Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, de Philip K. Dick

fluyanmisVoy a dejar claro que conozco más a Philip K. Dick por el cine que por los libros. Es más, solo por el cine. Películas como Blade Runner, Desafío Total, Minority Report, A Scanner Darkly (esta menos conocida, pero no menos cojonuda, y usando la siempre llamativa técnica de la rotoscopia) han sido adaptaciones de obras suyas con éxito que han marcado profundamente a una generación convirtiéndose algunas de ellas en obras cumbre y de culto.

También reconozco que no había leído nada de Dick, aunque sí empecé ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y me estaba gustando. Si no seguí con su lectura fue porque se me cruzaron otras cuantas en medio, pero tengo muy claro que he de regresar a ese libro porque me estaba entreteniendo, había bastantes diferencias respecto al peliculón de Scott y, además, el título tenía un sentido que en el filme se le roba.

Así que, aprovechando que parece que Minotauro va a reeditar algunas obras de uno de los escritores de ciencia ficción que más ha influido en el género, me dispuse a pagar parte de mi deuda lectora con Dick con un libro con el, también curioso, título,  Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, el cual por cierto, se rumoreaba hace algún tiempo que iba a ser adaptada por los responsables de una de las secuelas de Terminator.

Pero a lo que vamos. El libro que nos ocupa se escribió en 1970, se publicó en 1974 y se ambienta en EE.UU en un 1988 distópico, que ahora parece más una ucronía. Jason Taverner, protagonista casi absoluto, es un seis, un hombre mejorado genéticamente. Y es superfamoso. (Dick no supo predecir las mierdas de los programas de telerrealidad de la actualidad). Tiene unos cuantos discos como cantante, presenta un programa de televisión que siguen treinta millones de personas que le idolatran, la vida le sonríe, está forrado y no le falta de nada. Sería como un Bertín Os… no, quítate de ahí, joder, mal ejemplo y ya le gustaría además. Sería como Leticia Sabater. Mejor, pero no, tampoco. Como Raffaella Carrà. Eso. Hasta que un día despierta en sucio motel, sin ninguno de sus documentos de identidad, pero con el fajo de billetes que llevaba la noche anterior. Lo malo es que nadie le conoce. Ni amigos, ni fans, ni su novia ni antiguas parejas… nadie. Lo peor de esa situación no es solo eso, sino que estamos en una sociedad en la que una persona indocumentada va derecha a los campos de trabajos forzados. (Aprovecho para ilustrar un poco más el tipo de sociedad que tenemos tras una segunda guerra civil: los negros casi se han extinguido y son tratados como personas en peligro de extinción y solo tienen derecho a un hijo por pareja; los estudiantes viven como fugitivos en sus propias universidades sin posibilidad de salir de ellas so pena de ir directos a un campo de trabajo…) Pero es que además, cágate, lorito, Jason Taverner, tampoco figura en ningún registro policial y eso es algo imposible…

El policía del título, Felix Buckman, cree que Jason Taverner debe de ser alguien muy importante pues ha de tener contactos muy arriba para eliminar tan bien el rastro de una persona.

Y así, con estas breves pinceladas arranca la historia. Una historia que te coloca en el papel de Jason, que te hace preguntarte qué es lo que está pasando, por qué nadie le conoce, y te hace idear teorías de todo tipo (yo llegué a pensar que había sido llevado a un universo paralelo) para intentar dar sentido a lo que le ocurre al prota, empeñado, lógicamente, en recuperar su vida evitando todo lo posible a las autoridades. Y necesitas leer. Necesitas seguir avanzando para ver cómo sale, si es que sale, de semejante marronazo.

“Jason Taverner dejó que nos fijásemos en él y, tal como dicen, una vez que las autoridades se fijan en uno, jamás lo olvidan del todo.”

Me ha entretenido de lo lindo su lectura. Bien escrito, con prosa fácil y sin términos complejos ni florituras literarias, pero con muchos detalles (colonias marcianas, coches voladores, muñecos de juguete con la función de un oráculo, humanos genéticamente modificados,…), que ayudan a ambientar e ilustrar tecnológicamente y a entender cómo concibió Dick un/su futuro (ya pasado) totalitario. (Por cierto, es muy raro que la sociedad haya avanzado tanto como para desarrollar coches voladores, pero siga escuchando música con tocadiscos. En fin, las anacronías también tienen su aquel).

Dick desarrolla con clase un libro sobre la identidad, la soledad, las drogas, la realidad y la percepción de esta, la angustia existencial, e incluso filosofía y amor… Temas muchos de estos, sobre todo los de realidad alterada, percepción e identidad, que fueron una obsesión para el autor. Lo de las drogas también, vaya.

Como pega, tal vez lo escueto de la explicación al porqué sucede lo que sucede, narrada en una conversación sin darle mayor importancia (¡con todo lo que hemos pasado!), como si estuvieran hablando del resultado de un partido de fútbol. Pero bueno, al final se entiende y encaja, que es lo importante.

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía es una historia dinámica, en constante movimiento, que no da tregua, que cautiva, que gustara a los que conocen al autor, a los que les guste la buena ci-fi, o a los que, simplemente, buscan una buena lectura que enganche desde la primera página y que les haga pensar. Un libro que, aunque ya tiene casi 50 tacos, no lo parece pues no ha envejecido nada (esto… salvo lo del tocadiscos), que ha conseguido que me interese aún más por la obra de este maestro y que vuelva a querer reengancharme a sus ovejas eléctricas.

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