La montaña viva, de Nan Shepherd

La montaña vivaResulta difícil imaginar otro título para este libro que el que tiene, porque la idea de una montaña viva, difícilmente abarcable en su totalidad pero cuya compañía resulta extraordinariamente satisfactoria, con sus peligros, sus alegrías, sus cambios de humor y sus facetas ocultas, es precisamente la que se perdura tras la lectura. Uno puede no recordar detalles, especialmente le resultará fácil olvidar algunos toponímicos escoceses que de tan verbalmente inaccesibles resultan indigestos, aunque atractivos, pero difícilmente olvidará las sensaciones que transmite Nan Shepherd de su relación con la montaña, con los Cairngorms.

Dicen que la mirada con la que la autora nos hace ver la montaña es diferente, femenina, concluyen, porque para ella la montaña no es una competición, aunque sea un reto. No se trata de una montañera obsesionada con la cumbre sino con el camino, con observar cada detalle en cada paseo, cada época del año, cada ser vivo, cada cosa que cambia y cada una de las que permanecen, lo que se ve y lo que se siente. Si eso es la mirada femenina a la montaña, bienvenida sea, me declaro admirador de la misma y en cierta medida incluso me siento afortunado por tener una parecida, salvando las distancias, porque la capacidad de observación que muestra Nan Shepherd en la La montaña viva no está al alcance de cualquiera. Creo que la propia estructura del libro puede dar una idea fiel de hasta qué punto es profunda esa mirada:

1.- La meseta

2.- Los recovecos

3.- El conjunto

4.- Agua

5.- Hielo y nieve

6.- Aire y luz

7.- Visa: plantas

8.- Vida: aves, animales, insectos

9.- Vida: ser humano

10.- Sueño

11.- Los sentidos

12.- Ser

Si se deja algo por comentar, desde luego yo no lo echo en falta.

Dos cosas resultan inevitables cuando uno lee La montaña viva, la primera es interesarse por su autora, poseedora de una peculiar biografía en la que se diría que su amor por la montaña sustituyó a su necesidad de escribir una vez logró un notable éxito. Tal vez su silencio literario tuviera algo que ver con su otro silencio, ese que es una virtud inherente a todo buen observador. El otro son los Cairngorms, unas montañas difíciles, hasta cierto punto agrestes e inaccesibles, de clima complicado, pero de una gran belleza. Lo inevitable es completar las palabras con imágenes, no porque las palabras de Nan Shepher precisen de complemento alguno, sino porque excitan la curiosidad de forma que uno necesita ver con sus ojos lo que ya ha sentido a través de los de ella. Y hoy día es fácil hacerse una idea virtual, basta con asomarse a un buscador de internet para satisfacer esa curiosidad, pero no lo logra. Se asombra con la belleza del lugar, es cierto, pero esa visión es tan incompleta en comparación con la lectura de La montaña viva que realmente es como si no aportara nada. Porque la montaña de internet no está viva, la de Nan Shepherd sí.

 

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

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