Tocqueville: hacia un nuevo mundo, de Kévin Bazot

Tocqueville hacia un nuevo mundo«Los verdaderos dueños de este continente son quienes saben sacar provecho de sus riquezas».

Quedaos con esa idea, esa idea que ha llevado al mundo a ser lo que es. Los seres humanos se han sentido legitimados por el mismísimo dios para asolar el planeta con la violencia de su huella: talando árboles milenarios para alzar sus torres de acero, contaminando el agua que da la vida con sustancias que provocan la muerte, llenando el aire que respiramos de humos que nos enferman. La inteligente civilización del hombre blanco se ha abierto paso a costa de todo y de todos: eliminando sin miramientos especies enteras de animales, pero también a esos humanos considerados de segunda. Salvajes sin facultades suficientes para entender el progreso, condenados a la destrucción porque no están hechos para este mundo.

Tocqueville: hacia un nuevo mundo, de Kévin Bazot, es una novela gráfica que adapta libremente Quince días en el desierto americano, de Alexis de Tocqueville, para narrar las aventuras que el filósofo político vivió junto a su compañero Gustave de Beaumont durante el verano de 1831, al recorrer el norte de América poco antes de que su naturaleza virgen sucumbiera a la febril urbanización del continente. Los dos jóvenes ansiaban pisar un lugar donde no hubiera llegado la civilización y no les resultó fácil encontrarlo, pues los emprendedores y ambiciosos estadounidenses ya se habían apropiado de la mayoría del territorio.

En esa personal búsqueda del paraíso perdido, Alexis de Tocqueville y Gustave de Beaumont, ambos franceses, presencian con qué menosprecio se trata a los indios americanos, que ya nada tienen que ver con esos hombres fuertes y solemnes que se describían en los libros, y descubren esa impronta de los ciudadanos de Estados Unidos, un país recién nacido por entonces, que les ha llevado a ser los dueños del mundo en nuestros días: un afán por conseguir riquezas que les ciega ante la belleza y placeres que ofrece la naturaleza en estado puro.

La gran edición de Ponent Mon —no lo digo solo por sus dimensiones (216 x 286 mm), sino por la calidad del dibujo y del color— nos hace viajar al siglo XIX y adentrarnos en los majestuosos bosques e infinitos lagos del llamado nuevo mundo, para compartir el asombro y la decepción que Tocqueville y Beamount sienten con todo lo que se van cruzando en el camino. Quizá ellos fueron los últimos viajeros que disfrutaron del «maravilloso espectáculo de la naturaleza abandonada a sí misma» en Norteamérica y a nosotros, los lectores, casi doscientos años después, apenas nos quedan rincones en este maltratado planeta donde vivir una experiencia similar.

Tal vez, si el mundo lo hubieran dirigido personas con la sensibilidad de estos jóvenes aventureros, los indígenas habrían logrado que su voz fuera escuchada y hoy en día seguiríamos teniendo la posibilidad de huir, aunque fuera de vez en cuando, de la civilización para reencontrarnos con su sabiduría ancestral y la naturaleza primigenia. Pero se han adueñado del planeta unos salvajes que ven en la destrucción el discurrir natural de las cosas. A la vista está que es el mundo el que no estaba preparado para semejantes humanos.

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