A merced de un dios salvaje, de Andrés Pascual

a-mercedSi este año ya he reseñado El porqué del color rojo, en parte por ser de género negro y en parte por transcurrir por mis tierras, ¿cómo no iba a hacer lo propio con el libro de hoy, que reúne las mismas condiciones de género y geografía que aquel, y tiene el añadido de que el autor es, además, logroñés? Pero, ojo. No os llevéis a engaño. No por compartir lugar de nacimiento voy a ser menos imparcial. De hecho, Andrés Pascual ha publicado ya varias novelas (El guardián de la flor de loto, El compositor de tormentas, El haiku de las palabras perdidas, Taj,…) y he pasado olímpicamente de todas ellas porque ninguna de ellas me ha llamado lo suficiente como para leerlas; el rollo oriental no es mi fuerte. Visto lo visto, o leído lo leído, está claro que tendré que darles una oportunidad…

Pero venga, va, vamos al turrón, vamos a por este noveno libro del riojano.  Andrés, lo dicho, voy a ir a saco a por ti, voy a ser implacable, como si hubieras nacido en… Torrevieja, por decir un lugar.

A merced de un dios salvaje no es solo, como se anuncia, un thriller psicológico. Tiene mucho de drama familiar, de novela negra, de misterio e incluso de costumbrismo. Con un ritmo siempre en aumento, en el que no se despega el pie del acelerador en ningún momento, nos mete con gran rapidez y facilidad en la piel del protagonista, Hugo Betancor, y le acompañamos de aquí para allá, de allá para acá, en los múltiples trayectos (menos mal que La Rioja es pequeña, porque Hugo viajará más que Willy Fog con un bonobús) que hará por tierras riojanas obligado a ello por el devenir de los acontecimientos.

Hugo es viudo, reportero gráfico y vive en Lanzarote. Económicamente no le va bien. Tanto es así, que debe pasta a un usurero y el plazo para devolvérsela ha vencido. Tiene un hijo, Raúl, de once años aunque, según Hugo, “una cabecita de seis”. Raúl tiene también una enfermedad rara, el síndrome de Dravet. Algo así como ataques epilépticos pero multiplicados por mil.

El caso es que Hugo se desplaza hasta San Vicente de la Sonsierra, a la Finca Las Brumas, la bodega de los abuelos de Raúl, (que resultará ser todo un Falcon Crest a la riojana pero sin Chun Li, como se irá descubriendo), para reclamar la herencia de Raúl. No deja de escamarle que en el pueblo la gente mire al niño como si fuera un apestado o… un aparecido. Y lo cierto es que razones no les faltan, ya que veinte años antes, durante una tormenta, el hermano de la madre de Raúl desapareció. Un niño idéntico a Raúl, no solo en su físico, al que algunos en el pueblo dicen ver aparecer de vez en cuando… La entrada en escena de Raúl, no parece presagiar nada bueno. Muy al contrario, desde que la pareja de padre e hijo pisen La Rioja, otro misterio empezará a gestarse y… rodarán barricas.

“–A comienzos del XIX se decía que los mejores vinos tenían francés, y no era por las barricas de roble. Los campesinos invitaban a los soldados invasores a asomarse a los lagares de piedra para ver cómo burbujeaban por la fermentación, les empujaban con el horquillo, los mantenían sumergidos hasta que morían ahogados y, pasados unos días, lo único que quedaba de ellos en el fondo eran cuatro telas y las hebillas del uniforme. ¿No te parece un buen plan para un asesinato, Hugo?”

El libro se mueve en dos tiempos: el presente y los sucesos ocurridos hace veinte años, semanas antes, durante y poco después de la desaparición. Los personajes son creíbles, están bien perfilados y desarrollados. El autor sabe agarrarnos por el cuello de la camisa desde el principio y hacer con nosotros lo que le viene en gana. Es una trama que no te deja respiro. En tres días (hubieran sido dos de haber tenido tiempo) te lo ventilas, y eso que son 439 páginas. Te dejas guiar por bodegas, iglesias, albergues y el paisaje de la sonsierra y que sea lo que Baco quiera. La trama está bien llevada en todo momento y Pascual te sabe meter tan bien en la piel de Hugo, que hace tuya su agonía, vives tanto sus miedos, sus ires y venires, y su sinvivir… que adelgazas leyendo esta novela.

“El mirador se alzaba en un recodo de la carretera que cruzaba la sierra. Desde allí se contemplaba el valle como si fuera un mapa. Los campos de mazuelo, garnacha, graciano, viura y, sobre todo, de tempranillo, la variedad clásica de la zona, entretejían una colcha con mil tonos de verde que pronto se tornaría en multicolor”.

Por otra parte, se nota que Pascual ha estado en aquellos lugares que describe, que le gustan y que destila cariño hacia ellos, pero también se nota que tras estas páginas hay una enorme labor de asesoramiento y documentación que se deja ver en el repaso dado a la zona en la que transcurre la acción. Desde San Vicente de la Sonsierra, hasta Logroño, pasando por Haro, el mundo de las bodegas y del vino, el Camino de Santiago, la procesión de los picaos, el museo Vivanco, Santa María la Real de Nájera, las tumbas antropomórficas, la batalla del vino, los deliciosos fardelejos y algún que otro localismo… Poco se ha dejado de mencionar. La pirita de Navajún, las huellas de dinosaurios, el milagro de Santo Domingo de la Calzada… ya irán en otro libro. O eso me gustaría, ya que a la insinuación de que esto podría oler a trilogía, contesta Pascual que, “si los lectores están contentos, estaría dispuesto a escribir no solo una trilogía, sino una saga completa dedicada a La Rioja, con más crímenes, intriga y misterio por sus pueblos”. Esperemos que contente al público tanto como a mí y podamos disfrutar de una saga Rioja.

Dos únicos peros puedo poner. A lo mejor es cosa mía, pero me parece increíble la facilidad con la que la gente entabla conversación con el protagonista y que de buenas a primeras ya le metan en su casa, le inviten a comer, le inviten a una futura menestra y se hagan amigos. También me resulta extraño que cualquier habitante, sin ser experto ni nada, te pueda contar el origen de tal o cual costumbre o tradición, decirte si esta iglesia es del siglo X, o cualquier otro dato con pelos y señales sin necesidad de usar google. No sé, me chirría un poco. Como recurso para ilustrar al lector, pues bueno, no deja de ser eso, un recurso, pero que resulte creíble, eso ya es otra cosa. Al menos eso pienso yo.

Por lo demás, todo perfecto. La prosa de Pascual es clara, el vocabulario sencillo y la lectura fácil. A merced de un dios salvaje es un libro de esos en los que estás leyendo a gusto en la cama, con el despertador mirándote mal y brazos en jarra, sermoneándote porque al día siguiente madrugas y ya no vas a dormir ni de coña el tiempo que debieras, pero te dices, como un vulgar drogadicto, el típico mantra: “venga, un capítulo más y lo dejo”. Y claro, nunca es un capítulo más.

En resumen, un libro muy bien escrito que me ha sorprendido gratamente, enganchante como él solo, con una trama bien hilvanada y desarrollada, coherente y con un final bien resuelto en el que no quedan cabos sueltos. Devorado y degustado como un buen vino de cuyo maduro y agradable retrogusto estoy convencido de que permanecerá mucho tiempo en mí. Sin duda este será uno de los libros importantes de 2018 que, además, ha servido para descubrirme a un autor al que voy a tener que seguir la pista y del que no me queda más remedio que ponerme al día con sus lecturas.

Jodida y necesariamente imprescindible.

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