La chica de la máquina de escribir

Reseña del libro “La chica de la máquina de escribir”, de Desy Icardi

La escritura y la memoria siempre han ido de la mano. Contar lo ocurrido es uno de los rasgos fundamentales del ser humano. La chica de la máquina de escribir es una de esas novelas feel good que refiere constantemente a esa nostalgia del recuerdo, que queda fijado tanto en los objetos como en las manos que empuñan la pluma o en este caso la Olivetti roja, fetiche donde los haya. Aunque precisamente la protagonista se mueva entre dos tiempos, que son dos mundos: desde donde lo cuenta y desde lo vivido. “Piensas de nuevo en las páginas que escribiste esa mañana y que luego has releído con tanta avidez y asombro, casi como si no fueras tú la autora. (…) ¿Eres tú en realidad la autora de esas páginas?” (p. 94)

Con esa sugerente segunda persona, la autora Desy Icardi te vuelve cómplice de manera íntima del crecimiento de la protagonista. Revisar tu historia personal desde la tercera edad puede ser un tanto bizarro. “Recordar hoy aquella noche lejana (…), verla de nuevo a través del filtro de la página escrita (…) hace que te parezca diferente a como la recordabas: menos poética, nada romántica y un poquito grotesca” (p. 145) Lo vivido pierde color y consistencia a la luz de la página escrita. Sin embargo, los artefactos, las “cosas” parecen poseer el don mágico de guardar la intensidad del momento recordado.

Si has trabajado cara al público, si has vendido algún objeto alguna vez, sabrás la importancia de conectar lo que evoca dicho “producto” con lo que espera quien lo quiere adquirir. La protagonista de  La chica de la máquina de escribir adoraba su colección y no se la vendía a cualquiera. De hecho, la tienda que abrió se llamaba “La Vendedora de Recuerdos”. Recordatorio es una palabra muy potente. “¿Qué es un recordatorio sino algo que usamos para rememorar otra cosa?” (p. 217). Porque estos libros indagan en nuestra esencia pues “nuestra mente no está hecha para percibir la felicidad en el presente, sino más bien para reconocerla muchos años después a través del filtro del tiempo y de los recuerdos” (p. 74).

El paso cronológico de acontecimientos, la sucesión de escenas y pasajes en tu vida, es otra de las claves de esta historia ambientada en la Italia fascista de Mussolini. “El abogado Ferro no calculaba el tiempo en horas, días o semanas, sino en libros leídos. (…) Había muchísimos libros buenos y la vida humana no bastaba más que para leer una ínfima parte de ellos” (p. 247). Con frases como estas ya podéis imaginar lo fan que terminas siendo de esta historia ligera pero bien construida. Ligera pues los amoríos y las experiencias vitales sencillas recorren las páginas, aunque también hay dardos que te hieren para siempre: “una decena de relojes (…) tan alineados unos junto a otros que te recuerdan un pequeño pelotón de fusilamiento; al fin y al cabo, ¿no es el tiempo la más letal de las armas?” (p.52)

Finalmente, es una oda a la literatura como resistencia, al valor de los libros y de la lectura, al amor por todas las historias y por los objetos que las atesoran. La chica de la máquina de escribir es la lectura perfecta para estas tardes de otoño, con lluvia y frío, en las que el sofá y la manta te van llamando a gritos para que te hagas fuerte allí en tus horas libres. Y con la gracia de una carambola ejercites el músculo lector crítico para mirar con buenas gafas los sucesos apocalípticos de un mundo que parece haber perdido la memoria reciente. “Los libros desarrollan muchas dotes, incluido el valor, y rodearse de amantes de los libros te hace sentir casi invulnerable” (p. 304)

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