As de corazones

As de corazones, de Antonia J. Corrales

As de corazonesLa vida escuece. Como lo hace la sal en una herida abierta, esa que tarda en cicatrizar, en la que la piel no acaba de cubrir y reparar por sí misma. Y así nos vamos sumergiendo en la vorágine, en el agujero negro que es la realidad, que lo fagocita todo, tragándose nuestras esperanzas, nuestros sueños, mientras nosotros intentamos crear unos distintos, mejores, o incluso peores, pero diferentes al fin y al cabo. Y ahí está también el destino, que como aquella sal que no deja que cicatricen las heridas, nos empuja en una dirección, luego en otra, para acabar quizá en el mismo punto, volviendo al error, al secreto guardado bajo siete llaves, a las almas que están destinadas a encontrarse aunque estén ciegas. Ciegas por el amor que rebosa del vaso tallado a mano, ciegas porque el aire no llega a los pulmones de la pura emoción, y ciegas porque el olor, el aroma de ese campo lleno de flores, amapolas quizá, que no permiten que su vida sea algo maravilloso sino un continuo de sinsabores. Porque el amor es maravilloso, pero también puede doler. Y en ese dolor, en ese pequeño fragmento de cristal que nos ha provocado la herida, se encuentra As de corazones que se introduce presto a desgarrar un corazón, la raíz que nos sustenta desde la tierra, para convertir al lector en otros personajes que ya, jamás, podrán írsele de la cabeza.

La única forma que se me ocurre para describir a la perfección la nueva novela de Antonia J. Corrales es empezar por el final: una lágrima, ese tipo de lágrima que resbala poco a poco por la mejilla, sin que apenas nos demos cuenta, y que mancha las páginas del papel emborronando el punto y final a una historia redonda. Una lágrima, que antes se había convertido en ira, en una ira ciega por las injusticias del amor, por las injusticias de la vida, por las injusticias que provocan aquellos que ven en el egoísmo su forma de vida. Pero esa lágrima, que permanece en la cuenca de los ojos, hace florecer pequeñas hojas, unos pequeños brotes de algo llamado esperanza, de un querer que todo salga bien incluso cuando sabes que eso no es posible, que la vida es perra, ladra y muerde a su antojo y nos devora hasta las entrañas. Es esa fuerza, el valor de una fuerza que nace desde dentro, lo que convierte a As de corazones en una pasión desenfrenada por la vida, por encontrar la huida de nuestro cautiverio, por navegar por un mar embravecido cuando nuestra propia balsa ya está en las últimas. Es esta novela, en mis propias palabras, un bote salvavidas.

Ella, la autora, una Antonia J. Corrales en gracia, con sabiduría, con la bilis que recorre cada palabra, una de esas escritoras que se han superado a sí mismas. Sorprende que, desde su anterior novela, En un rincón del alma, haya propinado una patada a su registro, haya amaestrado las palabras y las haya hecho suyas de una manera sublime. Es como esas flores que al principio crees delicadas, pero después te demuestran su fuerza. Es una imagen, un cuadro colgado en el mejor rincón de nuestra casa, es una belleza que sublima a todas las demás bellezas, que recorre con un escalofrío nuestra espina dorsal, y convierte en un amasijo aquellos temores, aquel destino que juega con nosotros, aquellos secretos que se guardan, y los tira a la cara del lector, los hace suyos, los convierte en un tesoro, uno de aquellos tesoros que se buscan en islas remotas, que nos ayudarán a sobrevivir en un futuro, que nos propone un reto y no nos suelta hasta que lo hemos conseguido. No hay razones, no hay más razones al menos que hablar de este resultado, de una historia como As de corazones que uno lee como un diario personal, en el que encontrarse, en el que viajar, en el que comprender que los seres humanos estamos perdidos, incluso cuando nuestro destino es ser libres, porque en realidad estamos intentando buscarnos siempre… sin conseguirlo. Y vivimos, vivimos con ese agujero dentro, advirtiendo que a veces, con las palabras, con la vida que se esfuma entre los dedos, podemos encontrar lecturas como ésta que nos hagan bombear sangre, mirar la vida pasar y sentarnos a esperar para devolver el puñetazo. Somos seres fuertes, humanos y fuertes, y eso lo demuestra ella, la autora, con su vitalidad, con su sonrisa camuflada en las letras, con la ira sostenida en los diálogos, con la imaginación de un viaje y un reencuentro, con ellos, sus personajes, y con nosotros, que somos espectadores de nuestra propia existencia, con todo lo extraño que eso pueda suponer, mientras leemos un libro que nos abraza, que nos abofetea, que nos enamora, que nos hace derramar lágrimas y sonrisas por igual, porque las caricias a veces vienen envueltas en guantes de hierro, pero otras, vienen reflejadas en palabras, en frases que convierten una historia en eterna. Como esta novela, eterna.

Deja un comentario