Historia de la hechicería y de las brujas

Reseña de “Historia de la hechicería y de las brujas”, de Luis Bonilla

Cada verano, pasar las vacaciones en mi pueblo, un pueblo mediano de Ourense, era una aventura llena de emoción, misterio y magia. Recuerdo una gran biblioteca llena de novelas negras y de terror (Agatha Christie, Anne Rice, Stephen King, Patricia Highsmith…), en una casa enorme y vieja, de fría piedra, y llena de rincones por descubrir. Mi prima tenía un antiguo tocador con su jofaina y todo, lleno de perfumes y maquillaje y, como adorno, figuritas de meigas. Eran ancianas de barro vestidas de oscuro, con narices y barbillas puntiagudas, una pequeña mata de pelo blanco suave como el algodón, con un sombrero de pico encima y distintos accesorios: una escoba hecha con un palito y pequeños trozos de paja atados para hacer el mocho, un búho o un cuervo, un caldero del que salían ranas… cada figura tenía su propio atrezzo diferente, que hacía referencia a los elementos que según el mito popular portaban las meigas o brujas. A pesar de su fealdad, esas pequeñas brujas se sentían como amuletos a los que pedir deseos como que las vacaciones no terminarán jamás. 

Mouchos, coruxas, sapos e bruxas.

Demos, trasnos e dianhos, espritos das nevoadas veigas.

Corvos, pintigas e meigas, feitizos das mencinheiras.

Pobres canhotas furadas, fogar dos vermes e alimanhas.

Lume das Santas Companhas, mal de ollo, negros meigallos, cheiro dos mortos, tronos e raios.

Oubeo do can, pregon da morte, foucinho do satiro e pe do coello.

Pecadora lingua da mala muller casada cun home vello.

Averno de Satan e Belcebu, lume dos cadavres ardentes, corpos mutilados dos indecentes, peidos dos infernales cus, muxido da mar embravescida.

Barriga inutil da muller solteira, falar dos gatos que andan a xaneira, guedella porra da cabra mal parida.

Con este fol levantarei as chamas deste lume que asemella ao do inferno, e fuxiran as bruxas acabalo das sas escobas, indose bañar na praia das areas gordas.

¡Oide, oide! os ruxidos que dan as que non poden deixar de queimarse no agoardente, quedando asi purificadas.

E cando este brebaxe baixe polas nosas gorxas, quedaremos libres dos males da nosa ialma e de todo embruxamento.

Forzas do ar, terra, mar e lume, a vos fago esta chamada: si e verdade que tendes mais poder que a humana xente, eiqui e agora, facede cos espritos dos amigos que estan fora, participen con nos desta queimada”.

Para los que no lo hayan reconocido, este texto es el conocido como “Conxuro de la Queimada”, un conjuro típico gallego que se debe de leer mientras se remueve una mezcla preparada en un recipiente de barro al fuego y que no consiste más que en aguardiente, azúcar, corteza de limón y granos de café. Se le supone un poder purificador y curativo para alejar a los malos espíritus y, a pesar de que parece una tradición ancestral, tiene su origen en los años 70 en Vigo y fue ganando popularidad con el paso de los años.

El porqué de esa popularidad, al igual que la de las figuras de las meigas o de colgantes de porcelana con las runas celtas, que también comprábamos en Galicia en aquella época; no es más que el reflejo de las fascinación que desde siempre ha sentido el ser humano por todo lo relacionado con la magia, las fuerzas oscuras y, en general, con el mundo sobrenatural.

Sobre esta atracción por lo sobrenatural, que ha formado parte de nuestras vidas y nuestra cotidianidad desde tiempos inmemoriales, habla Luis Bonilla en su libro Historia de la hechicería y de las brujas. Publicado en 1962, se trata de un ensayo antropológico que hace un repaso sobre las creencias y prácticas mágicas de todas las latitudes y épocas, desde el principio de la historia conocida hasta el siglo XX, revisionando, por tanto, nuestra historia y nuestra cultura. Porque nos guste o no y seamos más o menos escépticos, la magia y el mundo sobrenatural, representado por brujas y hechiceros, está ineludiblemente enlazado a nuestra historia.

