El corazón de hojalata: Ruyna. Cyrano y yo

Reseña del libro “El corazón de hojalata: Ruyna. Cyrano y yo”, de Munuera y Beka

El corazón de hojalata: Ruyna. Cyrano y yo.

¿Podrá un robot amar a un humano? ¿Podrá un humano amar a un robot? De lo segundo no tengo dudas, así que vayamos más allá: ¿podría una niña sentir el calor y el cariño de una madre en la figura de una niñera robot? Esta pregunta tiene tantas partes que puede ramificarse en debates a distintos niveles. Cómo le hubiese gustado formularla a un profesor de filosofía que conocí, que si no provocaba un enfrentamiento abierto en clase antes del almuerzo, no comía tranquilo. Por fortuna, he podido reflexionar desde el sosiego y os invito a que me acompañéis en esta y otras reflexiones que me ha despertado esta inspiradora novela gráfica: El corazón de hojalata: Ruyna. Cyrano y yo. Con la calidad que caracteriza a Nuevo Nueve y de la mano del dibujante y guionista José Luis Munuera y de los franceses, Bertrand Escaich y Caroline Roque, unidos por el seudónimo Beka.

Se trata de una obra retrofuturista, por lo que es complicado ubicarla en el tiempo. Nos sitúa en un escenario propio de terratenientes sureños americanos del siglo XIX, con criados dedicados a trabajar en las plantaciones de algodón y en ofrecer los servicios básicos. Solo que estos criados son robots y la gente se conecta a internet mediante un aparato del tamaño de un mechero que, a pesar de desplegar una pantalla holográfica, no desentona en el ambiente. Las viñetas se alternan con otras de aire francés en las que aparecen escenas de la famosa obra de teatro, Cyrano de Bergerac, una película recomendada por la amiga virtual de la protagonista y que guarda paralelismos con la historia que se va a contar.

La protagonista, Iséa, es una preadolescente un tanto asocial, de padre desconocido y madre desentendida, que ha sido criada por una niñera robot a la que su madre puso por nombre Ruyna (o Debry, en la edición francesa). Un día, y sin avisar, su progenitora devuelve a la niñera robot, alegando que ha llegado la hora de cuidarse sola; pero Iséa hará lo posible por encontrar al único ser que le ha hecho sentirse querida.

Lo fascinante de esta novela gráfica es que uno se imagina su desarrollo dependiendo de cómo tenga amueblada la cabeza. Puedo entender que Iséa quiera a su niñera robot con la pasión con la que los niños quieren a los peluches, ¿pero de verdad ve en ella a una madre con todas sus connotaciones o, como dice la canción, será una obsesión por llenar el vacío que deja la biológica? La distancia que tiene con su madre es evidente, se trata de un personaje estremecedor. Esos ojos claros de mirada entrecerrada y mentón altivo han sacudido mi infancia, como si la reina mala de Blancanieves hubiese poseído el cuerpo de una Escarlata O’Hara de la ciencia ficción. Y no es menos siniestro el personaje del alguacil, quien en su búsqueda de Iséa simboliza todo aquello que los humanos tememos sobre el futuro de los robots. ¿Pero qué hay de Ruyna, la niñera? Tan tranquila, tan silenciosa, tan servil. A lo largo de la lectura se me congestionaba siempre la misma pregunta: ¿y si la encuentra y se lleva una decepción? ¿Y si la quiere de verdad y descubre que es una «cáscara vacía»? ¿Cómo podría gestionar una preadolescente el arriesgar y darlo todo por la nada? ¿Irá su madre real al rescate, demostrando al fin tener una pizca de humanidad? Y cuando creía tener todos los posibles finales controlados… ¡sorpresa! Cómo me gusta cuando el libro me estalla en la cara.

No solo la ambientación es original: mezcla una especie de lejano oeste con una tecnología que ni siquiera ahora tenemos. Que la gente viaje en carros tirados a caballo y trenes de locomotora, pero pueda realizar una videollamada, es algo que no se ve todos los días; no digo ya en la vida real, sino en libros o en la televisión. También, esa alternancia con la historia de Cyrano de Bergerac le da un toque poético muy curioso; puesto que el Cyrano verdadero, en el que está basada la obra de teatro, es considerado uno de los precursores de la ciencia ficción. El personaje ficticio da pie a abordar otro aspecto de esta novela, muy relacionado con lo anterior y que le da profundidad, y es la capacidad de expresar los sentimientos a pesar de las apariencias.

Iséa es una persona que se aísla de forma voluntaria, y se comprende, porque teniendo como referentes a un robot y a lo que sea su madre, no es de esperar que haya desarrollado muchas habilidades sociales. Esto hace que no tenga acceso a otro tipo de amor muy importante y que puede llegar a ser duradero: el de la amistad. Creo que la obra enfoca muy bien que todo sentimiento debe ir en dos direcciones, sin muros bloqueando el paso, sin vallas donde tropezar, y que solo así se consigue ser feliz. Porque, quién sabe, quizás sea Iséa la que tiene El corazón de hojalata.

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