Mexique, el nombre del barco, de María José Ferrada y Ana Penyas

Mexique el nombre del barco27 de mayo de 1937.

Una fecha igual que otra. No está marcada en rojo en ningún calendario. ¿Qué importa lo que ocurriera ese día, si han pasado ochenta años?

Cuatrocientos cincuenta y seis.

Este también es un número cualquiera, compuesto por tres dígitos que se olvidan con facilidad. Es lo que tienen los números grandes, que se convierten en algo abstracto que ni siquiera retenemos en la memoria si no nos afecta de manera directa.

Pero ni esa es una fecha igual que otra ni ese es un número cualquiera, porque representan la tragedia de «los niños de Morelia».

Aquel 27 de mayo de 1937, cuatrocientos cincuenta y seis niños, hijos de republicanos españoles, subieron a bordo de un barco llamado Mexique, para viajar hasta Morelia, capital del estado de Michoacán de Ocampo (México). Iban a estar allí solo tres o cuatro meses, les dijeron sus padres; ninguno podía imaginar que ya nunca regresarían. Y es que la guerra truncó sus planes y sus vidas.

Mexique, el nombre del barco, escrito por María José Ferrada e ilustrado por Ana Penyas, cuenta ese viaje, para que nunca olvidemos esa fecha, 27 de mayo, ni ese número, cuatrocientos cincuenta y seis. Narrado desde el punto de vista de un niño, Mexique, el nombre del barco es pura poesía. Con frases sencillas, tan simbólicas como directas, ese niño nos transmite qué supone para él la república y la guerra, y nos pone los pelos de punta. Porque por muchas definiciones o largos ensayos que leamos, no hallaremos descripciones más certeras que las que hace un niño desde la inocencia y el desarraigo. Y las ilustraciones de Ana Penyas recrean aquel viaje y las emociones del niño haciendo uso solo de la gama de grises y rojos: grises para plasmar la tristeza y la incertidumbre; rojos para mostrar esa esperanza que se resiste a desaparecer.

Dice la editorial Libros del zorro rojo que Mexique, el nombre del barco es «un libro que interpela a todos los públicos». Pero hablar de tragedias no es fácil, y menos a los niños. Incluso diría que hoy en día hay pocos padres dispuestos a perturbar las plácidas existencias de sus hijos con historias de tragedias añejas. Sin embargo, esos padres se equivocan si consideran que este acontecimiento es cosa del pasado, pues por todos es sabido que el exilio de niños y la ruptura de familias enteras por culpa de las guerras es un drama actual. Y, desgraciadamente, hoy y siempre lo será. Sobre todo si nos empeñamos en mirar hacia otro lado, mientras no nos toque el turno, y en ignorar libros como este, que nos hablan de frente sobre el dolor y la soledad de esos niños que huyen de la guerra.

Mexique, el nombre del barco irradia tanta belleza y sensibilidad que compartir su lectura con los más pequeños no les ocasionará trauma alguno. Es más, no debemos temer que se conmuevan, porque, si eso ocurre, será buena noticia: estarán demostrando empatía y esa es, sin duda, una de las cualidades que más necesita la humanidad.

Así que niños y adultos debemos recordar a esos cuatrocientos cincuenta y seis niños que partieron en un barco llamado Mexique un 27 de mayo de 1937. Aunque lo de menos sea si fue ese día en concreto o una cantidad de niños diferente. Tragedias como las de «los niños de Morelia» acontecen todos los días y en nuestra mano está tenerlas siempre presentes para que algún día, por fin, pasen a la historia.

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