Larga temporada

Reseña del libro “Larga temporada”, de Wright Morris

Larga temporada

Wright Morris no solo fue otro excepcional escritor más que debemos incluir en la gloriosa lista de autores de la primera mitad del siglo XX estadounidense, sino que también llegó a ser un estupendo fotógrafo documental. Un artista integral que supo fijar y dejarnos para siempre una imagen inmortal e imponente de aquella época (décadas de los treinta a los cincuenta, más o menos) a través de sus novelas y de sus fotografías. En varias ocasiones, incluso, Morris se valió de ambas herramientas a la vez para mostrarnos su visión de aquel convulso momento de la historia (y que él mismo bautizó como photo-text). Lamentablemente, y como suele ocurrir tantas otras veces, Morris ha tenido que ver reconocida su obra justo desde el otro lado.

Larga temporada es el primer libro que se publica de este fantástico autor norteamericano en España. El primero de los más de treinta que escribió a lo largo de su carrera. Y este sorprendente (y, a la vez, lamentable) hecho es hoy posible gracias, de nuevo, a la arriesgada labor de investigación, búsqueda y selección de esa literatura que tanto nos gusta a usted y a mí, y que vienen realizando día a día nuestras pequeñas editoriales independientes patrias. Esto es posible, como digo, gracias a la labor que han hecho en este caso concreto los amigos de Libros Walden (a los que, personalmente, también debo el placer de haber descubierto al bueno de Bruce Jay Friedman y a su inolvidable y patético Harry Towns).

La novela de Morris es una deliciosa, melancólica y profunda reflexión sobre el pasado, pero, por encima de todo, sobre la propia vida y los límites de esta, tantas veces confundidos con la ficción. Una historia de los sucesos, reales o ficticios, que pueden marcar un antes y un después en la vida de alguien, y sobre cómo cada año que pasa esos sucesos viajan de nuevo al presente para escrutar y ajusticiar nuestra conciencia. Esta es, también, una historia de aquellos años de juventud en los que todo, incluso lo más terrible, podía hacerse (y, de hecho, se hizo) realidad.

Morris intercala con una descomunal maestría dos tiempos narrativos en la novela. Por un lado, los años de formación de unos jóvenes americanos que, tras la Primera Guerra Mundial, inician su periplo universitario hacia el futuro más incierto del mundo: el de la vida adulta al final de los años veinte, cuando está a punto de producirse La Gran Depresión. Una depresión en la que, sin saberlo, quedarán atrapados cada uno a su manera durante casi treinta años. Toda una Larga Temporada, ¿verdad?

Ellos son, entre otros, Peter Foley (el responsable e ingenuo aprendiz de filólogo), Montana Lou Baker (la flapper de turno que romperá varios corazones), Jesse Proctor (el oportunista que se queda con la chica) y Charles Lawrence (la joven promesa del tenis, heredero de un gran imperio empresarial y misteriosa luz que ilumina la vida de todos los demás). Estos maravillosos (y dolorosos) años, los de la facultad, y todo lo que pasó entonces, están recogidos de alguna forma en El extraño cautiverio, la novela de ficción en la que Foley lleva quince años trabajando y que aún no ha conseguido terminar; la novela que está a punto de arder en una chimenea de algún hotel.

Todos ellos (o casi todos), se reúnen unos treinta años después, en plena Guerra Fría, para celebrar un aniversario muy especial o quizás para ajustar ciertas cuentas con el pasado. Y lo hacen justo cuando cualquier norteamericano de a pie podría ser sospechoso de pertenecer a las hordas comunistas y el famoso y temible senador McCarthy, ese Santo Inquisidor, ajusta cuentas a diestro y siniestro, Proctor (La Voz de América) incluído.

Larga temporada es, por tanto, un elegante viaje literario a la época de Scott Fitzgerald, a la Era del Jazz, pero también lo es a los albores de la época beat y al alumbramiento de toda esa generación liderada por Jack Kerouac y Allen Ginsberg de la que Morris fue un reconocido precursor. Porque Wright Morris nos deja en esta formidable novela unas pocas fotografías escritas del pasado reciente de los Estados Unidos y, a la vez, las instantáneas amarillentas de la vida de unos jóvenes que, como todos nosotros, un día se despiertan en mitad de la noche preguntándose si, de verdad, aquello fue así y si se puede estar tan solo. Si somos culpables de algo o no. Si somos víctimas o verdugos. Si, en realidad, todo lo que nos pasa es porque estamos solos o realmente muertos; o si, en el mejor de los casos, se trata, básicamente, de las dos cosas a la vez.

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