La cárcel del silencio

Reseña del libro “La cárcel del silencio”, de Alberto Lendínez

La cárcel del silencio

Volver a leer a Alberto Lendínez supone de nuevo un viaje emocional. Esta vez estaba preparada, sabía que el autor iba a conseguir, como lo hizo con su libro Retratos de un suspiro: fragmentos de una vida truncada, zarandear mis emociones con esa manera tan sutil y delicada que le caracteriza. Si con su anterior libro Alberto consiguió despertar en mí tantos sentimientos, esta vez, con La cárcel del silencio, el autor ha vuelto a atraparme de lleno en su suave escritura. Si bien son libros muy distintos, el resultado es el mismo: ambos consiguen estremecerme y erizar mi piel.

La cárcel de silencio es un libro mucho más lírico que el anterior. Un libro relativamente corto pero que condensa en él toda la esencia del autor, ese lado tremendamente poético al servicio de las emociones. Y qué bonito es cuando los escritores se dejan llevar así, sin importar tanto el resultado sino el proceso. Ahí es cuando verdaderamente se crea la magia.

Este poemario, tan íntimo, aborda en sus páginas un tema muy complicado que no podría estar de más actualidad como el acoso escolar. Es, por lo tanto, muy fácil que tantos de nosotros nos sintamos identificados con sus palabras pues, desgraciadamente, gran parte de la sociedad ha sufrido y sufre esta condena que supone el maltrato escolar.

Desde su particular visión, Alberto nos cuenta su experiencia asemejando su realidad a una prisión que, si bien no tiene barrotes físicos ni grilletes, sí que se siente como tal. Una soledad tremenda que te invade y te arrastra a unos abismos que solo buscan encontrar una mano al otro lado que te saque de ese infierno.

El autor nos cuenta en este poemario su propia experiencia. Cómo con diez años dejó atrás su Madrid natal para mudarse con su familia a Barcelona, un lugar mucho más hostil para él donde comenzó su pesadilla. Y es que los nuevos comienzos a veces traen consigo nuevos dolores. Él mismo vivió el acoso hacia otro compañero, sin saber que sus propios verdugos estaban muy cerca. La crueldad de los apelativos de los niños, el ser invisible, y sentirse condenado y rodeado por hienas en esa selva en que se convierte el colegio. Todas estas sensaciones aparecen perfectamente relatadas en los poemas de Alberto Lendínez.

Desgraciadamente, en torno a este dolor, una queja: la ceguera, en muchos casos, de los superiores, maestros que “supuestamente enseñan valores como la mistad, la inclusión y la compañía”. Adultos que disfrazan el infierno con frases como “son cosas de niños” o “son cosas de la edad”.

La impotencia de cómo actuar se refleja en la primera parte de La cárcel del silencio:

“Yo sigo en una guerra perdida con mi ego por no haber podido, de algún modo, ayudarte que tengo que huir de la culpa y salir a buscarte”.

Es entonces cuando el autor se convierte en protagonista. Pasa a experimentar en primera persona toda la crueldad que antes vivió como espectador. Poemas como “Bloqueo social”, “Exclusión social”, “Cristales”, “Desesperación” o “Asco” relatan, con una crudeza extrema, las vivencias de acoso.

“El asco que os genero por fin es mutuo:

creedme, yo también me lo tengo…”

En Cicatrices el autor comienza a recomponerse y entenderse a sí mismo. Con quince años el infierno se aleja y aparecen en su vida personas dispuestas a tenderle la mano. Aunque siempre exista ese recelo inicial, ese instinto de no bajar la guardia, poco a poco los poemas expresan una esperanza.

Por fin, en Reconstrucción, inicia el verdadero proceso de aceptación. Dejar de lado ese standby que ha sido su vida hasta ahora para olvidar el rencor y dar paso a nuevos horizontes.

La conclusión se condensa muy bien en estos versos:

“Verdugos que son víctimas de sus actos

y síntomas de una sociedad

que debería volver a la escuela”.

La cárcel del silencio es, como no podría ser de otra forma, un poemario duro. Alberto Lendínez deja fluir en él todos sus sentimientos y el resultado es demoledor. No se puede salir ileso tras haber leído estos versos. Sin embargo, a pesar de la crudeza, hay en este libro una pequeña luz, un atisbo de esperanza al que aferrarse y, sobre todo, la promesa de un cambio. Algo que todos, como sociedad, deberíamos prometernos a nosotros mismos.

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