La calle

Reseña del libro “La calle”, de Ann Petry

La calle

Hay temas sobre los que es difícil escribir porque son delicados, porque han hecho y hacen sufrir a mucha gente, porque sin quererlo puedes caer en la conmiseración o la condescendencia o puedes ofender a alguien o simplemente porque es difícil hablar sobre lo que no has experimentado en primera persona. Uno de estos temas, es el racismo. Un tema largamente debatido y sobre el que hay cientos de novelas, ensayos, películas, series, documentales… y sobre el que han reflexionado millones de personas, entre ellos grandes pensadores o activistas. Por lo tanto, nada que pueda escribir hoy aquí va a tener apenas relevancia. Sin embargo, tras ver o leer ciertas cosas no puedes mantenerte al margen y no pensar y hablar sobre ello. 

En las últimas semanas he leído La calle de Ann Petry, una novela publicada en 1946, década en la que la literatura afroamericana que exponía la vida a la que se veían abocados los negros, tenía algunos buenos exponentes masculinos. Entonces, llegó Ann Petry y se atrevió a escribir y publicar una novela que trataba sobre la raza y la pobreza asociada, incluyendo otro punto más, el sexismo. 

Es descorazonador ver cómo nuestro origen en ciertos casos determina sin vuelta atrás nuestro camino y nuestro final, hagas lo que hagas. Yo misma, y seguramente el 90% de los que estáis leyendo esta reseña, por suerte, no podemos imaginarnos de verdad lo que es la pobreza extrema. No hablo de la pobreza propia de lo que conocemos como la clase media-baja o baja… hablo de la pobreza total y real, de esa que prácticamente no tiene escapatoria ni solución, de esa que te deja sin ninguna carta para sumarte a la partida. De esa pobreza,  por tanto, en la que no es que no puedas ganar, sino que directamente tienes prohibido participar. Esa pobreza asfixiante que te rodea como si de un muro se tratase y aunque busques con todas tus fuerzas una pequeña grieta por la que respirar aire fresco y derribarlo para salir al exterior, es imposible. 

Esto es lo que cuenta La Calle, la vida de las personas que se encuentran dentro de ese muro sin casi ninguna oportunidad de salir de él porque incluso en el supuesto de que logren derruirlo y salir fuera, siempre darán con otro y otro y otro y nunca podrán escapar del todo de su destino, que es perecer entre las paredes de ese muro que conforma la calle. Calles como las del Harlem de los 40 en las que sucede esta historia. Pero son muchas más. A lo largo del ancho mundo hay cientos de calles así, en todos los países, en todas las ciudades sean del norte, del sur, del este o del oeste. Sea donde sea, siempre hay un grupo de calles que hacinan a este grupo de personas que nacen sin apenas ninguna posibilidad de prosperar y cambiar su sino. Personas que tristemente y en su mayoría, son mujeres. Porque sí, la pobreza y la desgracia se ceba especialmente con el género femenino y más aún si son negras. Si a eso le sumas madre soltera, tienes para bingo. Este es el caso de Lutie Johnson, la protagonista de la novela de Ann Petry. Esta nos narra a la perfección la desesperación de una joven y bella mujer negra, madre de un niño de 8 años, separada de un marido infiel que se busca a otra mujer más joven para no sentirse solo, mientras ella se desloma a trabajar en la casa de una familia blanca cuidando de su hijo, sin apenas poder ver crecer al suyo propio. 

Así que estabas atrapada en un círculo vicioso. Por más vueltas que diera, siempre acabaría en el mismo sitio, porque, si eras negra, vivías en Nueva York y tu presupuesto para el alquiler era limitado, no te quedaba otra que vivir en una casa como la suya. Y mientras tú estabas dejándote la piel para pagar el alquiler de esa porquería infecta, el mundo exterior se hacía cargo de tu hijo. La calle aceptaba con gusto esa responsabilidad. Se convertía en el padre y en la madre de tu retoño y se encargaba de educarlo en tu lugar. Pero la calle era un padre degenerado y una madre depravada con los que tú, por descontado, colaborabas al hablarle sin parar a tu hijo de dinero”.

