Te quiero porque me das de comer

Te quiero porque me das de comer, de David Llorente

Te quiero porque me das de comerTodo está inventado. La novela negra, tras cientos y cientos de nuevas historias publicadas cada año, tiene sus pautas. Todo en la vida son pautas, normas, preceptos, estatutos, reglamentos, códigos, leyes, guías, cánones, patrones… hasta que llega David Llorente y manda al carajo todo eso. Y cansado de seguir el tedioso camino de baldosas amarillas, decide ir por mitad del campo para buscar a su Mago de Oz particular.

Y entonces crea Te quiero porque me das de comer, un camino lleno de malas hierbas, de continuas subidas y bajadas. Un camino oscuro, lleno de gentuza y de malhechores que te acechan en cada página. Dicho así, parece que la novela deja mucho que desear. Nada más lejos de la realidad… ¡bendito camino!, ¡benditas subidas y bajadas!, ¡benditas malas hierbas! y ¡bendito Max Luminaria!

¿Qué quién es Max Luminaria? Es el protagonista de esta magnífica historia, aunque eso sea una verdad a medias, pues el verdadero protagonista del libro es, sin lugar a dudas, todo un barrio, el de Carabanchel para ser exactos, que personaliza en sus vecinos todo el mal que el ser humano puede llegar a albergar.

Cuando Alrevés nos ofreció colaborar en la promoción de Te quiero porque me das de comer nos advirtió que la lectura de la novela sería un reto, “dada la peculiaridad de cómo escribe David”. Puede que su escritura nos gustara o no, pero sin duda no quedaríamos indiferentes.

Y cuando ya creía que nada más se podía inventar en la literatura, aparece David Llorente y se nos pone a hablar de un asesino en serie, pero se cansa y empieza a hablar de meteorología, y después de una receta de ensalada danesa, de unos champiñones al huevo, de la historia de una profesora de instituto con tendencias depresivas, etc. ¿A dónde carajo me quieres llevar, David? ¿Te vas a tirar toda la novela así? Y lo más importante… ¿dónde te has dejado los puntos y aparte, hijo mío?

Este autor parece querer compararse con mi adorado José Saramago… ¡esto es imperdonable! Pero yo, que soy un hombre bueno y confiado por naturaleza sigo leyendo y descubro asombrado como este rompecabezas sin sentido que estoy leyendo, estas decenas de historias inconexas, empiezan a encajar. La ensalada danesa, lejos de darme ardor y cortarme la digestión, se asienta en mi estómago de una manera inexplicable y comienzo a devorar una página tras otra como si hubiera estado años sin llevarme nada bueno a la boca.

Entonces conozco a Marcelo Saravia, a Greta Santamaría, a los profesores y alumnos del Instituto Sebastián Oller, a Casimiro Ballcels, a Denís Bodiroga, al Árabe, al Nini, al Verraco… y así con una lista interminable de vecinos de Carabanchel con un denominador común, el Mal. Un Mal con mayúsculas, de apariencia humana, que se pasea por este barrio madrileño, destrozando la vida de sus pobladores y convirtiendo Carabanchel en un templo apocalíptico de depravación, lujuria, vísceras, drogas, sangre, muerte y destrucción.

Pero por encima de todos sobresale el aura de Maximiliano Luminaria, un niño prodigio; la mejor nota de selectividad de su año, brillante estudiante de Medicina y respetado y admirado cirujano. Este Hannibal Lecter castizo representa el mal en todas sus acepciones; su vida privada encierra secretos inconfesables pero… ¿es por ello peor que sus vecinos?

Como en toda novela negra que se precie, se necesita la búsqueda de un asesino, en este caso, del Asesino de la Moneda, el peor asesino en serie que se recuerda en la ya dilatada historia del barrio madrileño. Esta caza supondrá un problema a las autoridades, pues es imposible atrapar a un asesino cuando el Mal se pasea impunemente por las calles, muda la piel, se metamorfosea y desaparece sin ser visto.

Y no quería terminar sin hablar de David Llorente. Escritor desconocido para mí hasta que me llegó esta novela. No lo compararé con Saramago, pues no encontraré nunca a nadie que pueda igualar el talento del maestro portugués, pero no por ello dejaré de alabarle. Alabarle por su valentía, pues solo los valientes se arriesgan, pero sobre todo por su maestría, pues su salto al vacío, lejos de terminar golpeándote contra el suelo, termina en un plácido vuelo de más de trescientas páginas. El autor sabe desde el primer momento qué le interesa al lector y con maestría prepara una receta para que las decenas de historias inconexas que pueblan Te quiero porque me das de comer se conviertan en una obra maestra. ¡Ole tus narices (siendo fino), David!

@malagonc cesar@librosyliteratura.es

2 comentarios en «Te quiero porque me das de comer»

  1. Uno termina de leer Ensayo sobre la ceguera y se queda mirando la pared de enfrente y se pregunta: ¿y ahora qué?, ¿con qué cara cojo yo ahora el bolígrafo y me pongo a escribir?
    No. Ni nadie puede compararse con Saramago y a Saramago se le puede comparar con nadie. Pero lo que sí es cierto es que Saramago abrió varias puertas que llevaban a otra manera de hacer literatura, a una concepción revolucionaria de la técnica narrativa. Los escritores que venimos después tenemos que decidir si franqueamos esas puertas o seguimos entrando y saliendo por la de siempre.
    Una reseña magnífica.
    Muchísimas gracias.

    David Llorente

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  2. Muchísimas gracias por tu comentario, David, pero sobre todo por regalarnos una historia como esta. Tu reflexión no puede ser más acertada; sin duda la puerta que has abierto conduce a un mundo único.
    Encantado de leerte.

    César Malagón

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