Reseña del poemario “Todas las veces que el mundo se acabó”, de Olalla Castro
Hay en los textos de Olalla Castro un retorcerse en espiral. Sigo sus versos como el que recorre el laberinto de un fractal. Hubo un tiempo atrás supergafas que habría hablado de rizomas. Ahora me sorprendo enredada en sus raíces. Su lectura genera angustia y ternura, quizás paradójicamente, a la vez. Todas las veces que el mundo se acabó es una fórmula que vuelve y empieza, que esconde el fin en su semilla, que dinamita la delimitación de las definiciones.
Si redactar una reseña me parece cada día más complejo para no caer en una sarta de “dimes y diretes” y el síndrome del “resumen”, enfrentarme a textos poéticos me vuelve la impostora temida parafraseando o buscando el decir “de otra manera” lo dicho, lo cual no puede tener menos sentido. ¿Cómo transmitir aquí el cosquilleo en la nuca? Me veo en la obligación de calcar algunos versos: “Buscar una salida / y hallar únicamente este extravío” (p. 63).
Todas las veces que el mundo se acabó me ha conectado con la frustración, la decepción, la tragedia de los nombres. Puestas a fantasear y seguir esta estela poética con esa mano torcida que vuelve a señalar el origen, en el principio era el verbo, dijo el “padre”, pero resulta que en el comienzo lo que está es el orden de la madre. Así que “el tao que se dice con palabras no es el tao verdadero” y los límites del lenguaje son, querido Wittgenstein, y como dice Olalla, en esa oscuridad la gente baila.
Porque mi hija se llama Alicia, que es Aletheia en griego moderno, o sea el deseocultamiento, el desvelamiento, el quitar la máscara de lo que no debe ser nombrado, como Lord Voldemort. Pues, y aquí tengo que escribir el poema entero:
“En la mano del niño colocaron la espada.
Sentenció el padre: “Aprenderás a usarla”
y, guiando su mano, atravesó con ella el aire.
Muchos años después recordaba la escena,
igual que recordaba que nadie dijo entonces:
“Aprenderás el miedo, aprenderás el odio, aprenderás la sangre”.
Supo en ese momento que la lengua
es tan sólo un lugar donde esconder las cosas” (p. 41)
Además de agradecer a la editorial Pre-textos que haya respetado esta maravillosa tilde en la primera sílaba de “sólo” esquivando las normas insensatas e irracionales de una academia cada día más obsoleta, rancia y aburrida que escribe “oenegé”, me inclino ante la sabiduría de esta poeta que clava sus “dardos en las palabras”.
Todas las veces que el mundo se acabó empieza y termina, pues como todo artefacto libro, tiene una primera página y una última, una portada y una contraportada. Pero Cronos aquí no tiene hijos que comer, porque ahora hablamos “Nosotras”, que no evita el desasosiego ni la mueca grotesca, pero transita por este tiempo narrativo que me ha permitido fingir durante su lectura otra forma de existencia, a sabiendas de que todo principio es un final y a la inversa.
“Saber que morirás, /y, sin embargo, /acudir puntual a la batalla” (p. 15)