Una promesa de juventud, de María Reig

Una promesa de juventudLa segunda obra de un autor es la prueba de fuego para mantenerse o perecer en el complicado y competitivo mercado literario. Son muchos los autores que se han quedado en una primera obra buena y nunca han conseguido revalidar su éxito con las siguientes. Es la oportunidad para fidelizar a los fans del primer manuscrito o que se olviden de ti. Por lo tanto, la presión a la hora de asumir esta empresa es bastante elevada.

Hace un año tuve la oportunidad de leer Papel y tinta, la primera novela de María Reig, y fue una de mis lecturas más destacadas del 2019. Tenía pues, las expectativas bastante altas con respecto a su segunda obra, Una promesa de juventud, desde que se empezó a anunciar su publicación y, por fin, he tenido la oportunidad de leerla.

En este caso, la acción de sitúa en dos tiempos, en un internado suizo en 1939 y en la década de los 70. Ambas épocas están conectadas por Caroline Eccleston, estudiante de Oxford que decide hacer su tesis sobre los internados suizos durante la Segunda Guerra Mundial. Esto le llevará a viajar a Zúrich para entrevistarse con Charlotte Geiger, una de las jóvenes internas del St. Ursula en el año 1939, que a lo largo de varias sesiones le irá narrando los recuerdos que guarda sobre esa época y las vivencias y secretos de su grupo de amigas hasta el cierre del internado al finalizar el curso de manera precipitada e inexplicable.

En este segundo trabajo de María Reig volvemos a encontrarnos con una obra histórica y extensa, con lo que cobra bastante importancia la labor de documentación y de ambientación. Al igual que en su anterior libro, este es uno de sus puntos fuertes y es que se ve que a la joven autora catalana le apasiona tanto la investigación como a sus protagonistas. A lo largo de las páginas de Una promesa de juventud vivimos los avances del comienzo de la contienda y nos adentramos de lleno en las aventuras de las jóvenes internas; las dudas y problemas propios del final de la adolescencia, unidos al miedo, la preocupación y la incertidumbre de vivir en una época de conflicto en un país neutral como lo era Suiza y conviviendo con chicas de distintos países enfrentados unos con otros. Todo se intercala de una manera lógica y nada forzada, tanto a la hora de narrar las partes de ficción como de relatar los avances reales de la guerra. Esta facilidad para relatar los hechos históricos, unida a la pluma de la autora, que tiene un estilo cuidado y natural, realzado por un lenguaje rico y variado, ayuda a pasar sus páginas casi sin darnos cuenta.

El hogar es un espacio simbólico con coordenadas geográficas y físicas. Es ese rincón al que siempre volvemos, en el que almacenamos recuerdos de las diferentes etapas que hemos vivido. Es donde habitan nuestros logros y nuestros fantasmas. Es donde nos reunimos con quienes amamos, donde censuramos a los que detestamos. Es, probablemente, el único lugar en el que somos nosotros mismos; cuatro paredes que conocen lo mejor y lo peor de nuestra alma corrupta

El otro pilar de la novela son los personajes. Aunque el peso protagónico lo comparten Caroline y Charlotte, en la historia del pasado también nos encontramos con un buen puñado de personajes que ayudan a dar visibilidad a las distintas formas de reaccionar y sobrellevar una situación de elevada tensión. Tenemos a las amigas y a las profesoras de Charlotte, a los chicos y profesores del Sankt Johann im Wald, un internado de chicos que está al otro lado del bosque que rodea al St. Ursula, y a algunos habitantes de la ciudad a la que pertenecen ambos colegios, Horgen. Así pues, es especialmente relevante el darles su espacio y dotar de peculiaridades a cada uno de ellos para que no caigamos en la confusión de no terminar de saber quién es quién. María lo hace, lo que facilita la inmersión en la historia, la afinidad con ellos y, por tanto, las ganas de seguir leyendo para ver cómo acaban.

Al principio de la reseña confesaba que las expectativas puestas en esta obra eran enormes. He de decir que las ha satisfecho y, si bien Papel y tinta me cautivó más, por su temática y ambientación, Una promesa de juventud me parece una maravillosa segunda obra que reafirma el buen hacer de María Reig y promete una larga trayectoria con libros muy destacables.

 

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