Compasión por el diablo

Reseña del libro “Compasión por el diablo”, de Kent Anderson

Compasión por el diablo

Dejaremos fuera (que ya es tremendo) a los muchos (abueletes ya) que aún siguen intentándolo, pero los demás, la mayoría de los cientos de miles de chavales que se dejaron la chaveta (y algún que otro miembro) en la Guerra de Vietnam, continuaron con su vida (como pudieron, claro) en los años ochenta.

Algunos, como Kent Anderson, el autor de la formidable Compasión por el Diablo, se hicieron polis. Ahí es nada. Otros montaron empresas que más o menos prosperaron, formaron una familia, tuvieron hijos, amantes, un cáncer, o se metieron en política. Fueron los “veteranos del Vietnam”. La Gran Novela Americana.

Si usted coge ahora esto que digo (con pinzas, ojo) y lo relaciona con la grotesca y surrealista sociedad norteamericana actual (esa que, por otro lado, tanto nos pone), quizás llegue a la misma e ilustrativa (y lamentable, por otro lado) conclusión que yo sobre esta infame y oscarizada guerra.

Y ahí lo dejo.

y ahora el libro. Compasión por el Diablo es el debut como escritor (¡ostia, ya quisieran otros este debut!) del veterano boina verde Kent Anderson, y la primera de las tres novelas que escribió con ese tal Hanson como protagonista (y también como alter ego suyo).

Aquí, de momento, Hanson es todavía un pajillero adolescente y universitario al que reclutan para ir a Vietnam. Como el chico es más o menos ilustrado lo quieren lejos del frente. En otras tareas “más adaptadas a su posición”. El jodido papeleo y tal. Sin embargo, su terca e inconsciente juventud, además del aura y la falsa belleza que rodeó a esa guerra, le empujarán hacia la boca del lobo. Hanson acabará pidiendo un cambio de destino para poder ir a luchar y meterá de lleno (y para siempre) las narices en la barbarie de la jungla.

Junto a los Quinn, Silver o el señor Minh (una especie de chamán y jefe militar montagnard que odia al Vietcong después de que aniquilaran a toda su familia), Anderson nos hace compañeros inseparables del periplo militar de Hanson durante sus dos años de servicio en Vietnam. Y ni tan mal.

En tres partes diferenciadas temporalmente y una serie de capítulos que viajan constantemente hacia atrás y hacia adelante (y que nos trasladan esa sensación cinematográfica tan familiar en las historias de Vietnam), Anderson mezcla con originalidad unos cuantos recursos narrativos: el narrador omnisciente, austero y duro; los diálogos coloquiales, frescos pero llenos de ironía, de golfería y de profundas reflexiones de aquellos jóvenes soldados norteamericanos; descripciones concisas de los escenarios de la batalla, hermosas, casi oníricas; escenas potentísimas y plagadas de metáforas, de los colores y olores que Anderson se trajo consigo; y, por supuesto, una narración en cámara trepidante, verosímil (y muy técnica) de las escenas bélicas más intensas de la novela.

Sin embargo, y a pesar de que volveremos a encontrarnos con las referencias más masticadas de esta guerra, Compasión por el Diablo es mucho más que eso. Por eso es, sin duda, una de las mejores novelas sobre esta temática que me he encontrado hasta la fecha (y mira que ya voy de Saigón y de los Rolling Stones ya hasta las trancas).

Pero todo es siempre cuestión de perspectiva.

Y hay perspectivas…y perspectivas.

Datos:

Apocalypse Now se estrena en 1979. Platoon, en 1986. La chaqueta metálica en 1987.  Ese mismo año se publica Compasión por el diablo. Solo la famosa novela Despachos de Guerra, de Michael Herr había sido publicada antes (1980)*.

*(Si hubo algo más antes, nunca más se supo, lo cual ya lo dice todo).

Es fácil darse cuenta que quizás tras el libro de Anderson fueron aparecieron otras voces. Otros puntos de vista.

Porque lo que está claro es que las escenas que él recuerda y nos traslada en la novela solo son parecidas a las que nos ha enseñado el cine.

Quizás por eso, esta fabulosa ficción nos cuenta la guerra de otra forma:

La (extraña) primera vuelta a casa de un joven y esquizofrénico soldado.

El terrible y paradójico deseo de regresar a Vietnam para volver a encontrarle el sentido a algo, aunque sea en medio del infierno.

Los meses de formación, los compañeros de armas y su evolución…

Y sí, esas putas batallas.

Quizás Anderson buscaba contrarrestar el tufo épico y el falso patriotismo que se trasladó de aquella movida.

Quizás Anderson sabía, como todos allí, que no se podía ganar la guerra.

Quizás era consciente de que nadie tenía ni puta idea.

Quizás sabía que todos aquellos irreverentes diablos con los que convivió, con todo ese material de guerra carísimo en sus manos, en realidad no eran más que unos pobres paletos. Unos ignorantes igual que él. Unos niños a los que habían soltado en medio del infierno.

Quizás Anderson se despierte por las noches sintiéndose un inadaptado, un excluido social o un maldito infeliz. Un tipo que tiembla de miedo y que acumula tanta ira dentro que querría estrangular al conductor del autobús o la que le vende el pan todos los días.

Esconderse.

O disparar de nuevo.

O buscar compasión.

Quizás a eso se refiera.

Pero puede que no.

Yo solo sé que me gustaría abrazarlo.

¿Eso es la compasión? Pues no tengo ni puta idea.

Pero sé que esto es Compasión por el Diablo. Un librazo de jóvenes en llamas pidiéndote auxilio al ritmo de Jimi Hendrix.

Una maravilla.

Napalm literario.

¡Sajalín, cojones, alto el fuego! (Ah, y lo de Rubén Martín Giráldez es como ir en el Pájaro de la Libertad)

Deja un comentario