Miau, de Benito Pérez Galdós

Que la historia de España parece sacada de una obra de ficción, a veces no parece tan descarado afirmarlo. En más de una ocasión, incluso, más cercana a un sainete por el espectáculo que damos. Ahora, esto ni es malo ni tampoco exclusivo de nuestro país. Sin remontarme a siglos pasados donde ya quedaba manifiesto la actitud y estado de la población a través de la picaresca o la comedia, es a raíz del naturalismo literario francés por Zola o el verismo en Italia por Giovanni Verga donde las novelas reflejaban más fidedignamente el comportamiento de la sociedad de como lo pudiera mostrar cualquier libro de historia. La novela como mejor modo narrativo para testimoniar el aspecto humano y su entorno. Y en España tuvimos a dos de los más inmensos exponentes del género realista/naturalista: Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós. Es este último, autor canario, de quien destacaré una obra dignísima para observar su estilo único, Miau, donde el amor hacia sus personajes creados y la relación tan estrecha que mantienen entre ellos y la sociedad que les ha tocado vivir nos muestra esa España de finales del siglo XIX.

Benito nunca falla. Es un hecho. Así de rotundo como el afirmar que, tras Miguel de Cervantes, es el mejor novelista español. Su ojo crítico de la situación española no pasa desapercibido al lector que encuentra, en las tramas que rodean a los personajes, el modo de vivir y sentir de la época. Los personajes que crea no parecen solo creaciones, sino fotografías nítidas de aquellas personas que se avecinaban al cambio de siglo y cuyas preocupaciones, miserias, alardes de superioridad por mantener las apariencias o sus más ínfimas simplezas son diseccionadas a la perfección a través de una narración y unos diálogos brillantes, llenos de vida y que parecen alzarse del libro y reencarnarse. Elementos todos que se encuentran en la novela Miau, escrita en 1888, apenas dos años después de su canónica novela Fortunata y Jacinta.

La trama se centra en la familia Villaamil: Ramón, patriarca, su mujer doña Pura, las dos hijas, Milagros y Abelarda que forman el trío de las “Miaus”, el pequeño Luisito Cadalso, nieto de la familia y su padre, objeto de desgracias de la familia y diana de su ira. Viven todos juntos en el piso sito en la plazuela del Limón, en pleno centro del Madrid que tan bien refleja el autor. En esta familia tres son las motivaciones que les llevan por la calle de la amargura: al padre, don Ramón Villaamil, le reconcome por dentro el no poder conseguir un puesto en el Ministerio al que ha dado toda su vida para poder jubilarse en paz los pocos meses que le quedan por cotizar. Su desgracia por ver cómo medran todos los chupatintas y nulamente preparados pero bien recomendados de su alrededor le servirá para mostrarnos cómo funcionaba el mundo de la admnistración política y funcionaria de aquella España, todo a base de influencias. En cuanto a las tres “Miaus”, apelativo despectivo que emplean las malas lenguas con ellas, su mayor preocupación es mantener la apariencia de bien, asistiendo a todos los estrenos teatrales y operísticos de la capital, siempre muy relamidas y presumidas, de ahí la comparación con las gatas, a pesar de ser, precisamente, unas “pelagatas”. En cuanto a Luisito, el infante buenazo y tontorrón de la familia, toda su preocupación consiste en hacer el bien para llegar de mayor a ser cura, y a través de unas ensoñaciones en las que se le presenta Dios, intenta pedir lo mejor para su familia y llevar a cabo su propósito.

Trama familiar y humana la que muestra Galdós para ofrecer un ejercicio de realismo vital y testimonial que va de lo concreto, la familia Villaamil, a lo general, la España de finales de siglo. La riqueza lingüística del novelista canario no solo queda expuesta en la narración, sino en cómo consigue expresarlo para que nos llegue la imagen que él quiere mostrar. Sirva de ejemplo la descripción física de un personaje cuya fisionomía se refleja en nuestra mente en cada palabra elegida por Galdós antes de darnos la solución:

«[…] aquel monstruo cuyas enormes manos tocarían el suelo a poco que la cintura se doblase, aquel tipo de transición zoológica en cuyo cráneo parecían verse demostradas las audaces hipótesis de Darwin […] con su fealdad digna de la vitrina de cualquier museo antropológico, por dicha suya, el hombre gorila».

Descripciones propias de un gran observador de lo humano como lo era el novelista que no solo en lo externo quedaba, sino en los sentimientos más íntimos de los personajes que desarrolla y que armonizan con las descriptivas y bullentes calles madrileñas. En un año tan conmemorativo como en el que estamos, es de celebrar la lectura de la novela Miau para conocer de cerca el estilo tan personal de Benito Pérez Galdós.

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