Reseña del libro “Una vaga sensación de pérdida”, de Andrzej Stasiuk
«Lo echo en falta. No tanto porque haya muerto. A eso puede uno acostumbrarse. Hay que hacerse a la idea de que solo tendremos pasado. Me faltan sus restos, por macabro que suene. La prueba de que la vida que vivimos fue real.»
Me encantan los libros que nos hablan de la muerte desde la perspectiva más humana posible: no entendemos apenas nada de la muerte y nos resistimos a ella cada día de nuestras vidas, sabiendo que posiblemente nunca seamos capaces de poner en palabras lo que sentimos al tenerla cerca. El miedo que sentimos al experimentarla cerca, en nuestros seres queridos o en nuestro entorno, no es nada fácil de transmitir a través de las palabras y, a veces, solo los recuerdos nos ayudan a sobrellevarla (si es que lo conseguimos del todo en algún momento).
Y de esto trata precisamente esta colección de relatos, de cómo nos enfrentamos al fallecimiento de nuestros seres queridos pretendiendo salir (casi) indemnes (¡cómo si se pudiera hacer eso!). Y cómo esto debía ser aún más difícil en un entorno de precariedad, inmensa pobreza y fragmentación de la sociedad, ya que este libro se ambienta en la Polonia más miserable de mitad del siglo XX. En un entorno plagado de tristeza, trabajos forzosos y lo más duros posibles de lo que nos podamos llegar a imaginar. En un momento en el que ni siquiera los propios ciudadanos tenían conciencia de su propia patria, al ser un ambiente plagado de distintas culturas, con grandes diferencias y discrepancias entre ellas.
Es increíble la sutileza y la elegancia, a partes iguales, en contraste con el entorno en el que se ambientan las historia, con la que nos lo transmite este autor a través de una prosa evocadora y pausada, pero no demasiado, lo suficiente para quedarnos pegados a sus páginas, preguntándonos también a nosotros mismos las cuestiones que él mismo nos plantea. Sin rozar el sentimentalismo, pero provocando mil y una emociones al mismo tiempo. Transportándonos a aquellos momentos que hemos vivido la muerte de cerca, con escalofríos y los pelos de punta, sin querer enfrentarnos a ella sino tan solo rebobinar y hacer como si no hubiera pasado nada.
Y me ha encantado, sobre todo, la manera en la que los distintos personajes de cada relato describen cómo trabaja nuestra memoria cuando sufrimos una pérdida, ya que nos acordamos hasta de los detalles más nimios de los momentos vividos solo para tratar de evocar a esa persona que no volveremos a ver jamás. De retenerla para que no se nos escape, sin darnos cuenta de que ya se nos ha ido del todo. Y es que, como leí recientemente en otra novela (‘Lo que pasa de noche’, de Peter Cameron, también muy recomendable), la vida está en esos momentos que creemos que no tienen ninguna importancia, los que componen el día a día y vivimos con las personas a las que queremos. Porque es, en parte, los que nos hacen mantener la cordura tras la pérdida.
Después de leerlo, estuve pensando muchos días en que el misterio que rodea a la muerte seguirá siendo siempre una de las mayores incógnitas con las que, desgraciadamente, tenemos que convivir. Y con la que debemos reconciliarnos para continuar nuestro día a día. Y esta novela me ha hecho reflexionar sobre ello, a pesar del fondo, de una forma bella, evocadora y constructiva, planteándonos preguntas que quizás no tengan respuesta, pero que nos ayudan a reconciliarnos con el dolor, a empatizar con personas que están viviendo lo mismo. En definitiva, a sentirnos menos solos en el proceso del duelo.