La magia ha jugado un papel relevante desde las trepanaciones prehistóricas en cadáveres para dejar salir al espíritu; los augurios de los oráculos griegos y sus metamorfosis; los sortilegios y exorcismos durante el periodo más oscuro de la Edad Media y la época renacentista; con la llegada de la Inquisición, que a pesar de todo no sirvió para frenar el fenómeno; y hasta nuestros días. Aunque nos jactamos de no creer en supercherías y de ser más listos que nuestros antepasados, todos los periódicos o revistas siguen reservando una cara para el horóscopo que devoramos, tanto en papel como en digital, a través de las predicciones en redes sociales publicadas por perfiles de “adivinos” que acumulan cientos de seguidores. Seguimos confiando en el poder de los números especiales para atraer la fortuna en cupones de lotería, compramos camisetas y collares con nuestros signos del zodiaco y nos da cierto reparo confiar en Tauro o en Libra porque otra persona con el mismo signo nos hizo daño en el pasado. Evitamos pasar bajo escaleras o andamios, cruzarnos con gatos negros o tirar la sal para no atraer el malfario. Devoramos los libros y películas que cuentan las aventuras de Harry Potter en Hogwarts, la historia de amor entre Bella y el vampiro Edward y nos disfrazamos de brujas, momias, hombres lobo, vampiros, fantasmas y otros seres sobrenaturales en la noche de Halloween.

A pesar de la atracción que sentimos aún hoy en día hacia todo lo sobrenatural, poco tiene que ver con la fé que profesaban hacia todo este mundo en otras épocas en las que acudían a brujas y hechiceros para curar a los enfermos, atraer al ser amado o protegerse de los enemigos. Luis Bonilla explica con pelos y señales todas estas creencias y prácticas en un libro que funciona como crónica histórica del folclore y las creencias del ser humano y como tratado psicológico de la mente humana y de lo que es capaz de creer y “ver” sugestionado mediante potentes engaños. El autor desmonta la hechicería presentándola como un gran engaño que se valía de la predisposición de la gente a creer en cualquier cosa para enfrentarse a sus mayores miedos.

A lo largo de todo el libro, Luis Bonilla no puede evitar emitir juicios de valor personales sobre lo que está contando y, de este modo, habla de “superstición ignorante, nefasta tendencias, talismanes absurdos” o se refiere a las brujas o hechiceros antiguos y sus seguidores como “renegados sociales, envidiosos, dementes o enfermos mentales, obsesionados que odian a sus convecinos…”. La lista de adjetivos es larga. Pero también nos deja reflexiones interesantes como la que sigue sobre el fanatismo, completamente aplicable hoy en día:

“Y lo peor es que no hay cosa más difícil que convencer a un alucinado, a un individuo víctima de la sugestión, de que ha sido engañado por sus propias representaciones mentales bajo la influencia de un ambiente adecuado. Si no fuer así, no existiría el problema del fanatismo, ante el que se estrellaron siempre los razonamientos más claros, porque al fanatizado le molesta a priori poner sus convicciones en tela de juicio. Para todo individuo vulgar, lo que él cree es lo cierto y lo que él piensa es la verdad.

[…] intransigente defensor de aquello que él juzga realidades y que ya pertenecen a su propio acervo mental; las cree, las acepta, son ya realidades que han pasado a pertenecer a la propia conciencia del sujeto, el cual las defiande, no por ciertas en un sentido absoluto, sino por suyas“.

A lo largo de las más de 300 hojas escritas por Bonilla veremos desfilar todo tipo de seres (brujas, súcubos, espíritus, hombres lobo, trasgos, duendes, vampiros). También  descubriremos todo tipo de sortilegios y filtros y conoceremos los amuletos y talismanes más curiosos (calaveras prehistóricas, basilídicos con la palabra abracadabra grabada, herraduras o grabados sobre puertas, gemas y piedras preciosas o figuras mágicas para cebarse con los enemigos). Además, hallaremos anécdotas nunca leídas en nuestros libros de historia como la leyenda sobre la caída del Imperio Visigodo o la detallada clasificación de las ciencias ocultas que hizo San Isidoro en esa misma época; el tributo de las cien doncellas; la sombra del perro que algunos creyeron ver en el funeral de Felipe II; las legendarias escuelas de nigromancia en cuevas de Toledo y de Salamanca; Catalina de Médici y sus adivinos; el “parto atado” maquinado por la amante del rey Alfonso X para evitar que tuviese descendencia real; o el mito de don Enrique de Villena y sus estudios y conocimientos sobrenaturales, que le permitieron engañar al mismísimo Diablo…

Por todo esto, Historia de la hechicería y de las brujas, supone un ensayo de obligada lectura para todos aquellos interesados en el folklore y las creencias que nos han acompañado a lo largo de la historia y, en definitiva, una valiosa fuente de conocimientos sobre los mitos y leyendas que han fascinado al ser humano a lo largo de su evolución.

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