Matar cabrones

Reseña del libro “Matar cabrones”, de Fernando Mansilla

Matar cabrones

Si por algo estamos por aquí las/los que reseñamos libros (al menos en lo que a mí respecta) y perdemos un tiempo (a veces, precioso) de nuestra vida en esto, un tiempo que podríamos dedicar, por citar dos actividades tremendamente apetecibles a las que abandonarse, a la procreación descontrolada o a urdir (y ejecutar) planes de asalto a la banca, si nos decidimos por esto, decía, es, entre otros motivos que jamás confesaré públicamente, porque no es oro todo lo que reluce, y porque lo bueno, se oculta y lo malo, todos lo abultan. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan.

Y si no me cree, piense usted en los cientos y cientos de artistas independientes que van chorreando talento bajo el suelo que usted y yo pisamos sin que nadie, o solo unos pocos, tengan el privilegio de disfrutar de su arte. Un arte casi siempre escondido, silenciado, pero generalmente brillante y, por encima de todo, un arte personal y único. Le hablo de tantos y tantos músicos, pintores, escultores, poetas, dramaturgos, novelistas, bailarines, reseñistas de libros… ¡qué sé yo decirle!

Pues Fernando Mansilla es uno de ellos. Y no es uno cualquiera. Fernando Mansilla ha sido uno de los grandes agitadores culturales de la escena independiente de la ciudad de Sevilla desde los años 80, que ya es decir. Ha sido escritor, dramaturgo (nominado a los premios Max), poeta, músico callejero… ¡qué se yo decirle!

Pero, ahora, le pregunto: ¿usted había oído hablar alguna vez de Fernando Mansilla?

Si es que sí, entonces le felicito, porque habrá podido leer sus formidables Relatos Faunescos, un libro de cuentos con el mundo animal como protagonista para que ellos pongan un poco de cordura en nuestra desnaturalizada vida tecnológica. O, incluso, habrá llegado a descubrir la novela que le puso en solfa, Canijo, donde retrató como nadie lo ha hecho hasta ahora el mundo lumpen patrio, de heroinómanos y excluidos sociales en aquella Sevilla (en aquella España) de los años negros del caballo. Pero si usted no conocía aún a Mansilla, tampoco debe preocuparse en exceso porque, recuerde: para eso estamos aquí.

Para hablarle, sin ir más lejos, de Matar Cabrones, la novela en la que estaba trabajando el genuino performance sevillano cuando le sobrevino la muerte mientras descansaba en el “puto sillón” de su casa, en junio de 2019.

Frente a tan lamentable suceso, los amigos de la editorial Barret (sevillana e independiente también, y que ha publicado gran parte de su obra), obligados por el fantástico material que Mansilla les había hecho llegar hasta el momento, decidieron ponerse a trabajar, unir todos los flecos que habían quedado sin unir tras el fallecimiento de Mansilla e intentar ofrecernos una novela póstuma (con un genial bonustrack de cosecha propia) digna del maestro underground de las letras andaluzas. ¡Y vaya si lo han conseguido! Otro ejemplo más de lo que yo le decía a usted al comienzo de esta reseña.

El caso es que estamos ante un thriller cojonudo, vibrante, muy propio de Mansilla y donde, esta vez, el autor nos refleja con su particular estilo directo, irónico, sarcástico, sencillo y nada pretencioso, la vida que llevan los vagabundos que pueblan las calles del centro de Sevilla, y que él conocía tan bien. Curro, el Pep, el Primo, el Portu, el Changüi, Oscar Valor. Todos los personajes (ficticios, claro) de la novela nos atrapan desde el principio, con sus extravagancias o sus penurias, con su honestidad y su picaresca, mientras una suerte de pirados (cabrones) sin alma comienza a intentar hacerlos desaparecer de la ciudad, llevándolos engañados hasta un siniestro y sucio piso franco para, una vez allí, torturarlos hasta la muerte. ¿Qué le parece a usted la movida?

Matar cabrones se lee casi en un suspiro, de la mano del estilo limpio y elegante que se gasta siempre Mansilla y cuenta, además, con un prólogo trepidante que le atrapará a usted sin remedio y le llevará a mil por hora por las calles de la capital andaluza, saludando y charlando amigablemente con toda la camarilla sin hogar a la que homenajea Mansilla entre ocurrencias y terribles espantos varios.

Se murió Mansilla y también se murió hace poco Jordi Cussà, y eso nos pone tristes y de muy mala ostia, porque eran dos grandes. Dos de los nuestros. Solo nos queda el consuelo de la honesta literatura que practicaron, tan alejada de la superficialidad, la abulia y la banalidad que llenan hoy en día cientos y cientos de estanterías. Gracias a muchas editoriales independientes de este país, este tipo de libros nunca desaparecerá y si, en todo caso, alguien los intenta silenciar, algunos volveremos a salir por aquí con el cuchillo entre los dientes dispuestos a matar cabrones.

¡Larga vida a la literatura independiente y a la cultura underground!
 
 
 

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