Galveston

Galveston, de Nic Pizzolatto

GalvestonA veces no hay modo alguno de escapar de la derrota. Es más que un hecho. El sentimiento de estar definitivamente derrotado. Roy Cody lo está. Y uno imagina que sucede mucho antes de que el médico le diagnostique un cáncer avanzado. De profesión sicario, a Roy le acaba de abandonar su novia para irse con su jefe, quien además, sospecha, planea liquidarle. Así que bebe. Y la vida es esto, hasta que en su camino se cruza ella. Su nombre es Rocky y, como a él, también le han vencido en demasiadas batallas. De fondo suena el nombre que da título a esta novela negra, Galveston, que es también un lugar del que venir o al que escapar a través de la América inhóspita de las barras de bar y los moteles de carretera.

A su autor, algunos ya lo conoceréis. Es uno de los responsables, – el otro es su director, Cary Fukunaga-, del éxito de True detective, la serie revelación de la última temporada. Nic Pizzolatto, que no llega a los cuarenta años, participó como guionista en varios capítulos de The killing y fue profesor de literatura en la universidad. Es oriundo de Luisiana, que hace frontera con Texas, estado al que pertenece la ciudad costera de Galveston que en 1900 fue azotada por el huracán más mortífero que se recuerde en la historia de los Estados Unidos, muy por encima del Katrina. Otros tres ciclones la han sacudido desde entonces. El último en 2008.

Es precisamente este año, junto a 1987, en el que se sitúa la narración de esta historia. A Pizzolatto se le da bien moverse entre tiempos. Le ocurre en la vida real. Galveston fue publicada por primera vez en 2010 y, sin embargo, es ahora cuando probablemente más se esté hablando de ella. Es por ello que uno se acerca a su novela con cierta cautela. Existen garantías, el fabuloso guión de True detective, me vais a perdonar la insistencia, lo avala. Es también lo que echa para atrás. El éxito a veces eclipsa y no todo lo que queda por debajo de su manto es siempre igual de bueno. A veces ni se le acerca. Pero este no es el caso. Galveston tiene méritos de sobra para defenderse por sí misma.

Narrada con la voz lírica y rota de su protagonista, que suena oscura, casi negra, Pizzolatto nos recuerda que nunca se trató de buenos y malos, en realidad. Y Roy Cody, asesino a sueldo que, ironías de la vida, ahora huye de la muerte con varios frentes abiertos, no lo es. Ninguna de las dos cosas. Tampoco Rocky que está herida y ya se sabe lo que se dice de los animales rotos. Que es cuando más peligrosos se vuelven. Sea como sea, lo que gusta de Galveston es la belleza con la que está escrita, a pesar de todo lo sórdido que la rodea. En ella su protagonista, cuya fecha de caducidad está ya puesta, trata de sobrevivir y ayudar a la joven, en una trepidante carrera contrareloj, que marcha a través del tiempo pero además del espacio, consciente de que también ellos dos, como perfectos antihéroes, son como un huracán. Y está en su naturaleza arrasar con todo.

Un relato a ratos conmovedor, a ratos violento, en el que Pizzolatto juega bien sus tiempos, en ese constante ejercicio que tenemos de recordar lo pasado a medida que nos encontramos más cerca de llegar a algún lugar. Aunque éste anuncie tormenta. Como si sus vidas no fueran más que un largo invierno, y nuestra lectura se llenara de un poso amargo, en esa espera desamparada de que al fin salga el sol. Es probable que no ocurra. Y, sin embargo, hay algo que ilumina Galveston. Son esos momentos pequeños, casi desapercibidos, dotados de humanidad y belleza que suceden con prisas en los que las ideas se aclaran y uno trata de que algunas cosas salgan simplemente bien. Recuerdos, e intenciones, que vienen y van. Como su lectura. Que a veces se cumplen. O como un huracán. Que giran después por encima de sus cabezas.

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