Según venga el juego, de Joan Didion

Según venga el juegoComo en una partida de cartas, he desecho y rehecho esta reseña varias veces. He barajado y he vuelto a repartir cada una de sus palabras. He buscado la mejor mano, el mejor comienzo, que me asegure un buen final. Y he jugado. También he perdido. Porque yo siempre he sido más de perder que de ganar en realidad. Que es lo que me gusta a mí. A fin de cuentas, hay quien de Los restos de la derrota se saca todo un libro de poemas. Y en esas estaba cuando me he dado cuenta de que algunas jugadas te llevan siempre en dirección contraria. Borrar, rescribir, repartir. Jugarlo todo al negro de corazones. Quiero decir que tal vez, quizás, la protagonista de esta novela tenga parte de razón. “Puede que tuviera todos los ases, pero ¿a qué jugaba?”. Esa es la cuestión.

En Según venga el juego, traducida al castellano por Cruz Rodríguez Juiz, Maria –Mar-ay-a– Wyeth, una joven y bella actriz casada con un reconocido director de cine, tiene también todas esas cartas para echarse un órdago a la chica, la grande, pares, juego y algún que otro farol. Todo son ases, ases fáciles en palabras de su narradora. Escenarios y decorados de Hollywood, habitaciones de hotel, fiestas con estrellas, sexo y alcohol. Los Ángeles, California, Nueva York o Las Vegas. Años 60. Aire acondicionado y una casa con piscina, a 29 grados de temperatura, con el agua profundamente transparente.

El problema de Maria, que en realidad no es del todo su problema, es que su existencia ya está viciada por su propia condición. Ella juega al póker con las cartas perfectas para un mus. No es que sean malas, es que aquí y ahora no le sirven demasiado. Entre otras cosas porque sus partidas vienen delimitadas por los hombres que existen en su vida, particularmente su marido, sus circunstancias personales y una profesión, la de actriz, que no le perdona ni la edad ni la tristeza.

Didion, autora también de El año del pensamiento mágico y Noches azules, donde compartía sus relatos más íntimos sobre la muerte de su marido y de su hija respectivamente, disecciona en Según venga el juego una estampa conocida. La novela, que fue escrita en 1970 y publicada en España de la mano de Random House hace apenas unos meses, más que un lugar o una época, aunque también, es en realidad un estado. Un cuadro de hastío, resignación, desesperación y profunda tristeza. La clase de combinación que encaja perfectamente con Hollywood. Quizás porque nada casa mejor con las luces del séptimo arte que el contraste producido por sus mismas sombras. Ese vacío existencial, esa nada absoluta, ese saber jugar según continúa la partida.

Y es que, con una narración muy cinematográfica -sus capítulos y diálogos son como pequeñas escenas con valor propio y añadido- Según venga el juego, que por cierto fue adaptada al cine y protagonizada por Anthony Perkins, tiene todos los elementos necesarios para conseguir una escalera de color. Su baza más valiosa es, sin duda, su protagonista. Capaz de proyectarse del papel hacia afuera, Maria es un personaje entre fuerte y resignado, profundamente roto y vulnerable, predispuesto y decidido a jugar una única partida ya. Es a partir de ella y su experiencia, del presente hacia atrás, donde Joan Didion recrea un retrato de época, una realidad limpia de artificios, sin brillos y en mate. Entre medias, se deja lejos del relato todo lo demás, lo que queda fuera de la esencia, los ases que siempre terminan por desviar la atención de lo importante.

Deja un comentario