El silencio de las tierras altas

El silencio de las tierras altas, de Steinar Bragi

el-silencio-de-las-tierras-altasSe suele ver como un signo de superior calidad y mayor calado la impenetrabilidad de un texto literario (lo mismo pasa, notablemente, con las películas). El elogio de los elogios parece ser, en estos tiempos posposmodernos de relatividad estética y moral absolutas, decir de un libro que “es tan complejo/profundo/rico/simbólico que no se entiende con solo leerlo una vez” y “hay que volver a leerlo varias veces para entenderlo”.

A mi modo de ver, debería ser justo al revés: si un texto no se entiende cabalmente y suficientemente en una única lectura, es que no está bien escrito. Un mensaje no debería necesitar de varias repeticiones para llegar razonablemente al receptor. Viene esto al hilo de las reflexiones que me ha suscitado la lectura de este extraño, misterioso y sugerente libro titulado El silencio de las tierras altas. No es que haga falta leerlo más de una vez -el nivel de claridad y de oscuridad de sus pasajes y de toda la historia en general no varía a mayor número de lecturas-, pero es, sin embargo, un libro que sí invita a una relectura. A mí me ha pasado, y eso es muy raro; pero este libro lo he vuelto a leer inmediatamente después de acabada la primera lectura. Algo quiere decir eso.

Aviso para lectores incautos: El silencio de las tierras altas no es una novela redonda, y tampoco narra una historia que quede atada y bien atada. Muchos de sus pasajes son pretendidamente oscuros, otros son oníricos y pesadillescos. Y dan miedo, el miedo frío, primitivo e irracional que inspiran los amplios espacios vacíos, los cadáveres de animales medio comidos por los depredadores, formaciones piramidales hechas de huesos (¿humanos?), cuerpecillos de pájaros que han chocado contra un cristal por no se sabe qué razón, casas que se erigen en medio de la nada y que están habitados por dos viejos locos con sonrisas siniestras y misteriosos eccemas en la cara, faros que titilan amortiguados a intervalos que -esperamos- son regulares en medio de una niebla cada vez más impenetrable. Todo eso y más hay en El silencio de las tierras altas, una novela que narra el fatídico periplo de dos jóvenes parejas supuestamente amigas durante una malhadada expedición a los misteriosos e inhóspitos páramos islandeses, de tanta belleza como posibles peligros. Hrafn y Vigdís y Egill y Anna se verán condenados a entenderse mejor que nunca para tratar de volver a la civilización cuando su todoterreno choca contra una casa de la que, por alguna razón desconocida y ultraterrenal, no pueden alejarse.

No es imprescindible, aunque no está de más, leer algo sobre el folclore islandés y las extendidas creencias del pueblo sobre elfos, duendes y otros espíritus que, según las leyendas populares tomadas, al parecer, a pie de la letra por muchos, residen en la naturaleza de las tierras altas. El texto gana en claridad si se parte desde una mentalidad abierta al realismo mágico más siniestro y macabro -y elementos siniestros y macabros hay en abundancia, aunque siempre de un modo refinado, lo cual no impide que haya ocasiones en que uno quiera apartar la mirada del libro. Pero también hay furiosos trazos del siglo XXI en sus páginas: la crisis financiera que también afectó a Islandia, la perpetua crisis de valores y moralidad de la que no escapan los civilizados países nórdicos y, siempre, los oscuros y secretos territorios de la psique y la naturaleza humanas, en este caso representadas por cuatro personajes con sus claroscuros, en retratos impactantes, bien medidos y suficientemente bien diferenciados, con especial fuerza en el caso de Hrafn y Anna, y algo menos en el de Vigdís y, sobre todo, Egill.

El resultado es una novela lynchiana (de David), en la que resulta saludable partir desde el supuesto, que luego seguramente se confirmará, de que habrá muchos cabos sueltos, historias que se insinúan y se dejan inconclusas, misterios que se dejan a medio desvelar o cuyo secreto último queda en manos de cada lector decidir. La riqueza de las imágenes, de fuerte potencial sugestivo, sobrevuela todos los capítulos, en cada uno de los cuales se dice más de lo que es aparente, aunque sin soluciones ni respuestas definitivas.

Mi teoría personal sobre El silencio de las tierras altas es que se trata de un largo poema en prosa (no en vano Steinar Bragi es un celebrado poeta), una edda islandesa repleta de mitología de otros tiempos mas también de la de este principio de siglo hipertecnologizado pero de frías relaciones personales. La cuestión es sobre qué trata ese poema. Algunos de sus temas quedan paladinamente claros cuando se ha cerrado el libro, otros son apenas sugeridos pero no deja de distinguirse su presencia, como una sombra que estamos ciertos de ver por el rabillo del ojo: está ahí, aunque no sabemos exactamente qué es.

Cabe destacar también la excelente labor traductora de Enrique Bernárdez, y digo “excelente” porque, a pesar de que no hablo ni palabra de islandés, en ningún momento he tenido la sensación de estar leyendo una traducción; el lenguaje fluye con la pureza y la naturalidad de un arroyo.

En fin, que el libro me ha encantado y así lo digo.

3 comentarios en «El silencio de las tierras altas»

Deja un comentario