Red Room: La red antisocial

Reseña del cómic “Red Room: La red antisocial”, de Ed Piskor

red room

El mal tiene muchas formas. Es una frase que he visto y leído en muchas pelis y libros. Queda bien como anticipo o presagio de lo que viene a continuación en cualquiera de los dos medios, antes de adentrarnos en la pesadilla que prometen ofrecer, ¿verdad?

Esto de hoy no tiene que ver tanto con la maldad como con la depravación. Con mentes enfermizas, con tortura y placer de torturar, con excitación, con sexo, con gore, con amputaciones, con evisceraciones y desmembramientos, con sadismo puro y duro, con revisitaciones de La matanza de Texas… Sí. Hay (mucha) gente, hay (demasiados) sujetos enfermos, auténticos perversos del vicio, de ambos sexos, a la que le excita ver cómo torturan a hombres y/o mujeres. ¿Tal vez era eso lo que les sucedía a los malditos inquisidores en realidad?

En un principio fue el verbo y luego las snuff movies. ¿Recordáis Tesis, el primer bombazo de Amenábar? Desde que existe el cine existe el asesinato filmado, o eso se dice en este Red Room que afirma que “los primeros pornógrafos de la mafia también traficaban con películas de asesinatos como entretenimiento para los ricos y para los clientes de confianza”. Pues bien. Todo evoluciona. Absolutamente todo. Del VHS se pasó al DVD y ahora al streaming gracias a Internet. De los chats de sexo al chatroulette y similares. El paso más grande, en el que tal vez haya más gente de la que te crees, incluso más gente conocida de la que sospeches, es la Internet profunda. Ahí todo es negociable, todo está a la venta. Todo lo ilegal, claro. Tráfico de armas, drogas, órganos, personas,… y las salas rojas. Salas en las que gente como tú y como yo, retransmite en directo la tortura y asesinato de víctimas inocentes, a cambio de unas pocas bitcoins.

Este es el ambiente que reina en Red Room. Casquería a cascoporro. Ojos saltando de las cuencas, cuerpos desollados, narices arrancadas, lenguas atravesadas, mandíbulas desmandibuladas, párpados estirados con anzuelos, y mil barbaridades extremas más (algunas se repiten, es verdad).

“¡Hostias, nunca había estado en una sala en la que hubiera una víctima con pinta normal! ¡Cómo mola!”

Sin embargo, las cuatro historias interrelacionadas entre ellas que aparecen en este visceral cómic tienen, en mi jodida opinión, el atractivo lejos de toda la sangre y restos humanos. Y son cuatro relatos que funcionan a la perfección, que enganchan y te motivan a seguir leyendo, tanto si se leen independientemente como si se integran en la obra final que tenemos en nuestras manos. Piskor nos va a contar que hay tras las cámaras en el mundo que se ha inventado (aunque yo creo que realmente no se ha inventado tanto y mucho de cierto hay). Conoceremos las historias tras esas máscaras; las personas con familias y dramas que las portan; cómo alguien puede llegar a formar parte del elenco de torturadores de una sala roja; cómo luchan entre ellos por ganarse espectadores y cómo luchan también las “productoras” por destacar sobre otras; de dónde salen las víctimas,… Toda esa mitología inventada, que repito, podría estar sucediendo realmente ahora mismo, es lo que realmente engancha. Tal vez a una mente virgen y sensible puedan afectarle las escenas gores televisadas que tan gráficamente se ilustran aquí, pero cuando uno ha visto tanto ya no se deja asombrar por la sangre y las entrañas que alegremente van desparramándose hacia el charco de sangre y mierda en el suelo.

Ed Piskor ha construido un universo realista, un horro cotidiano y creíble de pesadilla en el que es mejor no caer y del que es recomendable mantenerse alejado. Un cómic brutal, una lección de anatomía humana y social, un catálogo de perversidades y avaricia y una advertencia de cara a un futuro cada vez más aterrador.

Eso y más es Red Room.

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