Pedro Salinas tras el telón, de Montserrat Escartín Gual

Pedro SaSi hubo una cantinela que recité en mis años de estudios en el colegio y que le hizo par a las tablas de multiplicar, esa fue sin duda la nómina de autores que conformaban la Generación del 27. Aprendida de pe a pa, uno a uno iba nombrando a cada uno de los poetas de este grupo tal y como posaban en la foto tomada en el Ateneo de Sevilla. Un grupo de poetas que supo hacer coexistir en sus poemarios influencias de los sonetos de Garcilaso de la Vega, Góngora y las más radicales vanguardias de su siglo. Curiosamente, uno de los poetas que no estaba en esa foto del Ateneo era Pedro Salinas, protagonista del libro del que voy a hablar.

Para mí, Pedro Salinas tras el telón no es solo el título de este bello ensayo: ha sido una catarsis, un reencuentro con aquella etapa escolar en la que a veces, por no salir en la foto, nos olvidábamos de él. De Lorca, sí, —y con razón, es bueno— y su Bernarda Alba, hasta en la sopa; Alberti, más de lo mismo; pero Salinas, no. Él pasaba de puntillas en nuestras clases de Literatura. Sin embargo, tuvieron que pasar años de aprendizaje, de lecturas más detalladas —más sentidas, diría—, para encontrar en uno de sus versos aquello que en ningún otro de su generación he encontrado. Quizás por ser uno de los que más se dejó seducir por las rimas de Bécquer, escribió con tal sencillez y pureza para condensar en unas pocas palabras una profunda agonía por la inevitable pérdida de quien se ama:

¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?

Poco más me bastó para caer rendido a su poesía. Pero también escribió teatro.

La fotografía que ilustra la portada del libro no la interpreto como el poeta en la penumbra refugiado tras el telón, papel que parece haberle tocado representar, sino como una invitación del propio poeta a ese mundo tan rico que originó justo a ese lado del escenario. ¿Cuál fue su relación con el teatro?, se pregunta Montserrat Escartín Gual, autora de este magnífico libro, nada más iniciar su lectura. ¿Hubo algo más allá de su pasión por la escritura que le hiciera ser dramaturgo? ¿Por qué tanto interés de la crítica en una obra apenas conocida y representada? Muchas incógnitas que se irán desgranando a través del libro.

Diferentes hipótesis apuntaban siempre que desde que Salinas tuviera que exiliarse a Estados Unidos, la añoranza por su lengua le había llevado a escribir obras dramáticas porque, en el teatro, más que en la poesía, la vida se materializaba, cobraba todo su potencial sobre las tablas. El poder del teatro que embrujó al autor del 27 y le ayudó a sobrellevar los veranos en la Escuela Española en Middlebury College, impartiendo clases de Literatura. Algunas anécdotas vividas en aquella escuela, que sirvió de punto de encuentro para los escritores españoles exiliados, testimonian cómo era el sentir no solo de Salinas, sino de sus compañeros también profesores como él. Así, en el libro se cuenta algún dato curioso como las bromas lingüísticas que empleaba Salinas al traducir literalmente del inglés al español o la más jocosa pronunciación de Federico García-Lorca, cuando iba allí de visita, del nombre del colegio en sí: “el Miguelburri”.

El trabajo de investigación y los datos aportados por Escartín Gual complementan una visión más amplia de la concepción de la dramaturgia española del siglo XX que encaraba una etapa más vanguardista, escapando de los métodos fáciles que triunfaban y por los que apostaban los empresarios teatrales de nuestro país. Apoyado en textos referenciales de la historia del teatro como los creados por César Oliva o Francisco Ruiz, Pedro Salinas tras el telón se convierte también en un libro a tener en cuenta por su carácter pedagógico y, a la vez, histórico, dentro de los estudios literarios. Disciplina esta que le sirviera al propio Salinas como excusa para escribir sus obras de teatro. Y es que fue su modo de concebir la enseñanza del español lo que le condujo a impartirlo de este modo. Un capítulo del libro que se vuelve exquisito por la defensa que reclama Salinas del aprendizaje de las lenguas más allá de las tediosas clases de gramática y “rellenar huecos vacíos”. El teatro y las canciones se convirtieron en sus aliados para enseñar español a los alumnos estadounidenses y de ahí surgieron dos obritas que se recogen en este libro: Doña Gramática, obra que coescribe con otros profesores, y Consonancias peligrosas o El triunfo del Hispanismo. Dos farsas en la que los personajes representan distintos recursos retóricos o lingüísticos.

La editorial Cátedra vuelve a editar un trabajo de consulta obligatoria a todo estudiante y amante del teatro o la literatura española, además de acercar al público general una panorámica de la obra de Pedro Salinas más allá de aquella foto en el Ateneo en la que no posaba y de su experiencia tras el telón del teatro que fue su vida.

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