Los seres queridos

Reseña del libro “Los seres queridos”, de Berta Dávila

«De alguna manera ella supo por qué los amaba en cuanto salieron de su cuerpo, y yo no».

Desde una delicadeza que crea una atmosfera invernal con tonos de primavera, abrazados a través de los tulipanes y de las camelias, que simbolizan el paso del tiempo, Berta Dávila, en Los seres queridos (Destino, 2022) ofrece un relato íntimo sobre la depresión postparto, sobre el hecho de tener que construir un vínculo emotivo y afectuoso con tu criatura, con tu bebé, cuando este es inexistente.

Se acercan meses fríos en una ciudad sin nombre y la protagonista del libro, que tampoco lo tiene, descubre que está embarazada. Ella, quién nunca dice las cosas por su denominación directa, sino que utiliza las palabras relacionadas para hablar de ello, decide, desde un primer momento, que abortará. No tendrá la criatura. No quiere tener la semilla de su vientre, aquella que en otro momento fue tan buscada e interrumpida de manera involuntaria.

Ella, que no escuchó el impulso maternal con la vida que crecía dentro de sí, mezcla el relato de los días previos al aborto, a la boda de su amiga Lucía, uno de los dos únicos personajes que sí que dispone de nombre en este breve relato, con los progresos de su hijo de cinco años, «el niño», y con los últimos días de su abuela María, que se va del mundo justo antes de la llegada de la Navidad. Como si Dávila nos dijese que, en la muerte, también se halla la vida.

Su abuela María, que quiso a las criaturas que trajo al mundo desde un primer momento, y que hace décadas que pasea la mirada llena de duelo por la desaparición de su hija, muerta de enfermedad. La protagonista, que se me ha hecho tan real que muchas veces he pensado que era la propia escritora quién hablaba, piensa en eso, en este hecho. En la obligación, quizá impuesta, de desear ser madre y de tener que sentirte unida (que es distinto de amar) a la persona a la cual has dado vida. A quién verás crecer.

El postparto, aquella etapa que parece oculta en la sociedad, es la que sobrevuela estas páginas de Los seres queridos. El postparto que nunca se nombra como tal en ellas, pero que intuyes que es el destino de la escritura. Ella, y este renacer producido por las flores. Las camelias del invierno, los tulipanes plantados en diciembre que florecen en marzo. La belleza, en el fondo, que siempre buscamos.

Esta protagonista, que se perdió en el parto de su primer hijo. Que en el momento de expulsar un embrión que hacía mucho que había dejado de serlo, hacía meses que ya no lo era, pero que, aun así, nació antes de tiempo, se perdió. Dejó de ser esta protagonista sin nombre para convertirse en la madre. La madre, también sin nombre, de un bebé que la reclama, que la busca. En el fondo, este postparto no nombrado en las páginas es la oportunidad, para ella, que también es escritora, y que en la escritura no busca la redención ni el consuelo, sino, solamente, la luz, para hallarse a ella misma, para recuperar una figura, una identidad, que parece que el hecho de ser madre le ha usurpado.

Es en la recuperación y en el hallazgo con ella misma que establecerá, ahora sí, la relación con el hijo. La muerte de su abuela María como un renacimiento posible.

«Yo escribo después junto al pájaro: “Hola, nieve”, invitándola a suceder. Como si esa escritura fuera capaz de convertir la lluvia en otra cosa. Como si esa escritura fuera capaz de hacer nacer algo donde antes no había nada más que una semilla o una expectativa. Como si esa escritura fuera una promesa».

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