Malaz 8: Doblan por los Mastines, de Steven Erikson

malaz doblan por los mastinesA estas alturas del cuento quizá no haga falta decir que empezar una nueva entrega de Malaz: El libro de los caídos es embarcarse en una tarea compleja y agotadora aunque fructífera. Una empresa que muchos pensábamos que solo ocurriría en Los jardines de la luna (una prueba de fuego para entrar a formar parte del club) pero que a medida que los libros acababan y empezaban tomábamos conciencia que era más una norma que una excepción. Esto es debido a que Steven Erikson no menosprecia la inteligencia de sus lectores; aunque es posible que sobreestime su memoria. Así que las primeras páginas (una cincuentena, posiblemente más) con las que se inicia un nuevo libro siempre están sobrecargadas de elipsis narrativas, personajes de los que apenas recordábamos sus existencia o situaciones que creíamos que habían quedado zanjadas varias entregas atrás. Empezar Doblan por los Mastines es encontrarse en medio de un maldito huracán cuando segundos antes ni siquiera soplaba brisa. Un escollo a superar para adentrarnos en dos de las ciudades más misteriosas del universo creado por Steven Erikson: Coral Negro y Darujhistan.

Doblan por los Mastines es la historia de dos ciudades. Nada que ver con la obra de Dickens, salvo en los conflictos que en cada una de ellas se están llevando a cabo y que irremediablemente las llevará a un encontronazo. Por un lado tenemos Coral Negro donde reina El hijo de la Oscuridad: Anomander Rake. Del célebre tiste andii, y líder de su raza, no teníamos noticias, o al menos de las jugosas, desde la primera entrega, cuando se enfrentó al demonio Galain blandiendo a diestro y siniestro su temible espada Dragnipur. Anomander ahora es un alma en pena que soporta sobre sus hombros la carga de todo un pueblo mientras ante sus narices se suceden confabulaciones con fines de venganza. Un lastre que incluso los lectores soportaremos, ansiosos por abandonar Coral Negro y visitar Darujhistan, ciudad de historias mucho más interesantes. Con todo, Anomander Rake tiene una última baza que jugar para con el lector, una jugada maestra para atraer de nuevo nuestra atención y convertirse en el eje central de una batalla descomunal.

Llegar a Darujhistan es hacerlo acogidos por una prosa bella y musical que nos presentará siempre a los personajes que tomarán protagonismo en cada acto. De esta manera llega Navaja (antiguamente conocido como Azafrán) a su ciudad natal. Las personas cambian, las ciudades también. Navaja intentará encontrar aquello que antaño dejó atrás, esas vivencias que moran en sus recuerdos. Y el primer lugar para buscar será en la taberna del Fénix. Murillio, Meese, Sulty, incluso Kruppe, ese tipo rollizo y que habla de forma tan curiosa. ¿Qué lector no echaba de menos a estos parroquianos? Encontrarse con ellos es resucitar viejos sentimientos. El autor habla de eso y también nos muestra que el tiempo pasa de forma inexorable y que vivir en los recuerdos puede ser dañino. Y a tenor de ser tildados de borrachuzos, dejamos una taberna y nos metemos en un bar. En el bar K’rul vuelven los reencuentros. Abrasapuentes retirados: Rapiña, Mezcla, Azogue… Abrasapuentes a los que creíamos que el futuro les depararía una jubilación tranquila cuando nos los cruzamos por última vez en Memorias de Hielo. Pero si en Coral Negro existen maquinaciones para acabar con un imperio, en Darujhistan no podían ser menos. Los Abrasapuentes están en el punto de mira. La taberna del Fénix y el bar K’rul: dos lugares donde el lector podrá emborracharse de nostalgia y ahogarse en dolor. Pues matar a un personaje protagonista es fácil, pero, a diferencia de otros autores, Erikson es capaz de hacerte sentir que pierdes a alguien muy cercano, demasiado. Consigue que te quiebres por dentro. Consigue que duela a rabiar. Y por si esto fuera poco, rubrica con una de las reflexiones más duras y auténticas de lo que llevamos de saga.

“Los supervivientes no lloran la muerte juntos. Cada uno llora solo, incluso cuando están en el mismo sitio. El dolor es el más solitario de todos los sentimientos. El dolor aísla, y cada ritual, cada gesto, cada abrazo, es un esfuerzo desesperado por atravesar ese aislamiento. Nada de ellos funciona. Las formas se desmoronan y disuelven. Enfrentarse a la muerte es quedarse solo.”

Pero no todo ocurre en Coral Negro o Darujhistan. Hay lugares imprecisos, a mitad de camino entre dos emplazamientos, en lo denominado “tierra de nadie”, donde quizá no se lleven a cabo las historias más amenas, pero sí las más insólitas. ¿Recordáis esa primera vez que descubristeis que dentro de Dragnipur (sí, la espada) moraba un lugar en el que los que habían muerto por ella tiraban de una carreta? ¿Todavía os estáis recuperando? En Doblan por los Mastines ese mundo se nos muestra con todo lujo de detalles. Y es que los allí encadenados preparan una revolución, buscan sublevarse contra el mismísimo poder que los mantiene atados a la carreta, y si para ello tienen que despertar fuerzas incontrolables no dudaran en hacerlo. Ajenos a todo esto, y más centrados en hacer negocios que en otra cosa, nos encontramos con la Asociación Comercial de Trygalle. A lo largo de los libros ya se han dejado ver esta panda de chalados que viajan a través de las sendas para moverse más rápido de un lugar a otro. En cualquier juego de rol existe algún método de este estilo, por lo menos hasta que se invente alguna aerolínea decente. La parte que concierne a esta especie de Pony Express de la fantasía es una de las más descacharrantes y, aunque en un principio parecen no tener un rumbo en la historia, después de muchos bandazos, lo acaban encontrando.

En Doblan por los Mastines (publicado por Nova) Erikson nos sumerge, hasta quedar totalmente empapados, en las grandezas y nimiedades que ocurren en las ciudades de Coral Negro y Darujhistan. Hechos que en ocasiones toman el camino del culebrón, del folletín fantástico, pero narrados con voz de juglar que hace que pasemos de mero espectador a ciudadano, mientras nos deja reflexiones sobre el poder, la religión, la pérdida o la redención.

“La gente no cambiaba para adaptarse a su dios; cambiaban de dios para que se adaptase a ellos.”

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