Obras completas

Obras completas, de Esquilo, Sófocles y Eurípides

Podría escribirse un libro con los comentarios que uno escucha cuando pasea por este mundo un libro de más de 1500 páginas con las tragedias completas de Sófocles, Esquilo y Eurípides, yo mismo me acerque a él con mi correspondiente dosis de miedo, incluso tenía pensado enfocar esta reseña desde un punto de vista, ahora lo veo, absurdo, que si una biblioteca personal es más que una estantería de libros, que es un proyecto vital y que en él hay determinadas lecturas que no pueden faltar. Pero no, no creo en lecturas obligatorias aunque las haya imprescindibles, uno debe llegar a cada autor cuando la vida le lleve a él, no como trabajo autoimpuesto y si, tras leerlas, pienso que a Esquilo, Sófocles y Eurípides y sus tragedias se les debe incluir en ese reducido grupo de imprescindibles no es por un análisis intelectual sesudo ni por la constatación de su carácter de fuente de tantas cosas, sino porque es una lectura apasionante, una colección de historias de ritmo trepidante y trama plena de acción, intriga y giros argumentales, con una brillantez estilística muy poco habitual especialmente destacable cuando los personajes despliegan sus armas retóricas y una belleza intensa, dolorosa, con una carga emotiva que probablemente no se haya igualado en cuantas obras las han sucedido. Es, en resumen, una lectura francamente entretenida y sorprendentemente menos exigente de lo que los inevitables prejuicios hacen sospechar. Y es que contra los prejuicios poco tratamiento mejor existe que abrir un libro.

¿Es que acaso ignoras, Prometeo, que el odio es mal que las palabras cura?

Se puede complementar la lectura con actividades paralelas, por ejemplo, si antes de comenzar escribiera el lector en un papel sus obras preferidas incluyendo no sólo literatura, sino cine, teatro o televisión y luego, al ir avanzando en la lectura, fuera tachando aquellas en cuyo planteamiento o en cuyo desarrollo encuentre coincidencias argumentales, éticas o estéticas, sospecho que, independientemente de sus gustos, al llegar al final de estas tragedias encontraría que pocas obras de su lista sobreviven a la prueba del algodón griego. Porque de Esquilo, Sófocles y Eurípides se puede decir lo que decía Lev Tólstoi del evangelio, que había que leerlo en los colegios no por razones religiosas o morales, sino porque contenían todos los caracteres y comportamientos humanos. Más allá de la diversión, que es mucha, uno tiene la gratificante sensación de estar bebiendo del manantial originario de la cultura occidental, y créanme, es una sensación impagable.

¡Qué todo nuevo rey reina en tirano!

Es remarcable la libertad con que Esquilo, Sófocles y Eurípides trataban los mitos y a los dioses, el hecho de leer juntas estas tragedias es enriquecedor porque permite comprobar como cada autor maneja la historia como mejor conviene a su objetivo, porque estas tragedias suelen tener objetivos claros (sea defender la democracia, a Atenas, la monogamia, etc), personajes que en una tragedia mueren en un determinado momento (Yocasta, la mujer de Edipo es un buen ejemplo, pero hay más ejemplos como Ifigenia, Helena o Hermíone) aparecen vivos en un momento posterior en otras obras. También en función del autor o del momento en que la obra fue escrita cambia la valoración del papel de algún personaje, muy especialmente de Helena, encarnación de la polémica. Y esto suscita no pocas reflexiones.

Pues una mujer colérica, e igualmente un varón, es más fácil de vigilar que un sabio callado.

Pero si tuviera que quedarme con algo no sería con la inigualable fuerza dramática ni con la brillantez narrativa, siendo ambas cuestiones verdaderamente deslumbrantes, si tuviera que elegir algo sería sin duda la extraordinaria retórica de los personajes cuando debaten entre ellos o cuando defienden alguna causa concreta. Su lectura es tan deliciosa por un lado como amarga, por su clamorosa ausencia en nuestros días, por otro.

La expresión de la verdad es de naturaleza sencilla y lo legítimo no necesita de complejas explicaciones, pues tiene en sí la medida de los hechos. El discurso injusto, en cambio, está enfermo y se ve necesitado de habilidosas medicinas.

Otro aspecto interesante de estas Obras completas de Esquilo, Sófocles y Eurípides es el de la relación de los griegos con sus dioses, diametralmente opuesta a la de la tradición judeocristiana que sobrevivió en el núcleo fundacional de la cultura europea actual. Resulta llamativo que se pueda reconocer en estas tragedias (y en los clásicos griegos en general) el germen de nuestra vida cultural y sin embargo se haya perdido su rastro en la espiritual. Porque son dioses muy humanos, falibles, vengativos y partidarios independientemente de su origen divino. Porque se comunican con los humanos directamente cuando lo creen oportuno y, llegado el caso, pueden admitirlos entre ellos cuando así lo consideren merecido en virtud de su comportamiento especialmente heroico. O por haber compartido el lecho con ellos, que también ocurre.

Hay un elevado concepto de la familia y en muchas de las obras hay una defensa de la democracia y de la justicia (en términos humanos), y sin embargo hay mucha violencia, incluso en forma de sacrificios humanos a los dioses, incluso de los propios hijos. Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia a los dioses para poder partir hacia Troya, a una guerra de diez años desencadenada por el rapto de la esposa de su hermano. A su regreso, en venganza por ese sacrificio es asesinado por su mujer, Clitemnestra, quien a su vez es asesinada por sus hijos Orestes y Electra en venganza por la muerte de su padre. Estas tragedias retratan una sociedad civilizada aunque guerrera y sensible aunque brutal, contradicciones que son un motor creativo como pocos. Puede uno acercarse a estas obras completas por curiosidad, por diversión, por devoción, como un reto o como mejor le parezca, tanto da, lo importante es que busque lo que busque lo encontrará y no cerrará el libro defraudado, porque aquí está todo y está a su disposición.

Herido, heriste.
                                                         Moriste tras dar muerte.
Con la pica mataste.
                                                 Con la pica moriste.
Dolor causaste.
                                         Dolor sufriste.
Salid, lágrimas, salid.
                                            Salid, lamentos.
Ante mí yaces.
                                                  Tras haber matado.

Andrés Barrero
 andres@librosyliteratura.es

Título: Obas completas
Autores: Esquilo, Sófocles y Eurípides
Traducción: José Alsina (Esquilo), José Vara Donado (Sófocles) y Juan Antonio López Férrez y Juan Miguel Labiano (Eurípides)
Editorial: Cátedra (Biblioteca AVREA)
Páginas: 1568
Fecha primera edición: octubre 2004
Fecha edición (3ª): mayo 2012
ISBN: 978-84-376-2169-2

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