Los árboles

Reseña del libro “Los árboles”, de Percival Everett

Los árboles

Para empezar, permítame una breve (brevísima, ya lo verá) reflexión pseudotwittera-de-sábado-después-de-siesta sobre los Estados Unidos off América que tanto amor y odio me (nos) generan.

Consideración inicial: Por no empezar por la Guerra de Secesión, que nos pilla ya bien lejos, partiremos de esta otra hipótesis: Vietnam dejó definitivamente sonados a la mitad de los jóvenes norteamericanos. Y de aquellos polvos, estos lodos. (Y si usted quiere confirmar la premisa, solo tiene que buscar en la red las siniestras y extravagantes biografías de los que ahora son gobernadores de algún estado, presidentes de tribunales de justicia, jefes de la policía o el FBI, o bien pastores de la comunidad y reverendos evangelistas o Adventistas del Séptimo Día y tal. O, ya puesto, la de algunos de los últimos presidentes y ex presidentes de tan Noble (y Sádica) Nación (ejem). Haberlas, ahílas. Y ya le digo: sin centrarnos en los abuelos y bisabuelos, que entonces podríamos gritar de espanto. También podríamos citar aquí unos cuantos libros que afianzan nuestra sospecha, pero ambos tenemos cosas más importantes que hacer, ¿verdad?).

Consideración intermedia o 2: me río yo del concepto de la España Vaciada (y lo hago sin faltar, por supuesto, que uno es más de pueblo que las amapolas. Pero, en este caso, con leer un poquito de Faulkner ya es más que suficiente para que se entienda lo que digo).

Consideración final o 3: USA (porque es lo que nos ocupa en esta reseña, pero el asunto es del todo escalable) está llena de palurdos.

Bien. Pues hasta aquí.

¿Qué opina?

Pues sobre la base de estas tres sesudas indagaciones socio-noséqué, uno (al menos uno como yo) podría inferir una ligera (ligerísima) teoría sobre por qué en Estados Unidos el odio generado por el racismo sigue siendo, aún hoy, un problema de primera magnitud que continúa sin resolverse.

Además, y gracias a Los árboles, la extraordinaria y aclamada nueva novela del fabuloso escritor y profesor universitario Percival Everett (finalista del Booker Prize 2022, Premio Wodehouse y PEN America 2023, entre otros), uno puede confirmar algunas de estas cosas (y otras muchas más) y a la vez divertirse hasta decir basta con tan terrible asunto.

Pero, ¿cómo es posible reírse con esto?

Pues porque, hágame caso, esta es la mejor sátira sobre racismo (o sobre palurdos-blancos-con capuchas-de-alguna-hermandad-trianera-que-son-perseguidos-y-asesinados-de-forma-espantosa-por negros-que-buscan-justicia-histórica-a-modo-de-venganza-en-los-tiempos-del-presidente-de-color-mandarina) que usted leerá en su vida y, en todo caso (en esto hágame el caso que quiera), esta es una de los mejores novelas del año, de largo.

¡Y que vengan los Klansman con sus antorchas a negarlo si se atreven!

¿Hay algo más original, más divertido, actual y terrorífico que Los árboles en ese bosque seco y descolorido que es el mercado literario actual a este y al otro lado del charco?

¡Ni de coña, joder!

Y es que no puede haber mejor forma de ajustar las cuentas con el pasado, ni mejor manera de exorcizar la carga emocional que se arrastra desde hace siglos, que así.

No hay mejor herramienta para la sátira, para señalar algo o para reírse de los paletos supremacistas blancos (o de cualquier otra cosa), que esta.

Porque no hay mejor camino para reflejar la verdadera realidad que la ficción.

No hay mejor cámara para enfocar con exactitud sobre lo más espeluznante que el arte, que la literatura.

Y esto es lo que hace Everett de forma tan magistral en Los árboles. Utilizando unos cuantos recursos y mezclando otros pocos géneros literarios nos ofrece un artefacto literario único y sorprendente, fresco e innovador. ¿Estamos ante una novela policiaca?, ¿una historia de terror y fantasmas?, ¿es una comedia costumbrista llena de humor absurdo y delirante? ¿una novela social?

¡Joder, pues es todo eso!

Everett pone la mejor de las ficciones al servicio de la justicia y de la historia de la comunidad afroamericana, que ha sido (y aún sigue siendo) sistemáticamente vejada en los pueblos y ciudades, en el trabajo o en el supermercado, y que vive aún con más de 6.000 casos de linchamientos terribles a las espaldas, con más de cien años de atrocidades y tropelías en la memoria, casi todas silenciadas y todavía sin reparar.

Cientos de muertos, jóvenes, hombres, mujeres o niños que no hicieron otra cosa que nacer negros (y pobres) y tener la mala suerte de encontrarse en la parada del autobús (o en una tienda del pueblo) con un palurdo blanco con la bandera americana colgada en la camioneta. O, como en el caso sobre el que pilota la novela, con una mujer que mintió vilmente al denunciar que un pobre adolescente negro, casi un niño de once o doce años, le había mirado con gesto lascivo, lo que provocó que su marido y un hermano (miembros ambos del Ku Klux Klan), descuartizaran al chico y lo tiraran impunemente al río. Era 1955 y años después la mujer confesó que todo había sido una invención suya.

Everett nos pone en bandeja una formidable (y atroz) venganza histórica de ficción (¡y fantasmas!) que arranca en aquel hecho.

Pero lo que se nos narra en Los árboles está cada vez más vigente, está ocurriendo en nuestros días.

Allí, pero también aquí.

Y en todas partes.

No obstante, esta fabulosa novela también nos recuerda que la buena literatura quizás no puede salvarnos la vida, pero sí que puede contribuir a mejorarla.

Al menos, durante trescientas y pico páginas y unas cuantas horas de luz.

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