No hay luz al final del túnel

Reseña del libro “No hay luz al final del túnel”, de Reginald Bec

No hay luz al final del túnel

Decía el dramaturgo Eugene O’Neill que “la soledad del hombre no es más que su miedo a la vida”. Es una frase que invita a reflexionar, pues son muchos los tipos de soledades y muchos los miedos que existen. Personalmente, disfruto mucho de la soledad buscada, aquella que me permite disfrutar de unos instantes de paz. Pero conozco y reconozco también el miedo a aquella soledad impuesta, la que no se busca y más vacío provoca.

Al protagonista de No hay luz al final del túnel le viene como anillo al dedo la frase de O’Neill. John Kensing es un psicólogo de treinta y cinco años que disfruta su vida nómada. Nunca permanece durante más de dos años en el mismo sitio, pues considera que echar raíces y crear lazos afectivos no tiene cabida en su vida. Por eso, aunque siempre cordial, evita a toda costa las relaciones sociales. Sin embargo, su último destino no se lo pondrá nada fácil. Nunca podría imaginar que un pueblo rural, tan aparentemente tranquilo, y sus habitantes, pudiesen llegar a remover tanto en él.

Consciente de sus rarezas y de las habladurías en torno a su soltería, John disfruta haciendo lo que más le gusta: pasar consulta a sus pacientes y regodearse en su buscada soledad. Aunque sabe que pronto se irá de allí, ha conseguido crear un círculo peculiar de amistades en el pueblo. Sus compañeros de golf y sus flamantes esposas, la señora Spencer y su restaurante y, por supuesto, Linda, una chica de diecinueve años, hija de uno de sus nuevos conocidos. Un encuentro fortuito en el bosque con una joven será, en cierto modo, el detonante del cambio. Así es como la peculiar Sandy entra en su vida: como un ciclón que llega para arrasarlo todo. Si bien esta joven locuaz y algo malhumorada no es santo de su devoción, pronto se tornará en una figura indispensable para él.

Junto a la brillante y perfecta Linda y la imponente Sandy Keenan, John descubrirá otra forma de ver la vida. Su soledad será más compartida de lo que a él le habría gustado, pero no dudará en dejarse llevar por estas dos mujeres que, cada una a su manera, han llegado para quedarse.

Reginald Bec nos presenta en No hay luz al final del túnel una novela fresca, llena de conversaciones mordaces y atrevidas. Es brillante la habilidad del autor a la hora de construir personajes y darles vida a través de los diálogos. En cierto modo, esta novela es como estar dentro de una obra de teatro. Debo admitir que en muchas ocasiones me ha recordado a Tennessee Williams.

No hay luz al final del túnel es, también, una novela que se lee en blanco y negro. Durante su lectura no he dejado de imaginarme, de una manera muy cinematográfica, toda la trama como alguna de esas películas de los años cincuenta. Con un aura muy Bogart interpretando el papel de John Kensing, y unas espectaculares Bacall y Hayworth en los papeles de Lisa y Sandy.

Reginald Bec radiografía perfectamente la soledad y sus motivos en No hay luz al final del túnel. Pero, al mismo tiempo, nos muestra un hilo de esperanza, esa ventana que se abre una mañana de invierno y por la que se cuela un rayo de luz dispuesto a cambiar nuestro ánimo.

Es una maravilla ser testigo, como lector, de este triángulo, no sé si amoroso, pero ciertamente peculiar, entre los tres protagonistas de esta novela. Sin duda, No hay luz al final de túnel es una delicia para paladares exquisitos y yo no puedo más que recomendaros que os acerquéis a este libro y conozcáis a sus personajes. Estoy segura de que Reginald Bec y su depurado e inteligente estilo os atraparán.

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