Wilt

Wilt, de Tom Sharpe

wiltWilt es más que un libro; es una farsa biográfica, es un espejo distorsionado pero fiel dirigido al lector, es un tiro a ciegas que da en el blanco. Tengo una profunda aversión a esta frase, pero ea, esta vez la usaré, porque es cierta: todos somos Wilt. Y si no lo creen, lean el clásico de Tom Sharpe.

Las mayores genialidades son aquellas que se hacen sin pretender hacerlas. Sharpe quizá lo sabía antes de escribir Wilt, o quizá no, pero poco importa; percibimos en su muy británico e irreverente humor -algo grosero a veces, pero de un modo descacharrante y simpático, un poco al estilo de aquella gloriosa Los jóvenes– un no tomarse a sí mismo demasiado en serio que cae en gracia porque los lectores con algunos libros a cuestas ya tenemos un sensor que nos avisa cuando esa actitud es puro postureo, y en este caso no lo es: Tom Sharpe sólo pretendía escribir un libro divertido, satírico, también crítico con ciertos aspectos de la vida y el establishment británicos, pero que fuera eminentemente gracioso. Y lo consiguió. De hecho, rara como es en mí la ocurrencia de reírme leyendo un libro, Wilt ha conseguido arrancarme la risa, la de verdad, no la del LOL.

Es que Sharpe hace humor, y la crítica viene sola. Es importante hacer notar esto, porque, en el humor, el orden de los factores sí que puede alterar el producto. Primero ha de venir la intención de hacer reír, y luego, todo lo demás; mal vamos cuando el objetivo principal es poner a parir lo que sea que tengamos entre ceja y ceja. Porque la mala leche se nota, y se nota mucho; en lugar de provocar la risa, el autor contagia el enfado, pero no contra aquello que critica, sino contra él mismo y su libro.

Wilt trata de un señor de clase media, muy típico en su rol, llamado Henry Wilt, docente de poca categoría en un instituto politécnico, donde, viendo rechazada año tras año su candidatura para un ascenso, se ve relegado a dar clases de literatura, humanidades y otras delicadas asignaturas a futuros obreros manuales con intereses muy diferentes a esos. Después del trabajo, su único aliciente consiste en cenar, ver la tele e irse a dormir y, sobre todo, fantasear con formas de cometer el crimen perfecto en la persona de su mujer, Eva, aficionada al yoga, al judo, a la cerámica, a la meditación trascendental, al esnobismo sociocultural y a denigrar sistemáticamente a su marido.

La cosa continúa así hasta que Eva conoce a los Pringsheim, una pareja estadounidense muy new age -hasta en una época tan remota como 1978- con dinero, mente abierta, un sanamente gélido odio mutuo y ganas de experimentar sexualmente. Una fiesta desenfrenada, un incidente con una muñeca hinchable y el abandono de hogar de Eva dan pie a la policía a sospechar que Wilt finalmente ha asesinado a su mujer.

Lo que sigue es no sólo una farsa de descabelladas proporciones e hilarantes efectos –en la que lo absurdo de personajes y situaciones no es óbice para que todo nos parezca verosímil–, donde Sharpe no pierde ocasión de reírse de –y no con– lo posmoderno, lo académico, lo esnob, lo pequeñoburgués, lo mediocre, lo matrimonial, lo institucional, lo clasista, lo doméstico, lo eclesiástico y lo fantasmagórico –y algunas cosas más–, sino que es también, ya lo decíamos, un reflejo distorsionado, astracanado, pero fiel, del hombre común.

Porque Wilt es el antihéroe más heroico de la literatura moderna, o uno de los que más. Y siendo como es, tan él mismo, se adelanta al tipo de protagonista de novela que causaría furor y se popularizaría décadas más tarde. Henry Wilt, en toda su perfecta mediocridad, tan incapaz él de hacer lo que realmente quiere, ya sea postularse para jefe de estudios o matar a su mujer –esa fuerza de la naturaleza–, es –sentimos decirlo y no digamos admitirlo– como cualquiera de nosotros, con una vida imaginaria muy activa pero con menos fuerza de voluntad, menos valor y menos de todo a la hora de vérnoslas con la realidad. (Unos años más tarde, seguramente Wilt habría tenido una vida paralela a base de redes sociales, perfiles en webs de citas y demás parafernalia contemporánea; no nos cuesta imaginarlo.) Sin embargo, Wilt es un héroe que encuentra en su flaqueza el origen de su fuerza. Paradójicamente, será el hecho de ser objeto de una injusticia, al ser detenido y acosado por un crimen que no ha cometido, lo que haga que Wilt encuentre y finalmente abrace el sentido de su existencia, páginas éstas que merece mucho la pena leer. (Todo ello, sin necesidad de matar a la “querida Eva”, por supuesto.)

Probablemente no estaba en la mente de Tom Sharpe hacer esta reivindicación, y sin embargo la hace, y su lectura resulta tan original, tan refrescante aun hoy, casi 40 años después, que ello constituye un segundo motivo de peso para acercarnos a este clásico del humor.

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