La muerte en sus manos

Reseña del libro “La muerte en sus manos”, de Ottessa Moshfegh

La muerte en sus manos

Ottessa Moshfegh no es alguien precisamente nuevo en el mundo de las letras. Son ya tres las novelas que han sido traducidas al castellano y con cada nuevo ejercicio de ficción deja patente su talento para hacer temblar las bases de la narrativa norteamericana. Esta última novela publicada por Alfaguara consigue eludir cualquier etiqueta. A caballo entre la novela negra y la metaficción, Moshfegh vuelve a concentrar muchas ideas en pocas páginas. Un festival de conceptos y un desarrollo de personajes único convierten este nuevo libro en una muy buena opción para conocer la narrativa de una autora que nunca deja de sorprender. Hay un salto de fe en el planteamiento de sus novelas que me tiene fascinado. Uno cree que sabe hacia dónde se dirige pero nunca acierta. El destino siempre es mucho más oscuro e inesperado. En La muerte en sus manos todo comienza con una nota encontrada en un bosque. Lo que llega después te vuela la cabeza.

Vesta es una viuda septuagenaria que decide mudarse a una cabaña a las fueras de un pueblo perdido con su perro Charlie y pasar allí de forma tranquila sus últimos años de vida. Cosa que no sucede ya que al principio de la novela, Vesta encuentra una nota en la que parece indicar que en esa pequeña comunidad una joven llamada Magda ha sido asesinada aunque nadie ha encontrado aún su cadáver. A partir de este planteamiento, nuestra protagonista empezará a gestar un proceso de investigación en el que lo que imagina tendrá mucho más importancia que lo que deduce de las pruebas que tiene ante sí. Gracias a esta nota, Vesta empieza un proceso de emancipación que había sido postergado debido a la presencia de un marido anulador que la tenía relegada a un papel infantil y sin importancia. Es a través del supuesto asesinato de Magda cuando Vesta decide no sólo salir de su aislamiento, sino que encuentra un motivo para revisar lo que había sido su vida hasta entonces. El mero hecho de proyectar partes de sí misma en la resolución de un caso que desde un principio carece de base ayuda a esta mujer a entender otro tipo de crimen cometido contra su persona. Hay algo de locura senil y de fase lúdica propia de una inmadurez impuesta. Imaginad por momentos un episodio de Se ha escrito un crimen en el que no hay ni fiesta, ni invitación, ni sospechosos, ni cadáver. Un episodio en el que solo existen Jessica Fletcher y demasiadas horas disponibles. Y donde el género negro deriva en algo mucho más psicológico. Una radiografía existencial sobre la soledad, los abusos de poder y los últimos estadios en la vida de una persona.

Ottessa Moshfegh, como en sus dos anteriores novelas, consigue crear un personaje único que vehicula todo el relato. Una protagonista con alguna virtud y muchos defectos que obliga al lector a implicarse con ella sin que le de tiempo de mirar cuáles son sus otras opciones. Uno quiere estar con Vesta porque entiende en qué punto se encuentra. No es una abuela amable, no es la esposa de un científico infiel. Vesta es la realización de una forma de estar en el mundo. Ella representa la ruptura con todo aquello que decide tomar el control en nuestro nombre y ejercer su poder sin pedir permiso, socavando la voluntad  propia.

La muerte en sus manos es una novela de poco más de 200 páginas y sin embargo dentro de ella conviven muchos libros. Es innegable destacar el hecho de que todo el relato también puede leerse como un proceso creativo. ¿Cómo se crea una obra de ficción? ¿Cómo se establecen los hilos entre personajes? Vesta decide motivaciones y desarrollo de los personajes que pueblan su investigación. ¿Quién mató a Magda? ¿Qué relación tenía con el policía del pueblo? ¿Fue el sexo el móvil del crimen? ¿Alguien pudo haberlo evitado? Lo que Vesta pone sobre la mesa puede entenderse mejor como un proceso de creación de personajes y desarrollo de una trama que como un proceso deductivo. Ottessa nos habla de cómo se construyen las historias y de cómo hacer frente a las incongruencias intrínsecas. La escritora estadounidense le da voz a Vesta para hablar de cómo lidiamos con la entropía que generamos a la hora de insuflar vida a una historia que comienza con alguien muerto.
 
Es fácil recomendar esta novela diciendo que no es la novela que esperas leer. Lo que aquí se ofrece es mucho. No es sencillo hacer estos juegos metaficcionales y que funcionen tan bien. Sin embargo, Moshfegh consigue que haya siempre un interés creciente. Hay una locura contagiosa en su forma de contarnos su historia. Hay cadáveres escondidos y muertes inesperadas. Caminamos con Vesta como Sancho caminaba con Don Quijote, negándola hasta que no podemos más que ver el mundo a través de sus ojos. Y es en la revelación final cuando uno entiende que lo que desenterramos por curiosidad ha dejado tras de sí espacio suficiente para aquello de nosotros mismos que no queríamos descubrir.

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