El rastro de la libélula, de Giordano Merisi

rastro

Hubo un tiempo, cuando era joven, en el que me gustaba el fútbol, en el que el fútbol no tenía un lado tan marcadamente mercantilista como el que ha adoptado desde hace ya unos cuantos años. No era un gran forofo, ni iba a partidos, pero recuerdo que los domingos por la tarde, cuando tocaba estudiar, tenía puesta la radio con el partido del Logroñés sintonizado. No muy alto, lo bastante para tener un runrún de fondo y enterarme de los goles, si los había, y lo suficiente como para poder concentrarme en el estudio. Ese tiempo pasó cuando el fútbol lo invadió todo y dejó de ser un mero entretenimiento más. Había fútbol tooodos los putos días de la semana y entre esa saturación y el descenso a los infiernos del C. D. L., el deporte rey acabó asfixiándome tantísimo que ahora solo veo los partidos oficiales de la selección en Eurocopa y Mundial.

Sin embargo, es extraño que la literatura no se haya adentrado (o a mí no me consta) en los terrenos de juego futboleros. No hablo de biografías de futbolistas, entrenadores, historias de clubes, camisetas…, que de esos hay a cascoporro, sino de novela negra con el  trasfondo del mundo del balompié. Seguramente las haya, repito, pero no las conozco.

Hasta hoy, que he acabado las 376 paginacas de Giordano Merisi, dos autores que firman como uno con ese pseudónimo y que además dan nombre al protagonista de este El rastro de la libélula.

Giordano Merisi, el protagonista, es un periodista y también escritor de biografías de personajes del fútbol. Es italiano pero vive en Madrid y ahora mismo se encuentra trabajando en la bio de Eduardo Castro, el uruguayo que entrena al Real Madrid. Metido de lleno en plena faena Jerónimo Contreras, la estrella colombiana de dicho club, desaparece y saltan las alarmas. No es normal que un chico tan formal como Contreras se salte los entrenamientos. La preocupación va en aumento y Merisi, a petición de Castro, se convertirá en algo más que un periodista.

Hasta aquí la trama sin desvelar poco más que lo que se indica en la contraportada.

Hay que reconocer que Merisi conoce muy buen todo el entramado de lo que es el fútbol y sus alrededores. La disección que hace de la mafia balompédica en general, y de la madridista en particular, nos pinta un retrato muy creíble de los niveles a los que la corrupción ha llegado, se ha asentado y es ya algo asumido.

“No entiendo nada. Nada de nada. Llevo semanas haciendo preguntas a diestro y siniestro, y ahora me doy cuenta de que no tengo claro para qué, a qué obedece todo esto. No tengo ni idea.”

Merisi va a contarnos los avances que hace en la investigación hablando con el entorno de Contreras a la vez que nos explica con detalle el día a día de un padre de familia que trabaja en casa, y atiende a sus tres hijos, de diferentes edades, mientras su mujer trabaja fuera. Nos narra sus compras, dónde es mejor comprar tal o cual producto, lo que cocina (se nota también que la pareja de autores domina la gastronomía italiana), lo que desayuna, los trayectos de ida y vuelta para llevar y recoger al hijo pequeño del colegio o al pediatra, las batallas diarias con el hijo mediano para que haga los deberes y se olvide unos minutos del móvil, los partidos y entrenamientos del pequeño… Y también lo que piensa de los locos españoles, los recuerdos de su juventud, de los inicios con su mujer… y la procrastinación a la hora de enfrentarse a la página en blanco.

El rastro de la libélula es una novela para degustar a fuego lento. Tiene un ritmo que no es rápido ni lento, sino el que exige un partido contra el catenaccio de Italia con prórroga y penaltis incluídos. Es cierto que a veces las partes menos “policíacas”, las más ajenas a la investigación, pueden hacerse algo densas, pero creo que son importantes para comprender el carácter del protagonista, qué piensa, cómo y por qué, y van a ser cruciales para el desenlace.

La novela está cargada de referencias de lo más actual a noticias que de un tiempo a esta parte se han hecho cada vez más frecuentes en los telediarios y que están insertadas con total naturalidad, sin forzar para nada ningún calzador.

En resumen, una buena trama, unos personajes muy bien perfilados, una crónica y crítica social ejemplar, una prosa envidiable para una ópera prima, un relato sólido de la rutina y lo cotidiano y una investigación absorbente por la que te dejas llevar como un ciego por su lazarillo.

¡Pardiez, Merisi, buen trabajo, seáis quien demonios seáis!

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