El jugador

Reseña del libro “El jugador”, de Fiódor M. Dostoievski

Nietzsche consideraba a Dostoievski “el único psicólogo del cual se podía aprender algo”. Dudo que esta cita cuelgue de la pared de ningún gabinete de psicología, pero si eliminas de ella el polémico calificativo “único”, es imposible no estar de acuerdo. Este fin de semana he vuelto a leer El jugador, en la nueva edición de Akal de Clásicos ilustrados, a la que pertenece también Cándido de Voltaire, y he vuelto a experimentar esa sensación transformadora que tienen los buenos libros, de enseñarte a mirar el mundo y verte por dentro. 

Un tema fundamental de El jugador es el dinero, como símbolo capitalista que representa la capacidad de consumir y la preocupación por su falta. Desde sus primeras páginas puedes sentir el peso que tiene en la vida de los personajes. Gastando por encima de sus posibilidades, endeudados, buscan salir del callejón con una herencia, esperando la muerte de un familiar, o persiguiendo una pareja a la que quieren casar por pura conveniencia, y por supuesto, también confían en encontrar la salido en el juego de azar, en la ruleta especialmente.

Avanzas en estas reflexiones como lectora conforme lo va descubriendo el protagonista: Alexei Ivánovich, pues El jugador está escrito desde su punto de vista. De esta manera, Dostoievski te coloca en el personaje de Alexei y es desde esa perspectiva subjetiva donde sientes en carne propia la adicción al juego y sus desastrosas consecuencias. Como un remolino que te atrapa y te hunde, Alexei juega compulsivamente, “solo una vez más”, incapaz de controlar sus emociones. Se convierte en un esclavo al servicio del juego, que reduce cualquier cosa o persona a una fuente de ingresos para seguir jugando.

Y así se precipita por el escalafón social, hasta tocar fondo. Una caída hacia los infiernos que podría ser perfectamente la de cualquiera de los 1,3 millones de españoles que realizan apuestas online actualmente, debido al aumento tras la declaración de la pandemia. Más de la mitad de los cuales son jóvenes. Siguiendo el discurso nacionalista del texto cabía preguntarse si “los españoles” buscan un golpe de suerte que los rescate de su situación, igual que hacen “los rusos” de El jugador, Alexei incluido. ¿Acaso no es el azar algo esencial a la vida? Si Aristóteles levantara la cabeza diría: claro que tu vida depende en gran parte de la suerte, del azar, pero no hagas que dependa únicamente de ella. Tuércela con la virtud de la moderación, del justo medio. 

Por último, sorprende ver cómo plasma Dostoievski lo corrosivo que puede resultar la adicción para las relaciones, a ciertos temperamentos, como el ruso. El juego no mata, pudre. Como la necesidad de dinero. Corroe y destruye cualquier posibilidad de fraternidad, amistad o amor, convirtiendo todo a su paso en transacción económica, cálculo y artificialidad. Las ilustraciones complementan esta idea de instrumentalización de los afectos, porque cuando te conviertes en un ludópata y necesitas dinero, tu abuela deja de ser tu abuela y se convierte en un mero monedero al que acudir para volver a jugar.

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