Durante todo el libro vemos cómo su vida y la de su raza ha sido diseñada por otra gente, por otra raza, que acota en qué zonas pueden vivir y qué trabajos pueden realizar: empleadas domésticas, conserjes, limpia botas, mozos en el coche cama… sea como sea, su trabajo siempre es la servidumbre. Incluso aunque tengan suerte y consigan, por ejemplo, ser músicos y tocar en algunos bares de postín y ganar el dinero suficiente para salir de la calle, esta sigue en ellos porque todo lo vivido no se olvida y porque a fin de cuentas, siguen sirviendo a algún blanco más rico que ellos. Ann Petry logra meternos a la perfección en la narración del libro. Se palpa la desesperación, la frustración de la situación en la que se encuentran los personajes por su color de piel, porque un sistema arraigado desde hace siglos ha decidido que son inferiores. También se palpa la tensión que va in crescendo, haciendo cada vez más evidente la sensación de que va a pasar algo. 

La calle es una novela desgarradora y contradictoria que, aunque imaginas cómo va acabar, no puedes dejar de leer conservando una mínima esperanza, al igual que la protagonista, de que encuentre una solución para su desesperada situación. La autora tiene un gran talento para dar voz a cada uno de los personajes en los diferentes capítulos del libro. Esboza un mapa completo de la situación de los negros en el Nueva York de esos años mediante sus sentimientos, sus reflexiones y sus acciones. Lo hace valiéndose de una prosa directa, sin pelos en la lengua y que no cuenta, si no que muestra, el día a día de cada uno de ellos. Presenta unos personajes depravados y perversos, pero a  la vez todos son tan humanos que no puedes evitar sentir cierta empatía por ellos y su situación. A pesar de ser unos personajes bastante estereotipados, muy típicos de la novela negra más clásica, Petry se las arregla para que cada uno de ellos sea peculiar, complejo e inolvidable. 

Cuando te lees un libro sobre el racismo imperante en la sociedad estadounidense en los años 40, esperas ver el reflejo de la sociedad de esa época, pero lo que no esperas es ver también bastante reflejada la sociedad de hoy en día, año 2021, más de 80 años después… y no sólo hablo del racismo, sino de los prejuicios y la desigualdad hacia la mujer. Por supuesto que se ha avanzado, pero casi un siglo después esperas que directamente lo que estás leyendo te sea tan ajeno que te parezca una broma. Es terrible sentir la desesperanza, la impotencia y hasta la decadencia y perversión a la que se ven abocados todos los personajes por el simple hecho de haber nacido con el color o el sexo equivocado según las normas y cánones establecidos siglos antes.

Bajó la cabeza y se miró las manos. Eran unas manos fuertes de piel morena, con unos dedos largos y elegantes. Puede que la piel de color le resultase normal porque era aquella con la que había nacido. Tal vez se había acostumbrado a ella. Puede que a quienes habían nacido con la piel blanca les pareciese horrenda. Sin embargo, esa piel de color era suave, una piel por debajo de la cual discurría sangre, una piel de la que estaban cubiertos unos cuerpos tan bien formados como los que estaban cubiertos de piel blanca. Pero, aunque resultase chocante contemplar a gente de piel negra, Lutie no comprendía por qué la gente con la piel blanca los odiaba. Porque no podía ser otra cosa más que odio lo que los llevaba a meter a todos los negros en esa categoría perfectamente delimitada conocida como «gente de color»; una categoría para la que siempre tenían reservados, además, unos trabajos muy concretos y un trato muy particular“.

Ann Petry escribió un clásico perdurable a lo largo de los años.  La calle, es una novela compleja que aúna críticas sociales mordaces, un fiel reflejo de la sociedad y los problemas de la época y que, sin embargo, su vigencia hoy en día sigue intacta gracias a un abanico de personajes terriblemente humanos e inolvidables y a un estilo dinámico, directo y mordaz, pero también, pulido y elegante, que navega entre el thriller y la novela costumbrista. Si os animáis a introduciros en la calle, no querréis salir de ella… o sí, pero os será imposible dejarla atrás.

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