Metrópolis

Reseña del cómic “Metrópolis”, de Christian Montenegro

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Hay frases, secuencias de cine, fotos, cuadros, músicas… atemporales. Forman parte del imaginario popular universal aunque por edad no sean de “nuestra época” y puede que ni de la de nuestros padres. King Kong encaramado al Empire State intentando zafarse de los molestos mosquitos-aviones, El beso de Robert Doisneau, La Gioconda, la novena de Beethoven… Te nombro esos tres ejemplos y tu mente ya se te ha adelantado y ha proyectado el fotograma, la foto, el cuadro, y el tan tan tan chan. Ya lo tenemos como grabado en los genes y es información que pasará a futuras generaciones. ¡Ja! ¡Futuras generaciones y cultura, sí, buen oxímoron!

Con la película Metrópolis (1927), una de las más importantes de la historia del cine, pasa lo mismo. A mí al menos. Incluso desde antes de que Queen usara trozos de la peli para ambientar su Radio Ga Ga, ya tenía yo vista la famosa escena en la que un robot era rodeado por unos anillos brillantes (brillantes a pesar del blanco y negro) que subían y bajaban.

Por otra parte, siempre había querido ver la famosa peli de Fritz Lang, pero no ha sido hasta ahora, en la pasada Semana Santa, pocos días antes de tener en mis manos la novela gráfica, y gracias al dios de Internet que todo lo puede, cuando me ha sido posible visionarla y puedo decir con total seguridad, que el cómic es una fidelérrima traslación de la película al papel. Juraría que incluso los carteles (Metrópolis es una peli muda de ciencia ficción y los diálogos y otras acotaciones son como pequeños cortes en la narración, como si fueran carteles) son los mismos palabra por palabra.

En Metrópolis, el cómic, prima el dibujo, que es soberbio, prodigioso, así como la distribución del color. Los negros y los blancos, las luces y las sombras, las líneas limpias, rectas y verticales, y la geometría de una ciudad futurista para contar una historia tan vieja como la lucha de clases que, según leí en el epílogo, “las izquierdas la consideraron fascista, las derechas la imaginaron comunista”.

Puede ser que en algún momento algo quede un poco confuso si no se ha visto la película, pero creo que no es necesario verla para poder disfrutar de esta delicia visual –y orgiástica para los delineantes (¿sigue existiendo esa profesión?)– que es una puñetera declaración de amor a la película y que todo se entiende sin mayor problema.

Y todavía no he contado de qué va todo esto, pero es que no quiero hacerlo. Baste decir que los temas que se tocan son la ya mencionada lucha de clases, la alienación del trabajo, la explotación laboral, la buena vida que se pegan unos pocos frente a la supervivencia que han de lograr a diario una gran mayoría, una crítica a la tecnología, un poquito de religión salvadora, la rebelión contra el orden establecido y la correcta coordinación entre cabeza, manos y corazón. Pues casi casi como sigue la cosa hoy.

Metrópolis es una joya que todo amante del cine, del diseño, de la arquitectura, de la imagen, de los cómics bien dibujados y viñeteados tiene que tener. Porque además es un pedazo de historia de la humanidad. Porque es cultura de Europa. Porque adapta el primer largometraje considerado Memoria del Mundo por la UNESCO. Y porque la historia atrapa que da gusto.

La película me gustó, pero la obra que se ha cascado Christian Montenegro me ha gustado aún más. Lujazo.

1 comentario en «Metrópolis»

  1. Muy buena reseña.
    Soy el editor del proyecto, quien ha coordinado este trabajo y convocado a Fernando Martín Peña para que escribiese el epílogo.
    Gracias por la atenta lectura.
    Martín Evelson
    IG: @martin_evelson

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