A diferencia de otros países, algunos de ellos cercanos (Reino Unido), España nunca ha sido un buen mercado para los libros de deporte en general, ni para las biografías de deportistas en particular. Tradicionalmente han sido pocos los libros de este tipo que han vendido grandes cifras, y además hemos perdido para nuestra lengua auténticos clásicos en la materia, que nunca vieron la luz en español.
Ese paradigma parece estar cambiando de la mano de algunas editoriales tradicionales (Planeta, Roca) y de otras, independientes, que están apostando de manera obstinada por el combo literatura y deporte. JC, siempre en la brecha con el baloncesto, Libros del K.O., Malpaso o Contra, de quienes ya reseñamos Gregario, son ejemplos de ello. En lo que se podría calificar casi como un salto mortal sin red con los ojos cerrados, estos últimos se han atrevido con una figura poco conocida en España pero decisiva en la evolución del deporte de la canasta en Estados Unidos: “Pistol” Pete Maravich.
Cuesta imaginar que hordas de fans ansiosos se vayan a abalanzar sobre pilas gigantescas de esta obra en la FNAC, así que de inicio no cabe más que quitarse el sombrero. Edición de calidad y llamativa, traducción acertada (alguna errata, eso sí), maravilloso cuadernillo de fotos. Más allá del trabajo editorial, lo primero a destacar sobre el texto es que se lee prácticamente como una novela, aunque de un género difícil de definir. Puede considerarse una saga familiar, que comienza en los años veinte con Press Maravich, el padre de Pete, y llega hasta el umbral de nuestros tiempos con su hijo; es un bildungsroman en el que seguimos los tortuosos años de formación de Pete, a la sombra del autoritario Press, y su consagración como un baloncestista mítico; cumple los patrones, por último, del viaje del héroe, dado que también nos hace testigos de la caída al abismo del mito y su expiación posterior.
La historia de los Maravich es la de un amor obsesivo por el baloncesto, excesivo, enfermizo. Press Maravich, el padre, de origen serbio, ve en el juego creado poco antes por Naismith la manera de escapar al cielo anaranjado y al infierno de la industria del acero de Aliquippa, su ciudad natal. No lo consigue él mismo, aunque se convierte en un jugador notable en la segunda parte de la década de los cuarenta. Pero pasa a la historia por su empeño, en parte cumplido, por crear al mejor jugador de todos los tiempos, el primero en llegar a firmar un contrato de un millón de dólares: “Pistol” Pete Maravich.
El joven Pete navega deportivamente en un tiempo en el que el juego se estaba todavía soltando, donde aún se conservaba la noción de “show” al estilo de los Globetrotters y sus ligas profesionales (ABA y NBA) estaban en pañales en comparación con otros grandes deportes, como el béisbol o el football. Sin embargo, de su mano y con la inestimable ayuda de la televisión, la NBA establecería los cimientos del espectáculo que vería el siguiente escalón en su desarrollo exponencial con la llegada del Showtime a principio de los ochenta. Maravich, nada excepcional desde el punto de vista físico, el último malabarista y a la vez, casi sin ser consciente de ello, el primer practicante del run and gun.
En lo social, los quince años de carrera de Maravich hijo abarcan una de las épocas más turbulentas de la problemática racial en Estados Unidos. Algo que hace mella en un deporte en el que los jugadores negros comenzaban a imponerse, y donde el papel destacado de Pete como la gran “esperanza blanca” le depararía problemas constantes. Aunque no se convertiría en su mayor quebradero de cabeza. La bebida lo sería en unas épocas, en otras los problemas familiares, las lesiones y sobre todo la depresión provocada por su frustración constante. Fuera del baloncesto, todo parecía ser un desastre para Maravich; dentro, nada resultaba suficiente, siempre había un pase fallado que lo atormentaba, un tiro errado que se convertía en una noche sin dormir o en una borrachera impresionante.
Mark Kriegel, periodista y escritor, es quien convierte todo este material en algo más de trescientas cincuenta páginas de texto. Una ventaja, ya que no se trata de un encargo o una autobiografía disfrazada y se evita el sesgo hagiográfico. Kriegel no duda en criticar a Press y Pete Maravich, siempre siguiendo los testimonios de aquellos que se encontraban más cerca en cada momento. Porque su documentación es apabullante. No sería exagerado decir que cita varios centenares de fuentes, entre testimonios directos, prensa de la época y declaraciones de expertos. Quizá en este sentido cabría ponerle ciertos reparos a Kriegel, que agranda el texto con algunas citas que aportan poco o nada, y que hace desfilar a tantos personajes que uno acaba, en ocasiones, por perder de vista quién está diciendo qué y su importancia en el relato.
Más allá de esto, el libro es absorbente, completo y fácil de leer sin resultar simple. No cruzará la línea que separa las buenas obras del género de las grandes obras de la Literatura, en mayúsculas, pero es bastante recomendable para fans del baloncesto, obviamente, y también para aquellos que quieran leer sobre segregación racial o los que adoren las historias de ídolos con pies de barro.
Pistol: la increíble historia de Pete Maravich, de Mark Kriegel
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