Un saco de canicas, de Kris y Vincent Bailly

Un saco de canicasCuando la vemos a través de los ojos de un niño, la guerra es algo diferente. No hay trincheras ni bombardeos, no hay aldeas incendiadas ni héroes que se lanzan con una granada bajo un tanque, no hay aviones que se estrellan contra las líneas enemigas ni fusilamientos de inocentes para castigar a los que ayudaron a un miliciano. Nada de eso hay en Un saco de canicas, el clásico de Joseph Joffo adaptado a novela gráfica por Kris y Vincent Bailly.

Aquí tenemos, por el contrario, las andanzas de dos hermanos que viven, estudian y juegan a canicas en la Francia ocupada y que, un buen día, descubren que su condición de judíos, en la que jamás se habían parado a pensar, los pone en la diana de esos señores de negro que entran en la peluquería de su padre.

Hasta ese día, Maurice y Joseph llevan una vida relativamente normal. La ocupación del norte y el oeste del país por los nazis, que entraron en París sin encontrar resistencia, hizo que la población, por lo menos en un primer momento, pudiera seguir con sus quehaceres diarios. Los niños van a la escuela, los negocios siguen funcionando y hay comida en la mesa. Tan lejanos suenan los ecos del horror que resulta difícil imaginar que un día París verá estrellas de David cosidas en la manga o redadas para atrapar judíos. Tanto es así que, cuando, en la peluquería del señor Joffo, los oficiales de la Gestapo, educados y amables, acusan a los judíos de ser los culpables de que haya guerra, el padre de los niños les revela que todos los allí presentes son judíos. Esa noche, para justificar su actitud temeraria, les dice a sus hijos que, mientras en la fachada del ayuntamiento, se lean las palabras “libertad, igualdad y fraternidad”, a ellos no les puede pasar nada.

Pero ya les ha pasado. Son judíos y tienen que coserse la estrella. Son señalados y agredidos. Y antes que seguir negando la evidencia de lo que se avecina, los padres de Maurice y Joseph les dicen a sus hijos que deben huir los dos solos. Ya se reunirán con ellos más adelante. Comienza así la conmovedora historia del periplo de estos dos niños huyendo de la Francia ocupada, un territorio que cada vez es mayor y no les deja sitio donde esconderse.

A pesar de narrar unos hechos de tan infausto recuerdo, tanto el libro original de Joseph Joffo como esta excelente adaptación rebosan de ganas de vivir. Los autores optan por no recrearse en el retrato de los canallas, sean estos alemanes o franceses. Aun en mitad de una guerra, parecen decirnos, el mundo está lleno de pequeñas alegrías y de personas buenas que intentan ayudarnos, y es en ellos, en esos desconocidos que, sin saber que les están salvando la vida, les hacen pequeños favores a los dos hermanos, donde más se detienen la pluma y los lápices de Joffo y los Bailly.

El trazo ágil y rápido del lápiz, el acertado tono suave, casi pastel, de los colores, así como la variedad en la composición de las páginas, se combinan a la perfección para que Un saco de canicas conserve el tono intimista de unas memorias, refleje el absurdo de la guerra y, a pesar de lo que vemos todos los días, refuerce nuestra fe en el ser humano.

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