La casa de los conejos

La casa de los conejos, de Laura Alcoba

La casa de los conejos
Muchos autores argentinos ya han tocado el tema de los años violentos de la Argentina  -que no empieza, como muchos creen, con el Golpe de Estado de 1976 sino mucho antes-desde distintos ángulos. Por ello, cuando leí a grandes rasgos de qué trataba La casa de los conejos de Laura Alcoba, supe que había algo distinto. Nunca antes había tenido en mis manos un punto de vista necesario y quizás el más inocente de la época. El de un niño o, en este caso, una niña.

La novela nos traslada a La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires cuya universidad  es de las más importantes del país. Corre el año 1975 y la protagonista de siete años arremete desde las primeras páginas al trazar una realidad distinta. Es hija de militantes del grupo guerrillero Montoneros y ello conlleva una responsabilidad básica: callar.

Su infancia se desarrolla con sus abuelos, pero también de casa en casa, donde sea que se requieran los servicios de sus padres. Y la cárcel. Porque su papá ya ha sido encerrado y para verlo, asiste a un ritual de poca lógica para alguien de su edad: una revisión minuciosa que la enfrenta a la visión de su abuela en ropa interior mientras es tanteada por una de los oficiales.

Después están los cambios. Los encuentros con su mamá, a quien apenas reconoce por su nuevo color de pelo producto del riesgo de identificación. O la nueva casa a la que se mudan, que comparten con un matrimonio que espera un bebé. Allí se gestiona algo grande que lleva a otros dos personajes a frecuentar el lugar. Donde todos se creen que se realizan obras para un criadero de conejos, en realidad se instala la imprenta de la revista clandestina Evita Montonera.

Conforme aumenta la tensión en la situación política del país, los miembros se hallan más nerviosos. La nena debe callar y cualquier pregunta que se le haga puede significar problemas pese a su buen comportamiento. Debe abandonar el colegio ya que cualquier interacción insignificante con un ser extraño puede empujar a quienes la rodean a una trampa que, en esa época, llega en un auto sin patente.

Mediante la inocencia de alguien que admira a los adultos con los que vive más allá del peligro constante al que se halla expuesta, la autora nos ofrece a este personaje para que asistamos a una niñez singular, marcada por el miedo que se percibe en el aire en aquel contexto nacional. En un período de cambios continuos, el lector no se acerca a una ideología política como si lo hace a la absorción de hechos, frases y pensamientos por parte de alguien que divide el mundo entre villanos y héroes.

El acierto de Alcoba es el recurso que utilizó para contar la historia: una nena.  A pesar del terror que la rodea, de ser parte inconsciente de un método de expresión clandestino y no poder responder siquiera cual es su apellido, la protagonista encarna la ternura.

Gracias a esto, a una sencilla narración pero poderosa en cuanto a composición del personaje, el libro marca una diferencia. Nada más sutil e ingenuo, que una niña que ceba mate a un grupo de adultos condenados por el Gobierno. Nada más acertado que este personaje para representar a toda esa generación, que de ideas políticas no entendía, pero que se vio forzada a absorber los enfrentamientos de los adultos.

Rosario Arán (rosearan@librosyliteratura.es)

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