La llamada

Reseña del libro “La llamada”, de Peadar O’Guilin

La llamada

Escribo estas primeras palabras resollando y con la lengua fuera. El sello Salamandra nos tiene habituados a novelas juveniles bastante potentes, pero esta en concreto de La llamada de Peadar O’Guilin, que acabo de terminar, es de las que te hace cambiar las prioridades. Si leéis mucho y con intensidad, ya sabéis a lo que me refiero. Cuando te das cuenta de que se ha pasado de largo la hora de comer porque empiezas a sentir debilidad y el estómago te habla con reproches. O cuando el silencio de la noche te sorprende con una linterna de mano, acurrucada de mala manera hasta la tortícolis. Pero no por evitar perturbar el sueño de los demás, ¡qué va!, sino para te dejen leer tranquila porque algo está a punto de suceder. ¡Siempre está a punto de suceder! Y tienes tres minutos para salvarte.

La ficción tiene lugar en Irlanda. Podría ser una Irlanda actual, en cualquier caso hace tiempo que ha quedado aislada por una niebla que hace que ni los barcos puedan navegar ni los aviones despegar. Están incomunicados del resto del mundo hasta el punto que Internet y los ordenadores se han quedado obsoletos. Pero tienen otros problemas más urgentes que atender, como que los adolescentes desaparezcan de repente, uno por uno, dejando en su lugar un montoncito de ropa en el suelo. Todos ellos recibirán algún día la La llamada, y aparecerán tres minutos después en el mismo lugar, vivos o muertos, sobre todo muertos. Por eso en Irlanda se han implementado distintas escuelas de supervivencia, con la intención de aumentar el porcentaje de personas capaces de alcanzar la edad adulta, aunque sea con secuelas. Ya que, ante todo, «la nación debe sobrevivir».

¿Y quién es nuestro personaje estandarte? ¿La valiente a la que acompañaremos en sus penas y alegrías, a través de la que sentiremos la inminente cercanía de La llamada y por la que apostaremos todo para que sobreviva? Su nombre es Nessa y tiene las piernas deformes debido a que contrajo la polio en su niñez. Es decir, que esto va de correr y nuestra protagonista no puede correr. El drama está servido. ¡Pero cómo me gusta sufrir! Si ya de primeras la historia tiene potencial para morderse las uñas, Nessa lo complica aún más hasta el retortijón. Porque no es que parta de cero, es que parte de menos diez. Como tratar de escalar una torre estando en el foso, sin manos ni pies. Y eso es bueno para la historia, porque cuanto mayor es el problema, más ingeniosas deben ser las soluciones. Claro que nadie dice que la única opción sea vivir… «Una tila, por favor».

¿Pero quién puede tener tan mala leche de hacer eso a los adolescentes? ¡A una isla entera! De entre los aspectos más destacables de Irlanda está su folclore, rico en historias que el tiempo ha edulcorado —sobre todo a la hora de presentárselas a los niños—, pero que tienen un origen oscuro que servía como advertencia y que se hacía respetar. Todavía se me eriza la pelusilla del brazo solo de pensarlo. La llamada rescata esa esencia y la sensación que produce hoy en día es como si al enano rechoncho del jardín, ese de los coloretes al que le haces «cuchi-cuchi-cú», le diese por esbozar una sonrisa turbia de dientes afilados antes de clavarte la horca en los ojos. Hablamos sobre todo de los aes sídhe, seres que fueron desterrados a otro plano al más puro estilo Stranger Things, aunque mucho más ingenioso, y que se revuelven en el rencor dando caza a los humanos.

La llamada es de esas novelas en las que das gracias por encontrarte al otro lado de las páginas. En las que el morbillo te sorprende haciendo cábalas sobre quién caerá primero. Un internado de alto riesgo que se va quedando sin alumnos a medida que avanza el curso, con un gran abanico de personalidades, amigas y enemigas, que tienen su función en la obra; y formas muy curiosas y dispares de plantearse la vida, la muerte, e incluso el amor, ante un destino que parece como un muro. Es por esto que a pesar de lo frenético de la narración, llega muy dentro. También tiene ese toque de misterio antiguo por resolver en el que el folclore se alía con nuestras pesadillas. En cualquier momento, en la frase siguiente, el mundo puede detenerse para echar mano de un reloj y contar los tres minutos que faltan para que la vida, tal como la conocen, cambie para siempre.

Aunque siempre tendré preferencia por los libros, debo admitir que tiene una estructura y unos motivos bastante atractivos, como para que algún «pescador» audiovisual pueda echar mano de esta novela para adaptarla a otros formatos. No me extrañaría si en un futuro me la encuentro al otro lado del mando a distancia. Entonces podré decir: «¡yo lo descubrí antes!». Y aunque sepa lo que va a ocurrir, volvería a encogerme en el sofá como la primera vez. ¡Por Crom! ¡Así da gusto leer!

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