El hombre que fue Sherlock Holmes, de Máximo Pradera

sherlock

No estoy seguro, pero creo que mi primer contacto, y el de muchos otros niños, con Sherlock Holmes fue la mitíquisima serie japonesa de dibujos animados del mismo nombre. Recuerdo la canción (Sherlock Holmes es el único y genial, Sherlock Holmes como él no hay otro igual. Watson le acompaña donde quiera que va, es su amigo su ayudante siempre a su lado…), recuerdo que la emitían los viernes por la tarde en TVE-1 y recuerdo que no me perdía ni uno. Los personajes eran todos animales (Holmes un zorro, Watson un perro, Moriarty creo que era un lobo (¿morado?) muy elegante con su traje blanco con capa, monóculo, chistera y su inconfundible risa ja, je, ji, jo, ju) y la ambientación e historias muy intensas y jugosas. ¡Joder, ya no se hacen dibujos así, ¿verdad?!

Cuando crecí leí por mi cuenta algunas de las historias de Conan Doyle, vi películas (El secreto de la pirámide, La vida privada de Sherlock Holmes, Mr. Holmes… por citar algunas), leí otras aventuras del detective y poco a poco fue relegado a un lugar cómodo y calentito, cerca de la chimenea, en la memoria, pero nunca fue olvidado y, por supuesto, cuando visité Londres fui al museo que está en el 221B de Baker Street. También recibí con alegría las pelis de Robert Downey Jr (aunque siempre me ha parecido que era más Holmes Jude Law que Downey) y sobre todo la puesta al día de Holmes y Watson en la estupenda serie Sherlock, con Benedict Cumberbatch y Martin Freeman.

Eso por un lado.

Por el otro está Máximo Pradera. No había leído nada de él (pero me gustaba su rol en el programa Lo + plus) hasta este verano de confinamiento en el que mi admiración por Beethoven y una trama misteriosa me llevaron a leer casi de un tirón La décima sinfonía, publicada con pseudónimo. Y me gustó. Mucho.

Y por eso, confiando en el buen hacer de Pradera me lancé a por este pastiche (ojo, no lo califico yo así, sino el propio autor) que es todo un homenaje al detective consultor y a su fiel ayudante.

El hombre que fue Sherlock Holmes está narrado en primera persona y desde el punto de vista de un peculiar Watson, que en su correspondiente paralelismo no es médico sino un homeópata (o sea, médico de nada) que no pasa por su mejor momento económico, y del que, ¡maldición!, ahora mismo no sé si se llega a saber el nombre. Le debe tres meses de pensión a su exmujer, pero esta le propone perdonárselos si aloja en su casa a su hermano, un químico de baja por depresión al que, de igual manera que Alonso Quijano con las novelas de caballería se convirtió en don Quijote, las novelas de Conan Doyle le han hecho creer que él es el popular detective.

Y así, ante la inicial extrañeza, (y posterior y entusiasta aceptación dada su aburrida y rutinaria vida) del homeópata convertido en Watson, vamos a meternos de lleno en un caso y una aventura que no podría haber salido más redonda, aunque, esta vez, a lo que más he prestado atención no ha sido a la resolución del misterio, sino la forma en la que este se nos cuenta, integrando los motivos típicos, los personajes conocidos, los tics y todo lo que caracterizaba a las novelas del británico adicto a la cocaína diluida al 7%.

Una novela por la  que pululan nobles como Brianda de la Castuza y Jojenjole, baronesa del Rancio Abolengo; el marqués del  Alto Copete, el vizconde del  Insufrible Cacareo, los Ringorrango, franquistas, podemitas, Guerrilleros de Cristo Rey, chóferes de Cabify, ninjas, locales del buen comer a pesar del nombre (Mira lo que he hecho con la cerda de tu hija) e incluso el propio pseudónimo de Pradera, ese célebre compositor checo, recibe un guiño.

Al principio suena un poco increíble el vocabulario algo rebuscado, sobre todo en la conversación entre nuestro Watson y su exmujer, pero a medida que se avanza en la lectura uno se hace a él y lo cierto es que te lees el libro en un suspiro y no solo por querer conocer los entresijos del casos sino por la emoción, la curiosidad, mejor dicho, de querer ver cómo el autor va a meter cosas como el violín, referencias a Irene Adler o a la señora Hudson, los disfraces, los niños que usa para conseguir información, y sobre todo los alardes de erudición y observación que una mente normal puede deducir a diario actuando como la mente privilegiada del famoso sabueso.

El hombre que fue Sherlock Holmes tiene un gran tono humorístico y exagerado, con crítica social y mala baba en ocasiones, pero sin caer nunca en la patochada ni en el chiste fácil. Un libro inteligente, ingenioso, ágil, entretenido, fresco y muy actual, que gustará tanto a los fans del detective como a cualquiera que quiera disfrutar de un buen rato de lectura.

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