Para leer al anochecer, de Charles Dickens

Si hay un escritor que ha calado en la literatura creando personajes fantasmagóricos ese es sin duda Charles Dickens. Sus tres fantasmas de Canción de Navidad no son solo vehículos para desarrollar tan perfecta obra, sino que además nos muestran las variaciones que puede ofrecer tal personaje en una historia. Esto es, un fantasma errante y vengativo, otro melancólico y en eterna condena, y uno bondadoso cuyas revelaciones nos reconfortan. La fuerza moralizadora de sus intenciones, de cualquiera de los tres fantasmas, unido a un argumento lleno del encanto humilde y navideño que tan bien sabe crear Dickens, han quedado por siempre grabados en la memoria colectiva literaria y cada vez que pensamos en revelaciones de nuestro pasado o futuro apelamos al cuento del escritor inglés. El director de cine Frank Capra así lo hizo para desarrollar su gigante película de 1946 ¡Qué bello es vivir! y junto a la historia del avaro Ebenezer Scrooge son los paradigmas de relatos con fantasmas.

Para leer al anochecer reúne algunos de los cuentos de fantasmas más espeluznantes de Dickens. Relatos para leer refugiados en un cuarto cerca de una fuente de calor. El frío ya lo ponen los viejos caserones victorianos, los lúgubres caminos boscosos cubiertos de un manto de bruma y las apariciones del más allá. Fantasmas que quedaron errantes por los pasillos de una casa, o cerca de una estación de ferrocarril, o caminando en procesión iluminados por el brillo de una estrella. Los fantasmas de Dickens no son espectros malvados que se revelan para atemorizar. Sus fantasmas son entidades que regresan para contar su memoria, para no ser olvidados, a veces para que se haga justicia por su abrupta muerte, otras para reconfortar a quien se le aparece. El recuerdo del fallecido, su memoria y todo lo que fue, es un elemento que mantiene en común con la leyenda mexicana de las catrinas. Quizás, el olvido es el mayor tormento que padecen los espíritus, de ahí que se revelen y dejen constancia de su paso por la vida.

Los distintos relatos que incluye este libro, trece en total, comparten algunos factores. Entre ellos, el de ser narraciones dentro de narraciones, es decir, siempre hay un narrador que relata el cuento en cada historieta. Mantiene así el encanto del relato oral y la lectura grupal compartida propios de su tiempo. A destacar los que más me han gustado, “El guardavías”, uno de los más populares y que suele incluirse siempre en antologías de relatos fantasmagóricos. En él, un empleado y encargado del control de la vías del tren recibe siempre los apercibimientos de un hombre que desde la vía le indica con señas sobre un peligro. Poco tiempo después, este empleado fallecerá en las mismas circunstancias de las que había sido avisado pero, ¿quién era ese que le hacía señas? Otro, más luminoso y con cierto regusto reconfortante, es con el que finaliza el libro, “El niño que soñó con una estrella”, una tierna historia de dos hermanitos cuyo amor trasciende entre la vida y la muerte. Y el que más, sin duda, por su fuerza narrativa, por su atemporalidad y el argumento que pone los pelos de punta, “El fantasma en la habitación de la desposada”. Es este un clarísimo ejemplo de relato de maltrato psicológico de un hombre a la mujer con la que se ha casado únicamente por el interés de recibir su herencia. La crudeza verbal del hombre, la sumisión enfermiza y aterrorizada de la mujer y el funesto desenlace ponen de manifiesto que más miedo dan los vivos que los muertos.

Para leer al anochecer se presenta en las fantásticas ediciones de Impedimenta, traducido por Mariana Womack y Enrique Gil-Delgado. La preciosa ilustración de portada corresponde al cuadro de mediados del siglo XIX La luz de la luna de noviembre, de John Atkimson, sin duda, más que representativa de la ambientación espectral que imprime Dickens en sus relatos.

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