y una de las lecturas imprescindibles de este año a punto de acabar.

Bien por Roca, y bien por Corral.

Por cierto, ese final sí que es todo un homenaje a Indiana Jones En busca del arca perdida.

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