La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin

La mano izquierda de la oscuridadGenly Ai es un Enviado. Ha recorrido el espacio en solitario para establecer el primer contacto con los habitantes de Gueden, un planeta todavía en la Edad de Hielo en el que siempre es invierno y las temperaturas raramente superan los cero grados centígrados. La misión de Genly Ai es clara: conseguir que Gueden se una a Ecumen, la alianza interplanetaria que lo envía. Aunque para ello, lo fundamental es hacer que los locales confíen en él y comprender la naturaleza de los guedenianos, dos cosas que para el Enviado resultarán igual de complicadas. Lo primero, porque la tecnología local no alcanza ni siquiera para surcar el cielo, no digamos ya para comprender los viajes galácticos; lo segundo porque a pesar de tener un aspecto parecido a él, sus características fisiológicas son muy diferentes. Los habitantes del planeta son andróginos y asexuales la mayor parte del tiempo: solo durante un breve periodo cada mes, el kémmer, se vuelven machos o hembras y pueden procrear. Esto propicia una sociedad alejada de impulsos masculinos y femeninos, en la que no se producen guerras, aunque sí enfrentamientos e intrigas entre los dos territorios principales (Karhide y Orgoreyn), y en la que el género no tiene influencia en la posición social.
Considerada ya un clásico de la ciencia-ficción, premio Nebula en 1969 y Hugo en 1970, La mano izquierda de la oscuridad es una de las novelas más citadas, recordadas y recomendadas de Ursula K. Le Guin, y quizá la que ha ganado más adeptos en los últimos tiempos. Se la considera la primera gran obra de la ciencia ficción feminista y una de las primeras de este tipo en tratar abiertamente cuestiones relacionadas con el género y la sexualidad.
Es mucho más que eso, por supuesto, y quizá la multiplicidad de lecturas que tiene se vuelve en algún momento en su contra. Porque aparte de configurarse como una crítica más o menos velada al binarismo sexual, La mano izquierda de la oscuridad plantea de una manera muy original las dificultades de un primer contacto con extraterrestres y en general los problemas de comunicación entre distintas culturas, el papel del nacionalismo frente al sentimiento de pertenencia a una especie y, de fondo, no deja de ser una interesante novela de intrigas palaciegas y traiciones políticas.
Todo ello lo consigue Le Guin con un texto construido como un falso informe, y compuesto principalmente por las notas que escribe Genly Ai sobre su misión intercaladas con el diario de Estraven, un político guedeniano con el que establece su relación más profunda en el planeta. Es decir, huye del relato épico, de aventuras, que era lo más socorrido en su tiempo, y se adentra en algo más complejo. Así, el lector se encuentra nada más empezar in media res, con un Genly Ai que ya lleva tiempo en Gueden y un montón de palabras en el idioma local intercaladas en el texto. No es el aterrizaje más plácido, la lectura es muy difícil en las primeras páginas y se hace complicado situar la acción (otro de sus problemas). Pero en ese primer tercio de libro se fundamenta la lectura posterior, si uno no se acostumbra a los vocablos guedenianos (para los que no hay notas al pie), estará perdido el resto del tiempo.
Lo que viene inmediatamente después es básicamente un estudio antropológico de las sociedades de Karhide y Orgoreyn, un entramado de relaciones, acuerdos, celos y puñales por la espalda sobre los que se sustenta un débil equilibro de poder que salpica a Genly y a Estraven y los termina llevando a un alucinante viaje en la última parte de la novela, que transforma todo lo que era hasta ese momento en un relato de exploración polar. El cambio es impresionante, el final espectacular, y si se ha llegado vivo en la lectura para disfrutarlo, inolvidable. Es lo que le da la fama después de la lectura, cuando ya los que han llegado hasta ahí han olvidado los géneros que les trajeron hasta ella y están tan enganchados que da hasta pena terminar.

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