Mamut

Reseña del libro “Mamut”, de Eva Baltasar

Mamut

Que no sirva de precedente, pero esta vez para empezar intentaré resumir el argumento de Mamut, sin afán de describirlo de manera exhaustiva. Una mujer joven, en la primera parte de su veintena, quiere ser madre; desea un embarazo natural pero que no sea fruto de una relación sentimental, en gran parte porque ella desea a otras mujeres, los hombres le parecen únicamente el vehículo para conseguir procrear. Después de intentarlo sin éxito en la ciudad, en la que trabaja explotada en un proyecto de investigación sociológica, se traslada a la montaña, donde su anhelo maternal queda postergado en cierta manera por las necesidades que impone la supervivencia en un entorno hostil al que no está hecha.


Mamut es breve, poco más de cien páginas, así que no se puede contar mucho más sin entrar en el territorio de la revelación. Lo que sí se puede afirmar es que Eva Baltasar ha alumbrado una novela punzante, por momentos muy incómoda, que está narrada siempre en primera persona y armada en torno a una protagonista que no tiene prácticamente pasado ni futuro, y cuyo presente no nos cae bien. Los actos que lleva a cabo durante el tiempo del que somos testigos, lo que piensa entonces, son casi todo lo que sabemos de ella, y no podemos por menos que sentir cierta antipatía hacia su persona: pasional y voluble, bestial y descerebrada, capaz de algunos actos abyectos y en todo momento preocupada por sí misma.


Además de desplegar la prosa iluminada a la que nos ha acostumbrado con sus dos anteriores novelas, Permafrost y Boulder, al igual que en aquellas Eva Baltasar recurre a una figura femenina controvertida, a contracorriente, pero quizá más radical si cabe, menos domesticada. Otra vez la obsesión por la maternidad se convierte en uno de los temas centrales del libro, pero en este caso de una manera que choca con gran parte de las convenciones a las que estamos acostumbrados. En ese juego de descolocar al lector, en ese constante desasosiego que nada tiene que ver con la intriga psicológica sino que procede del impulso de observar lo ajeno para poder criticarlo, para poder establecer distancia con ello, está el enganche de esta novela. Eva Baltasar, capaz de crear atmósferas vívidas y de trabajar con las vísceras y la sangre como si fueran plastilina, nos tironea continuamente, parece querer desafiar con algunas escenas nuestros límites, y, entre medias, va deslizando las digresiones capitales de la obra. Que son lo mejor de ella: una reflexión contundente acerca de la soledad y la precariedad, dos bestias contemporáneas que, igual que la carcoma, están royendo silenciosamente los cimientos de nuestro edificio social. Lo peor, por el contrario: que para llegar hasta esos momentos, sobre todo en la segunda parte, desfilan demasiadas páginas (para un volumen tan corto, insisto) en las que no tenemos más que flashes de su interacción con el entorno. Muy espectacular su descripción de la vida salvaje, pero con el aluvión de vástagos de Thoreau que hemos visto pasar en los últimos tiempos, contemplar simplemente cómo la protagonista del libro sale adelante en su pulso con la naturaleza provoca una sensación de déjà vu que hace perder fuerza al conjunto.


En cualquier caso una obra con mérito para cerrar el terceto que nos anunció y que no hace que dejemos de esperar con devoción cualquier cosa que salga de la pluma de esta autora.

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