La tetera de Russell, de Pablo Sebastiá Tirado

La tetera de RussellHay en la literatura unas cuantas apuestas seguras, así por ejemplo si uno quiere sorprenderse una de ellas es sin duda Pablo Sebastiá Tirado. No tengo nada claro cómo de coherente es llamar sorpresa a algo que uno sabe que va a suceder pero si lo digo es desde el convencimiento que ésta no está en el hecho de llegar a ella sino en cómo se consigue. O en cómo lo consigue el autor, para ser exactos. Y en el caso de La tetera de Russell lo hace de forma tan extraordinariamente brillante que lo de la sorpresa no es más que un extra.

La brillantez comienza en el título, atractivo antes de leer el libro e insustituible una vez que se lee, continúa con los títulos de los capítulos, todos ellos citas del profesor Bertrand Russell que habría sido un placer leer aunque no sirvieran de soporte a esta magnífica historia y, por supuesto, al texto: a lo que cuenta, a cómo lo cuenta y a las reflexiones que suscita. Y con la edición, con toda ella (gran trabajo de Reino de Cordelia), pero me ha gustado especialmente la imagen de sobrecubierta de Joaquín Guillén y Asociados Diseño. 

Pero no quiero adelantarme: les hablaba de los títulos de los capítulos y creo que es buena idea dejarles aquí algunos de ellos para que se vayan ambientando:

      • Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible. Los políticos por hacer imposible lo posible.
      • Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes están llenos de dudas.
      • Qué agradable sería un mundo en el que no se dejase a nadie operar en Bolsa a menos que hubiese pasado un examen de economía y poesía griega.

Y así hasta los 30 capítulos que componen La tetera de Russell, tampoco voy a escamotearles la satisfacción de descubrirlos por sí mismos.

Otra de las primeras ideas que les lancé fue la de la idoneidad del título, que se refiere a ese texto de Bertrand Russell en el que decía que si él sugiriera que entre la tierra y Marte existe una tetera de porcelana que gira alrededor del sol  en una órbita elíptica que es tan pequeña que no puede ser detectada ni por los telescopios más potentes, esa afirmación no se podría refutar, pero si añadiera que puesto que no se puede refutar dudar de ella sería de una presuntuosidad intolerable, todo el mundo entendería que estaba diciendo tonterías. Pero sin embargo si se hablara de esa tetera en libros antiguos y se enseñara cada domingo como verdad sagrada, en lugar de considerar absurdo defender su existencia se consideraría excéntrico y digno de atención psiquiátrica o inquisitorial, depende de la época. Hablando de esa analogía, los protagonistas, que pertenecen a una sociedad avanzada científica y socialmente, entienden que ese texto viene a demostrar que no corresponde al escéptico demostrar sus ideas contrarias a las de la religión, mientras que uno de ellos indica que en su tierra natal, una sociedad atrasada y fanáticamente religiosa se interpreta al contrario, que Dios existe y nadie puede refutarlo porque girar el prisma es blasfemia. Le responden que girar el prisma es básico y que lo que no se puede demostrar no existe. En fin, no escribo esta introducción un poco extensa por lo muy interesante que me parece sino porque tengo para mi que, siguiendo fielmente al maestro Russell, Pablo Sebastiá nos gira el prisma a los lectores y nos sitúa ante un futuro que resulta verdaderamente sorprendente, pero por el que merece la pena pasearse. Porque esa potencia científica y cultural, la primera del mundo, es España mientras que las sociedades atrasadas y fanáticas, calvinistas para mas señas, son las germánicas. Y Francia es básicamente una potencia agrícola. Y les puedo asegurar que tal y como está planteado puede uno leer cualquier día noticias menos verosímiles en los periódicos (escribo esto al día siguiente del asalto al capitolio por unos cuantos de miles de Village people).

La protagonista es una brillante científica, Hipatia de la Cierva, matemática estrella del mejor centro tecnológico del mundo (que está en Plaza de Castilla) y que está trabajando en un experimento que puede revolucionar la tecnología, cambiar el mundo, y que da resultados inesperados. Además de los esperados, quiero decir. Funciona, pero descubren además cosas inquietantes. Y al igual que profesionalmente hace un descubrimiento que puede poner el mundo patas arriba, privadamente hace otro que también vuelve su vida del revés. Se enamora, vaya.

La evolución de ambos descubrimientos despliega ante nosotros una trama brillante tanto desde el punto de vista de la ciencia ficción (se publicita la novela como con ecos de Arthur C. Clarke o Philip K. Dick, lo que no dudo, pero como tiene uno a veces la necesidad de decir algo diferente le sumaría que tiene la brillantez de Lem y la imaginación de los hermanos Strugatsky, pero no me hagan mucho caso) como de la propia trama, que es tan adictiva y ágil como al fin y al cabo emocionante.

La tetera de Russell es una novela magnífica, valiente porque no se limita a contar una historia sino que remueve a conciencia los cimientos de la realidad conocida y de la esperable y nos coloca en un mundo que es mucho más que un escenario, es un notable ejercicio intelectual. Y todo ello manteniendo el interés y el ritmo en cada página para lograr un resultado redondo, tan entretenido como interesante.

 

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

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